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Niall lo examinó durante un momento. Carridin era alto, bien entrado en la madurez, con el pelo algo canoso, pero fuerte y vigoroso. Sus oscuros ojos hundidos transmitían una impresión de conocimiento, como siempre. Y no pestañeaba ante el silencioso escrutinio del señor capitán general. Pocos hombres tenían conciencias tan claras o nervios tan templados. Carridin permanecía arrodillado allí, esperando con tanta calma como si fuera una cuestión rutinaria el que le hubieran ordenado concisamente abandonar el mando y volver a Amador sin demora, sin ninguna clase de explicación. Tal actitud no resultaba, sin embargo, extraña en Jaichim Carridin, pues de él se decía que era más impasible que una piedra.

—Levantaos, Hijo Carridin. —Mientras el otro hombre se enderezaba, Niall añadió—: Me han llegado noticias inquietantes de Falme.

Carridin se alisó los pliegues de la capa al contestar, con una voz que se mantenía en el límite del respeto debido, casi como si se dirigiera a un igual en lugar de al hombre a quien había jurado obedecer hasta la muerte.

—Mi señor capitán general se refiere a las noticias traídas por el Hijo Jaret Byar, lugarteniente del difunto señor capitán Bornhald.

A Niall le tembló la esquina del ojo izquierdo, una manifestación que, de antiguo, presagiaba un arrebato de furia. Supuestamente eran sólo tres las personas que sabían que Byar se encontraba en Amador, y ninguna aparte de Niall conocía el lugar de donde procedía.

—No os excedáis en agudeza, Carridin. Vuestro deseo de saberlo todo podría haceros acabar algún día en manos de vuestros propios interrogadores.

Carridin no mostró reacción alguna salvo una ligera contracción de la mandíbula al escuchar la última palabra.

—Mi señor capitán general, la Mano indaga la verdad en todas partes, para servir a la Luz.

Para servir a la Luz. No para servir a los Hijos de la Luz. Todos los Hijos servían a la Luz, pero Pedron Niall se preguntaba a menudo si los interrogadores se consideraban verdaderamente como parte constitutiva de los Hijos.

—¿Y qué verdad me tenéis destinada respecto a los sucesos ocurridos en Falme?

—Amigos Siniestros, mi señor capitán general.

—¿Amigos Siniestros? —La risa lanzada por Niall estaba exenta de humor—. Hace unas semanas recibía informes vuestros según los cuales Geofram Bornhald era un servidor del Oscuro porque había desplazado sus soldados a la Punta de Toman incumpliendo vuestras órdenes. —Su voz se tornó peligrosamente suave—. ¿Pretendéis ahora hacerme creer que Bornhald, como Amigo Siniestro, condujo a un millar de Hijos de la Luz a la muerte en combate contra otros Amigos Siniestros?

—Si era o no un Amigo Siniestro no se sabrá nunca —respondió con suavidad Carridin—, puesto que falleció sin que pudiéramos someterlo a interrogatorio. Las maquinaciones de la Sombra son tenebrosas y a menudo carecen de sentido para quienes caminan con la Luz. Pero de lo que no me cabe duda es de que los que tomaron Falme eran Amigos Siniestros. Amigos Siniestros y Aes Sedai que apoyan al falso Dragón. Fue el Poder Único lo que destruyó a Bornhald y a sus hombres; estoy convencido de ello, mi señor capitán general. Lo mismo que acabó con los ejércitos que Tarabon y Arad Doman habían enviado contra los Amigos Siniestros de Falme.

—¿Y qué hay de las afirmaciones de que los ocupantes de Falme llegaron cruzando el Océano Aricio?

—Mi señor capitán general —señaló, sacudiendo la cabeza Carridin—, entre el pueblo corren toda suerte de rumores. Algunos aseguran que eran los ejércitos que mandó Artur Hawkwing al otro lado del océano hace mil años, que volvieron para reclamar la tierra. Incluso hay quien dice haber visto al propio Hawkwing en Falme. Y aparte de él a la mitad de los héroes legendarios. De Tarabon a Saldaea, el Occidente es un hervidero a cuya superficie asoman cada día, como burbujas, cientos de rumores nuevos, a cual más descabellado. Esos a quien llaman seanchan no eran más que otra chusma de Amigos Siniestros reunidos para dar apoyo al falso Dragón, con la diferencia de que en esta ocasión han contado con la cooperación explícita de las Aes Sedai.

—¿Con qué pruebas contáis? —Niall imprimió un tono dubitativo a su voz—. ¿Tenéis prisioneros?

—No, mi señor capitán general. Como ya os habrá contado el Hijo Byar, Bornhald consiguió imponerse lo bastante como para dispersarlos. Y, como era de esperar, ninguna de las personas a quienes hemos interrogado está dispuesta a admitir que apoya a un falso Dragón. En cuanto a las pruebas, éstas residen en dos partes. Si mi señor capitán general me permite…

Niall gesticuló con impaciencia.

—La primera parte es negativa. Muy pocos barcos han intentado atravesar el Océano Aricio y en su mayoría no han regresado. Quienes lo hicieron, viraron el rumbo antes de que se agotaran sus reservas de comida y agua. Ni siquiera los Marinos se aventuran a cruzar el Aricio, a pesar de que navegan a todos los enclaves donde hay posibilidad de comercio, incluso a los que se encuentran más allá del Yermo de Aiel. Mi señor capitán general, si existen tierras al otro lado del océano, se hallan demasiado lejos para llegar hasta ellas. El océano es demasiado extenso y transportar un ejército por él sería tan imposible como volar.

—Tal vez —concedió Niall—. De todos modos es un argumento indicativo. ¿Cuál es la segunda parte?

—Mi señor capitán general, muchas de las personas a las que hemos interrogado hablaban de monstruos que luchaban en las filas de los Amigos Siniestros e insistían en tal afirmación incluso en la fase final del interrogatorio. ¿Qué podían ser sino trollocs y otros Engendros de la Sombra, que de alguna manera habrían desplazado allí desde la Llaga? —Carridin extendió las manos como si aquel dato fuera decisivo—. La gran mayoría de la gente piensa que los trollocs sólo son patrañas y mentiras que cuentan los viajeros, y casi todo el resto de la humanidad cree que fueron exterminados durante la Guerra de los Trollocs. ¿De qué otra forma describirían a un trolloc sino como un monstruo?

—Sí. Sí, puede que tengáis razón, Hijo Carridin. Puede que sí o puede que no. —No estaba dispuesto a darle a Carridin la satisfacción de saber que estaba de acuerdo con él. «Que se quede con la duda»—. ¿Pero qué me decís de él? —Señaló los dibujos enrollados, de los que estaba seguro que el Inquisidor guardaba copias en sus propios aposentos—. ¿Hasta qué punto es peligroso? ¿Es capaz de encauzar?

—Tal vez sí o tal vez no —replicó el Inquisidor con un encogimiento de hombros—. Las Aes Sedai podrían hacer creer a la gente que un gato es capaz de encauzar, si así se lo propusieran. En cuanto al peligro que entraña… Todo falso Dragón es peligroso hasta que no se lo ha reducido, y uno que cuenta con el apoyo de Tar Valon es diez veces más peligroso. De todas formas, no lo es tanto ahora como lo será dentro de medio año, si nadie lo contiene. Los cautivos a quienes interrogué no lo habían visto nunca ni tenían noción de dónde se encuentra en estos momentos. Sus fuerzas están fragmentadas. Dudo que haya más de doscientos seguidores suyos reunidos en un mismo sitio. Los taraboneses o los domani podrían acabar con ellos si no estuvieran tan ocupados luchando entre sí.

—Incluso un falso Dragón —observó secamente Niall— no es suficiente para hacerles olvidar cuatrocientos años de disputas en torno a la posesión del llano de Almoth. Como si cualquiera de ellos tuviera la suficiente fortaleza para conservarlo. —El semblante de Carridin permaneció inmutable, y Niall se preguntó cómo podía conservar tan bien la calma. «Pronto se os acabará la tranquilidad, interrogador».

—No tiene importancia, mi señor capitán general. El invierno los mantiene a todos recluidos en sus campamentos, salvo para participar en contadas escaramuzas y ataques por sorpresa. Cuando disminuyan los rigores del frío y puedan desplazarse tropas… Bornhald sólo llevó a la muerte en la Punta de Toman a la mitad de su legión. Con la otra mitad, perseguiré a ese falso Dragón y le daré muerte. Un cadáver no supone peligro para nadie.