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—Él es lo que es —contestó con aspereza.

—Dijisteis que el Entramado acabaría por obligarlo a tomar la vía conveniente. ¿Es eso lo que ha sucedido o simplemente intenta alejarse de vos? —Por un momento, viendo chispear de rabia los oscuros ojos de la Aes Sedai, pensó que había ido demasiado lejos, pero no quiso echarse atrás—. ¿Y bien?

—Es posible que esto sea producto de una elección del Entramado —repuso Moraine tras inspirar profundamente—. No era, no obstante, mi intención que se marchara solo. Pese a todo su poder, en muchos sentidos es tan indefenso como un recién nacido e igual de ignorante que él. Encauza, pero, cuando tiende la mano hacia el Poder Único, carece de control sobre él y éste responde a veces a su llamada y otras no, y cuando lo invade su flujo apenas es consciente de lo que hace con él. El propio Poder acarreará su muerte sin darle ocasión a enloquecer si no aprende a dominarlo. Le quedan muchas cosas que aprender. Quiere correr y aún no sabe andar.

—Respondéis con circunloquios y evasivas, Moraine. —Perrin soltó un bufido—. Si es lo que decís que es, ¿no se os ha ocurrido pensar que sabe mejor que vos lo que debe hacer?

—Es lo que es —repitió con firmeza la mujer—, pero debo mantenerlo con vida si ha de hacer algo. No cumplirá las Profecías si muere e, incluso si logra evitar a los Amigos Siniestros y los Engendros de la Sombra, hay millares de otras manos dispuestas a sacrificarlo. Para ello sólo bastará un atisbo de la décima parte de lo que es. Con todo, si sólo hubiera de enfrentarse a tales asechanzas, no me preocuparía tanto. También hay que tomar en cuenta a los Renegados.

Perrin dio un respingo y, en el rincón, Loial exhaló un gemido.

—El Oscuro y los Renegados están confinados en Shayol Ghul —replicó maquinalmente Perrin, pero la Aes Sedai no lo dejó concluir.

—Los sellos están debilitándose, Perrin. Algunos se han quebrado, aunque el mundo lo ignore y deba necesariamente ignorarlo. El Padre de las Mentiras no está libre todavía. Pero, a medida que crece la fragilidad de los sellos, ¿cuál de los Renegados habrá recobrado ya la libertad? ¿Lanfear? ¿Sammael? ¿Asmodean, Be’lal o Ravhin? ¿El propio Ishamael, el Traidor de la Esperanza? Son trece, Perrin, y son los sellos los que los mantienen recluidos. No se encuentran en la prisión donde está encerrado el Oscuro. Trece de los más poderosos Aes Sedai de la Era de Leyenda, el más débil de los cuales supera en fuerza a diez de las más capacitadas Aes Sedai de nuestro tiempo y el más ignorante posee todo el conocimiento de la Era de Leyenda. Y todo hombre y mujer que se sumó a sus filas renunció a la Luz y consagró su alma a la Sombra. ¿Y si se hallan libres y están acechándolo? No pienso permitir que caiga en sus garras.

Perrin se estremeció, en parte a causa de la glacial determinación que expresaban sus últimas palabras, pero asimismo por la mención de los Renegados. Era espeluznante pensar que hubiera tan sólo un Renegado vagando por el mundo. De pequeño, su madre lo había asustado con aquellos nombres. «Ishamael viene a llevarse a los niños que dicen mentiras. Lanfear acecha en la noche a los niños que no se acuestan cuando deben». El miedo que le inspiraban ahora de mayor era igual de cerval, sobre todo sabiendo que no eran personajes de ficción. Sobre todo ahora que Moraine decía que tal vez estaban libres.

—Confinados en Shayol Ghul —susurró, añorando el tiempo en que así lo creía. Turbado, volvió a repasar la carta de Rand—. Sueños. Ayer también me habló de sueños.

Moraine se aproximó más a él y fijó la mirada en su cara.

—¿Sueños? —Lan e Ino entraron entonces, pero ella les hizo un gesto para que guardaran silencio. La reducida habitación estaba abarrotada ahora, con cinco personas aparte del Ogier—. ¿Qué has soñado tú estos últimos días, Perrin? —Desestimó su afirmación de que en sus sueños no había habido nada anormal—. Cuéntame —insistió—. ¿Qué sueño has tenido que saliera de lo ordinario? Dímelo. —Su mirada se clavaba en él igual que unas tenazas, presionándolo para que hablara.

Miró a los demás y comprobó que todos lo observaban fijamente, incluso Min. Después refirió, titubeante, el único sueño que le parecía raro, el mismo que soñaba cada noche. El sueño de la espada que no podía tocar. Omitió mencionar el lobo que apareció al final.

Callandor —musitó Lan cuando hubo concluido, con perplejidad patente en el pétreo semblante.

—Sí —convino Moraine—, pero debemos estar totalmente seguros. Habla con los otros. —Cuando Lan salía de la cabaña, se volvió hacia Ino—. ¿Y tú qué has soñado? ¿Has soñado también con una espada?

El shienariano movió inquietamente los pies. El ojo pintado de rojo del parche miraba imperturbable a Moraine, pero el ojo sano pestañeaba desenfocado.

—Yo siempre sueño con jod… eh, con espadas, Moraine Sedai —respondió rígidamente—. Supongo que he soñado con una espada las noches pasadas. No recuerdo tan bien los sueños como lord Perrin.

—¿Loial? —inquirió Moraine.

—Mis sueños no varían nunca, Moraine Sedai. Las arboledas, los Grandes Árboles y el stedding. Los Ogier siempre soñamos con el stedding cuando nos encontramos lejos de él.

La Aes Sedai volvió a girarse hacia Perrin.

—Sólo era un sueño —adujo el joven—. Nada más que un sueño.

—Lo dudo —disintió la mujer—. Has descrito la sala conocida como Corazón de la Ciudadela, situada en la fortaleza llamada la Ciudadela de Tear, como si hubieras estado allí. Y la espada resplandeciente es Callandor, la Espada que no es una Espada, la Espada que no Puede Tocarse.

Loial se levantó de golpe y chocó con la cabeza en el techo, pero no pareció ni darse cuenta.

—Las Profecías aseguran que la Ciudadela de Tear nunca será tomada hasta que la mano del Dragón empuñe Callandor. La caída de la Ciudadela de Tear será una de las señales indiscutibles del advenimiento del Dragón Renacido. Si Rand esgrime Callandor, el mundo entero deberá reconocerlo como el Dragón.

—Tal vez. —La palabra quedó flotando en los labios de la Aes Sedai como un trozo de hielo sobre aguas remansadas.

—¿Tal vez? —repitió Perrin—. ¿Tal vez? Creía que era la prueba concluyente, el cumplimiento definitivo de las Profecías.

—No es la primera ni la última —objetó Moraine—. Callandor únicamente será un eslabón en el cumplimiento de lo augurado en el Ciclo Karaethon, al igual que su nacimiento en las laderas del Monte del Dragón fue el primero. Todavía ha de desarticular las naciones o hacer pedazos el mundo. Incluso los eruditos que han estudiado las Profecías durante toda su vida no saben cómo interpretarlas todas. ¿Qué significa que «matará a su gente con la espada de la paz, y los destruirá con la hoja»? ¿Qué significa que «someterá las nueve lunas a su servicio»? Y, sin embargo, estas predicciones tienen un peso equivalente a la de Callandor en el Ciclo. Hay otras igual de misteriosas. ¿Qué «heridas de locura y quebranto de la esperanza» ha curado? ¿Qué cadenas ha roto y a quién encadenó? Y otras son tan abstrusas que cabe la posibilidad de que ya las haya cumplido, aunque yo no tenga conciencia de ello. Lo que sí es seguro, en todo caso, es que Callandor dista mucho de ser el eslabón concluyente.

Perrin se encogió de hombros. Sólo conocía detalles y fragmentos inconexos de las Profecías; desde que Rand había accedido a que Moraine le pusiera aquel estandarte en la mano le había hecho aún menos gracia escucharlas. De hecho, tal aprensión se había iniciado antes incluso, desde que un viaje a través de un Portal de Piedra había generado en él la convicción de que su vida estaba ligada a la de Rand.

—Si piensas que no tiene más que alargar la mano —seguía hablando Moraine—, Loial hijo de Arent nieto de Halan, eres un estúpido y también lo es él si cree que es tan sencillo. Aun cuando viva el tiempo suficiente para llegar a Tear, puede que jamás entre en la Ciudadela.