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—Matadme pues, bruja —dijo entrecortadamente—. Adelante. ¡Matadme como matasteis a mi padre!

La Aes Sedai centraba la atención en sus acompañantes sin hacerle el menor caso. Como si también ellos se hubieran olvidado de su oficial, los Capas Blancas se esfumaron por el mismo altozano por el que habían aparecido, sin volver en ningún momento la mirada. La montura del oficial corría con ellos.

Conminada por la furiosa mirada de Verin, Egwene soltó con lentitud y desgana el saidar. Siempre era duro desprenderse de él. Aún más despacio, el nimbo que rodeaba a Nynaeve fue apagándose. Nynaeve observaba con semblante ceñudo al Capa Blanca de enjuto rostro que se había quedado delante de ellas como si en tales condiciones todavía fuera capaz de sorprenderlas con alguna argucia. Elayne parecía perpleja por su propia actuación.

—Lo que habéis hecho… —comenzó a regañarlas Verin. Luego se detuvo para inspirar a fondo y fijó la mirada en las tres jóvenes a la vez—. Lo que habéis hecho es una abominación. ¡Una abominación! Una Aes Sedai no utiliza el Poder como arma salvo contra los Engendros de la Sombra, o como último recurso para defender su vida. Los Tres Juramentos…

—Estaban dispuestos a matarnos —la interrumpió acaloradamente Nynaeve—. A matarnos o a conducirnos a la tortura. Él estaba dando la orden.

—No…, no hemos utilizado realmente el Poder como arma, Verin Sedai. —Elayne mantenía la barbilla erguida, pero le temblaba la voz—. No hemos herido a nadie ni tampoco lo hemos procurado. Sin duda…

—¡No me vengas con sutilezas! —espetó Verin—. Cuando seáis Aes Sedai de pleno derecho…, ¡suponiendo que lleguéis a serlo algún día!, estaréis constreñidas a la obediencia de los Tres Juramentos, pero incluso de las novicias se espera que hagan lo posible por vivir como si ya los hubieran prestado.

—¿Y qué me decís de él? —Nynaeve señaló al oficial Capa Blanca que aún seguía allí con aire aturdido. La antigua Zahorí tenía la cara tan tensa como un tambor y parecía tan enojada como la Aes Sedai—. Iba a hacernos prisioneras. Mat moriría si no llega pronto a la Torre y… y…

Egwene sabía qué era lo que Nynaeve luchaba por no decir en voz alta. «Y no podemos permitir que ese saco caiga en otras manos que no sean las de la Amyrlin».

Verin miró cansinamente al Capa Blanca.

—Sólo trataba de amedrentarnos, hija. Sabía perfectamente que no podía obligarnos a ir a ninguna parte en contra de nuestra voluntad, pues ello le habría acarreado más problemas de los que estaba dispuesto a asumir. Aquí, desde donde ya se divisa Tar Valon, no se habría atrevido. Con un poco de tiempo y paciencia, yo habría conseguido que nos dejaran pasar. Oh, reconozco que habría intentado matarnos de haber podido hacerlo desde un sitio oculto, pero ningún Capa Blanca que tenga un mínimo de cerebro intentaría atacar a una Aes Sedai que sabe que se encuentra allí. ¡Mirad lo que habéis hecho! ¿Qué irán contando por allí esos hombres y qué fama nos van a hacer?

—No es un acto de cobardía combatir a los poderes que desmembraron el mundo —declaró el oficial, que se había ruborizado ante la mención de un ataque furtivo—. ¡Las brujas de Tar Valon queréis volver a desmembrar el mundo al servicio del Oscuro! —Verin sacudió la cabeza con fatigada incredulidad.

—Lamento mucho lo que he hecho —aseguró Egwene al oficial, deseosa de enmendar el desaguisado. Se alegró de no estar sometida, como lo estaban las Aes Sedai, a la promesa de no pronunciar palabra alguna que no fuera cierta, porque lo que había dicho apenas si era una verdad a medias—. No he debido portarme de ese modo y os pido disculpas. Estoy segura de que Verin Sedai os curará las contusiones. —El hombre dio un paso atrás como si le hubieran propuesto ser desollado vivo, y Verin exhaló un sonoro bufido—. Hemos realizado un largo viaje —prosiguió Egwene— desde la Punta de Toman y, de no haber estado tan cansada, nunca habría…

—¡Calla, muchacha! —gritó Verin al tiempo que el Capa Blanca gruñía:

—¿La Punta de Toman? ¡Falme! ¡Estuvisteis en Falme! —Retrocedió, tambaleante, otro paso y medio desenvainó la espada. Egwene no alcanzó a deducir por la expresión de su cara si pretendía atacar o defenderse. Hurin acercó su caballo al Capa Blanca, con la mano en la maza, pero el Hijo de la Luz de demacrado rostro continuó vociferando, arrojando en su furia espumarajos por la boca—. ¡Mi padre murió en Falme! ¡Byar me lo dijo! ¡Vosotras lo matasteis por vuestro falso Dragón! ¡Velaré porque paguéis con la muerte por ello! ¡Veré el día en que acabéis en la hoguera!

—Impetuosa chiquilla —suspiró Verin—. Casi tan imprudente como los niños a la hora de dejar la lengua suelta. Id con la Luz, hijo mío —dijo al Capa Blanca.

Sin añadir otra palabra, partió a la cabeza rodeando al hombre, pero sus gritos los siguieron.

—¡Me llamo Dain Bornhald! ¡Recordadlo, Amigos Siniestros! ¡Haré que temáis mi nombre! ¡Recordad mi nombre!

Cuando los gritos de Bornhald se hubieron apagado a sus espaldas, cabalgaron un rato en silencio.

—Yo sólo intentaba arreglar las cosas —dijo al cabo Egwene, sin dirigirse a nadie en concreto.

—¡Arreglarlas! —murmuró Verin—. Debes aprender que existen momentos para revelar toda la verdad y otros para sujetar la lengua. Aunque sea la más insignificante de las lecciones que debes aprender, es importante, si quieres vivir lo bastante como para llevar el chal de una hermana consagrada. ¿No se te había ocurrido pensar que tal vez las noticias de lo ocurrido en Falme habían viajado más deprisa que nosotros?

—¿Por qué había de ocurrírsele? —contestó Nynaeve—. Ninguna de las personas que hemos encontrado había oído más que rumores, en el mejor de los casos, y en las tierras que recorremos desde hace un mes ni siquiera habían llegado los rumores.

—¿Y todas las novedades han de realizar el mismo trayecto que nosotros para propagarse? —replicó Verin—. Nosotros hemos avanzado lentamente y los rumores vuelan por un centenar de caminos distintos. Siempre debéis prever lo peor, hijas; de ese modo, todas las sorpresas que recibáis serán agradables.

—¿A qué se ha referido al hablar de mi madre? —se interrogó de pronto Elayne—. Debía de mentir. Ella nunca se enemistaría con Tar Valon.

—Las reinas de Andor siempre han mantenido relaciones de amistad con Tar Valon, pero todo cambia. —El rostro de Verin había recobrado su placidez, pero su voz evidenciaba cierta tensión. Se giró sobre la silla para mirarlos a todos, a las tres jóvenes, a Hurin y Mat, postrado en la camilla—. El mundo es extraño, y todo cambia. —Remontaron una loma y divisaron ante ellos un pueblo de amarillentos tejados que se arracimaban en torno al gran puente que conducía a Tar Valon—. Ahora es cuando verdaderamente debéis poneros en guardia —les advirtió Verin—. Ahora comienza el auténtico peligro.

11

Tar Valon

El pueblecito de Dairein llevaba casi tanto tiempo emplazado junto al río Erinin como Tar Valon en su isla. Sus pequeñas casas y tiendas rojas y pardas, sus calles adoquinadas, transmitían una sensación de permanencia, pero la población había sido quemada durante la Guerra de los Trollocs, saqueada varias veces en el transcurso de la Guerra de los Cien Años y también con ocasión del asedio a que sometieron Tar Valon los ejércitos de Artur Hawkwing e incendiada de nuevo en la Guerra de Aiel, ocurrida hacía menos de veinte años. Aun cuando aquélla fuera una historia agitada para una aldea, la situación de Dairein al pie de uno de los puentes que comunicaban con Tar Valon garantizaba su continuada reconstrucción, a despecho de las veces que la destruyeran. Al menos, mientras Tar Valon siguiera en pie.

Al principio Egwene tuvo la impresión de que Dairein esperaba una nueva guerra. Un cuadro de piqueros recorría las calles, con los rangos y filas tan erizados como un cepillo de cardar la lana, seguido de arqueros tocados con chatos yelmos que cargaban aljabas rebosantes de flechas y arcos en bandolera. Un escuadrón de jinetes con armadura, cuyos rostros quedaban ocultos tras las barras de acero de las viseras, cedieron el paso a Verin y a su comitiva obedeciendo a una señal realizada por su oficial. Todos llevaban en el pecho la Llama Blanca de Tar Valon, semejante a una nívea lágrima.