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El crujido de unos pasos en la roca anunció la llegada de dos personas, y una ráfaga de aire transportó su olor hasta Perrin. Éste se guardó bien, no obstante, de pronunciar sus nombres hasta que Lan y Moraine se hallaron lo bastante cerca como para que incluso unos ojos ordinarios pudieran distinguirlos.

El Guardián tenía una mano bajo el brazo de la Aes Sedai, como si tratara de sostenerla sin que ella se diera cuenta. Moraine estaba ojerosa y llevaba en la mano una pequeña escultura de viejo marfil oscurecido que representaba a una mujer. Perrin sabía que era un angreal, un vestigio de la Era de Leyenda que permitía que una Aes Sedai encauzara una cantidad de Poder superior a la que habría podido manejar sin su ayuda. El hecho de que estuviera utilizándolo para curar era un claro indicio de su cansancio.

Min se levantó para ayudar a Moraine, pero ésta le indicó que se apartara.

—Ya he tratado a todos los demás —dijo a Min—. Cuando acabe aquí, podré descansar. —Apartó asimismo a Lan y, adoptando una expresión absorta, recorrió con la mano el sangrante hombro de Perrin y la herida que tenía en la espalda. El frío contacto le produjo un hormigueo en la piel—. No es grave —dictaminó—. La magulladura del hombro es profunda, pero los cortes son superficiales. Prepárate. No te dolerá, pero…

Siempre le había incomodado hallarse cerca de alguien que sabía que estaba encauzando el Poder Único, y aún más si lo canalizaba hacia él. Lo había experimentado en un par de ocasiones y creía haberse formado una idea del efecto que tenía la canalización sobre una persona, pero aquellas curaciones habían sido de poca importancia, destinadas meramente a aliviar su fatiga cuando a Moraine le convenía infundirle vigor. No tenía nada que ver con aquélla.

De improviso pareció como si los ojos de la Aes Sedai lo taladraran, vieran su interior. Emitió una exclamación y casi dejó caer el hacha. Notó un hormigueo en la espalda, los músculos retorciéndose para volver a soldarse. Le temblaron incontrolablemente los hombros y todo se volvió borroso. El frío le caló hasta la médula de los huesos. Tenía la impresión de moverse, de caer, de estar volando; no acababa de discernirlo, pero sentía como si de algún modo se precipitara hacia un lugar desconocido a gran velocidad, en un viaje perpetuo. Transcurrida toda una eternidad, sus ojos enfocaron de nuevo el mundo. Moraine retrocedía, casi tambaleándose, hasta que Lan la agarró del brazo.

Perrin se miró boquiabierto el hombro. Los cortes y las magulladuras se habían esfumado y no sentía ni la más mínima punzada. Se giró cuidadosamente, con precaución inútil, pues el dolor de la espalda había desaparecido también. Y tampoco le dolían los pies; no tenía necesidad de examinarlos para saber que no le quedaban restos de arañazos ni contusiones. Las tripas le gruñeron estentóreamente.

—Deberías comer tan pronto como puedas —le aconsejó Moraine—. Buena parte de la energía la has aportado tú. Necesitas reponerla.

El hambre —y las imágenes de comida— ocupaban ya el pensamiento de Perrin. Carne de buey, de venado, de cordero… Logró con esfuerzo dejar de pensar en tales manjares y decidió ir en busca de algunas raíces de aquellas que olían como nabos al asarlas. Su estómago volvió a gruñir a modo de protesta.

—Apenas si te ha quedado una cicatriz, herrero —observó, tras él, Lan.

—Casi todos los lobos heridos han tomado su propio camino por el bosque —dijo Moraine, masajeándose la espalda y estirándose—, pero he curado a todos los que he encontrado. —Perrin le asestó una acerada mirada, pero ella dio la impresión de hacer un inocente comentario—. Tal vez han venido por motivos que nada tienen que ver con nosotros. Aun así, todos habríamos muerto de no ser por ellos. —Perrin se volvió inquieto y bajó la vista.

La Aes Sedai alargó la mano hacia la magulladura que Min tenía en la mejilla, pero ésta dio un paso atrás.

—Yo no estoy herida y vos estáis cansada. Me he hecho más daño otras veces cayéndome.

Moraine sonrió y dejó caer la mano. Lan la tomó del brazo y, a pesar de ello, se tambaleó.

—Muy bien. ¿Y tú, Rand? ¿Has recibido alguna herida? Incluso el rasguño causado por la espada de un Myrddraal puede ser letal, y algunas armas de las que usan los trollocs son igual de peligrosas.

—Rand, tienes la chaqueta mojada —advirtió de repente Perrin.

Rand se sacó la mano derecha de debajo de la roja tela y entonces vieron que estaba cubierta de sangre.

—No ha sido un Myrddraal —dijo con aire ausente, observándose la mano—. Ni siquiera un trolloc. Se me ha abierto la herida que recibí en Falme.

Moraine musitó algo, zafó el brazo que sostenía Lan y cayó de rodillas al lado de Rand. Le apartó la chaqueta y examinó la herida. Aunque no pudo verla, puesto que la Aes Sedai la tapaba con la cabeza, Perrin notó con mayor intensidad el olor a sangre. Moraine movió las manos y Rand hizo una mueca de dolor.

—«La sangre del Dragón Renacido derramada en las rocas de Shayol Ghul liberará a la humanidad de la Sombra». ¿No es eso lo que afirman las profecías?

—¿Quién te dijo eso? —preguntó Moraine con brusquedad.

—Si me llevarais a Shayol Ghul ahora —dijo Rand con aire soñoliento—, por un Atajo o un Portal de Piedra, podríamos poner fin a todo. No más muertes. No más sueños. No más.

—Si fuera así de simple —respondió lúgubremente Moraine—, lo haría, de un modo u otro, pero no todas las afirmaciones del Ciclo Karaethon pueden interpretarse al pie de la letra. Por cada cosa que precisa, hay diez frases que pueden tener cien significados distintos. No pienses que conoces todo lo que debe ocurrir, aun cuando alguien te haya recitado la totalidad de las Profecías. —Hizo una pausa, como si recobrara aliento. Luego apretó el angreal y deslizó la otra mano por el costado de Rand, sin prestar importancia a la sangre que lo cubría—. Prepárate.

De improviso Rand abrió desmesuradamente los ojos y se incorporó rígidamente, jadeando y temblando. Cuando lo había curado a él, Perrin había creído que había durado una eternidad, pero al cabo de unos momentos la Aes Sedai ya volvía a recostar a Rand en el tronco del roble.

—He hecho… lo que he podido —dijo débilmente—. Todo cuanto está en mis manos. Debes tener cuidado. Podría volver a abrirse si… —Cayó rendida.

Rand la cogió, pero Lan acudió de inmediato y la tomó en sus brazos. Al hacerlo, el Guardián tenía una expresión en el rostro rayana en la ternura que Perrin jamás habría imaginado percibir en él.

—Está exhausta —explicó Lan—. Ha cuidado a todos los demás, pero no hay nadie capaz de mitigar su fatiga. La llevaré a la cama.

—Está Rand —apuntó, vacilante, Min, pero el Guardián sacudió la cabeza.

—No es que crea que no fueras a intentarlo, pastor —aseguró—, pero sabes tan poco que tal vez podrías matarla.

—Tenéis razón —reconoció Rand con amargura—. No soy de fiar. Lews Therin Verdugo de la Humanidad dio muerte a todos sus allegados. Quizá yo haga lo mismo antes de que todo haya acabado.

—No pierdas el ánimo, pastor —lo conminó Lan—. El mundo entero cabalga sobre tus hombros. Recuerda que eres un hombre, y haz lo que debe hacerse.

—Lucharé lo mejor que pueda —prometió, mirando al Guardián, ya sin asomo de amargura—. Porque no hay nadie más, y debe hacerse, y soy yo quien tiene el deber. Lucharé, pero no por ello debe complacerme la persona en que me he convertido. —Cerró los ojos como si fuera a dormirse—. Lucharé. Sueños…

Lan se quedó mirándolo un momento y luego realizó un gesto afirmativo. Después alzó la cabeza en dirección a Perrin y a Min.

—Llevadlo a la cama y luego acostaos. Tenemos planes que concretar, y sólo la Luz sabe lo que sucederá después.

6

Se inicia la cacería

Aun cuando no confiaba en dormir, el estómago saciado de estofado frío —su decisión de comer raíces había durado hasta que el aroma de las sobras de la cena lo habían disuadido— y la extenuación lo habían llevado hasta el lecho. Si soñó, no guardó recuerdo de ello. Lan lo despertó zarandeándolo por los hombros, rodeado del nimbo de luz de la aurora que se filtraba por la puerta.