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Perrin se sintió avergonzado por comparar con una rana a aquel hombre.

—Desearía que hubiera podido hacer algo por él. —«¡Cuánto lo desearía!» De repente se le ocurrió que todo el pueblo sabría lo de Noam, lo de sus ojos—. Simion, ¿querréis traerme algo de comer a mi habitación? —Tal vez maese Harod y los demás se habían quedado demasiado impresionados por la presencia de Loial para reparar en sus ojos, pero seguramente se fijarían en ellos si cenaba en la sala.

—Desde luego. Y por la mañana también. No tendréis que bajar hasta que estéis listo para montar a caballo.

—Sois un buen hombre, Simion. Un buen hombre.

Simion pareció tan complacido que Perrin sintió nuevamente vergüenza.

9

Sueños de lobos

Perrin regresó a su habitación por la puerta trasera, y al cabo de un rato Simion le subió una bandeja cubierta con un paño. La tela no impedía el paso a los olores de cordero asado, judías, nabos y pan recién horneado, pero Perrin siguió tumbado en la cama, con la mirada perdida en el blanco techo, hasta que se hubieron enfriado los aromas. En su cerebro se reproducían una y otra vez las imágenes presenciadas. Noam mordiendo los tablones. Noam hundiéndose a la carrera en la oscuridad. Intentó pensar en la herrería, en el meticuloso temple y forja de una pieza de acero, pero fue inútil.

Dejando intacta la comida, se levantó y se dirigió por el pasillo a la habitación de Moraine.

—Entra, Perrin —respondió ella cuando llamó a la puerta.

Por un instante todas las viejas historias que se contaban de las Aes Sedai provocaron un torbellino en su mente, pero las ahuyentó y abrió la puerta.

Le alegró ver que no había nadie más con ella. Estaba sentada con un tintero apoyado en la rodilla, escribiendo en un pequeño libro encuadernado en cuero. Sin dirigirle la mirada, tapó la pequeña botella y secó la plumilla de acero de la pluma con un trozo de pergamino. La chimenea estaba encendida.

—Llevo un rato esperándote —dijo—. No he hablado de esto porque era evidente que no lo deseabas. Después de lo sucedido esta noche, no obstante… ¿Qué quieres saber?

—¿Es eso lo que me espera? —preguntó—. ¿Acabar de ese modo?

—Tal vez.

Aguardó a que añadiera algo más, pero ella se limitó a guardar la pluma y el tintero en un estuche de madera de palisandro pulida y a soplar en el papel escrito para secarlo.

—¿Eso es todo? Moraine, no me deis esquivas respuestas de Aes Sedai. Si sabéis algo, decídmelo. Por favor.

—Es muy poco lo que sé, Perrin. Mientras buscaba información sobre otros temas entre los libros y manuscritos que utilizan para sus investigaciones dos amigas, encontré un fragmento copiado de un libro de la Era de Leyenda. Hablaba de… situaciones como la tuya. Es posible que aquélla fuera la única copia existente en todo el mundo, y apenas si aclaraba algún interrogante.

—¿Qué decía? Cualquier detalle es preferible a la total ignorancia. ¡Diantre, me preocupaba que Rand pudiera volverse loco, pero nunca pensé que hubiera de preocuparme por mí mismo!

—Perrin, incluso en la Era de Leyenda apenas sabían nada acerca de este fenómeno. La autora de ese escrito parecía indecisa respecto a su ubicación en una dimensión real o legendaria. Y recuerda que yo sólo vi un fragmento. Decía que algunos de los que hablaban con los lobos perdían su identidad, que la naturaleza lobuna borraba sus atributos humanos. Algunos. No precisaba si se daba en un porcentaje de uno sobre diez, de cinco o de nueve.

—Puedo mantenerlos a raya. No sé cómo, pero soy capaz de negarme a prestarles oído. Puedo evitar oírlos. ¿Servirá eso de algo?

—Es posible. —Lo observó, dando la impresión de que seleccionaba con cuidado las palabras—. Buena parte del estudio estaba dedicado a los sueños. Sueños que pueden ser peligrosos para ti, Perrin.

—Ya me advertisteis de ello una vez, Moraine. ¿Qué queréis decir?

—De acuerdo con la escritora, los lobos viven por una parte en este mundo y por otra en un mundo onírico.

—¿Un mundo onírico? —inquirió con incredulidad.

—Eso es lo que he dicho —corroboró Moraine, dirigiéndole una aguda mirada—, y eso es lo que ella escribió. La forma en que los lobos se comunican entre sí, la manera como te hablan a ti, está de algún modo conectada con ese mundo de sueños. Yo misma no abrigo la pretensión de entender esa conexión. —Hizo una pausa, frunciendo ligeramente el entrecejo—. Por lo que he leído sobre las Aes Sedai que poseían el Talento llamado Sueño, las Soñadoras a veces afirmaban haber encontrado lobos en sus sueños, incluso lobos que actuaban como guías. Me temo que debes aprender a ser tan prudente dormido como despierto, si pretendes mantenerte al margen de los lobos. Si es eso lo que decides hacer.

—¿Si es eso lo que decido? Moraine, no pienso acabar como Noam. ¡De ningún modo!

La Aes Sedai le dirigió una curiosa mirada y sacudió lentamente la cabeza.

—Hablas como si pudieras elegir sobre todo lo que te conviene, Perrin. No olvides que eres ta’veren. —Perrin le volvió la espalda y se puso a mirar la negrura nocturna de las ventanas, pero ella continuó—: Puede que el hecho de saber lo que es Rand, de conocer su formidable potencial como ta’veren me haya hecho considerar demasiado a la ligera los otros dos ta’veren que encontré con él. Tres ta’veren en el mismo pueblo y todos nacidos con lapso de escasas semanas. Algo realmente insólito. Tal vez tú y Mat tengáis un cometido en el Entramado más importante del que vosotros mismos o yo creíamos.

—Yo no quiero ningún cometido en el Entramado —murmuró Perrin—. Si olvido mi condición de hombre, seguro que no tendré ninguno. ¿Me ayudaréis, Moraine? —Era aquélla una dura alternativa. «¿Y si ello implica el uso del Poder Único? ¿Preferiría olvidar que soy un hombre?»— ¿Me ayudaréis a mantener… mi integridad?

—Si es factible, lo haré. Te lo prometo, Perrin. Pero también debes saber que no voy a poner en peligro la lucha contra la Sombra.

Cuando se volvió hacia ella, lo miraba sin pestañear. «Y si vuestra lucha requiere enterrarme mañana, ¿lo haréis también?» Tuvo la estremecedora certeza de que así lo haría.

—¿Qué habéis omitido decirme?

—No sueltes tanto la rienda de las suposiciones, Perrin —contestó con frialdad—. No me presiones a entrar en terrenos que no creo conveniente tocar.

Vaciló antes de formular la siguiente pregunta.

—¿Podéis hacer por mí lo que hicisteis por Lan? ¿Podéis escudar mis sueños?

—Ya tengo un Guardián, Perrin. —Sus labios se curvaron, casi esbozando una sonrisa—. Y no voy a tener más de uno. Soy del Ajah Azul, no del Verde.

—Sabéis a qué me refiero. Yo no quiero ser un Guardián. —«Luz, ¿vinculado a una Aes Sedai para el resto de mi vida? Es igual de espantoso que los lobos».

—No te serviría de nada, Perrin. Eso protege los sueños de influencias exteriores. El peligro de tus sueños reside en tu interior. —Volvió a abrir el pequeño libro—. Deberías dormir —añadió a modo de despedida—. Aunque hayas de ser cauteloso con los sueños, debes dormir un poco. —Volvió una página, y él se fue.

De vuelta en su habitación, aflojó la coraza con que se rodeaba, la aflojó sólo unos milímetros y dejó que sus sentidos ensancharan su campo. Los lobos seguían allá afuera, más allá de los límites del pueblo, formando un círculo en torno a Jarra. Casi de inmediato retrocedió a un rígido autocontrol.

—Lo que necesito es una ciudad —murmuró.

Eso los mantendría a raya. «Cuando haya encontrado a Rand. Cuando haya concluido lo que quiera que deba concluir con él». No estaba seguro de lamentar que Moraine no pudiera escudar sus sueños. El Poder Único o los lobos; aquélla era una alternativa a la que no debería tener que enfrentarse ningún hombre.