Выбрать главу

—¿Te encuentras bien, Ampolla? —preguntó la kalanesti.

—No —respondió la kender—. Me duele todo el cuerpo.

—¿Puedes andar?

—Sí; pero Palin y Rig no. Creo que están vivos, pero no se mueven.

—Continúa hablando —ordenó Feril—. Me guiaré por el sonido de tu voz. Tendrás que ayudarme a sacarlos de aquí. —Comenzaba a ver retazos de color: el gris de la piedra, el blanco de la arena, el rojo del fuego de Palin, que seguía ardiendo. Sin embargo, los colores se fundían entre sí—. Será difícil, Ampolla.

—¿Difícil? Querrás decir imposible. Los dos son muy corpulentos.

Mientras caminaba hacia la kender, Feril procuraba concentrarse, enfocar los objetos. Pero de repente se detuvo en seco e inclinó la cabeza. Había oído un aleteo a su espalda; tenue, pero inconfundible. Se volvió a tiempo para ver un borroso arco de luz que avanzaba a su encuentro, procedente de una sombra azuclass="underline" otro drac. Lo seguían otras cuatro manchas azules.

—¡Corre, Ampolla! —gritó mientras se arrodillaba.

Un rayo pasó por encima de su cabeza. Otro drac abrió la boca y disparó un segundo rayo. Feril lo esquivó y cayó en el camino de un tercero. El rayo le dio en el hombro y la arrojó violentamente al suelo.

—¡Feril!

La kender echó un último vistazo a sus amigos caídos y al drac que se acercaba y luego echó a correr más rápidamente de lo que había corrido en su vida.

2

Mirielle Abrena

El Caballero de Takhisis corría por el polvoriento sendero. Su larga espada le golpeaba la pierna y amenazaba con enredarse en la larga capa negra. Corría torpemente, sorteando las chozas en llamas y los cuerpos de los ogros que habían cometido la imprudencia de desafiarlos. Mientras saltaba un cuerpo decapitado y atravesaba una nube de insectos atraídos por la sangre, pensó que sus enemigos deberían haberse rendido. Los caballeros les habían dado esa oportunidad. ¿Por qué no habían atendido a razones? Otros clanes de ogros se habían aliado con los caballeros. Sabían que someterse a la Orden era la única medida sensata.

El caballero se detuvo un instante para recuperar el aliento y observar el menudo cuerpo de una niña ogro. Con los miembros retorcidos y rotos, los ojos desorbitados fijos en el vacío, parecía una muñeca vieja. Era uno de los tantos niños que habían muerto durante el ataque. Él sabía que era inevitable. Los caballeros siempre evitaban enfrentarse a aquellos que no podían defenderse. No era honorable. Sin embargo, a veces los niños se cruzaban en su camino.

Corrió hacia un claro en las afueras de la aldea, donde se había reunido parte de su unidad. Al ver a su comandante, aflojó el paso, irguió los hombros y avanzó con movimientos largos y rítmicos —como si estuviera marchando—, tal como le habían enseñado tres años antes, cuando se había unido a la Orden. Se sacudió el polvo de la capa y se enderezó el yelmo. Cuando se detuvo ante su comandante, contrajo el estómago y se puso en posición de firmes.

—Señor —dijo mientras saludaba—, viene la gobernadora general.

—¿Aquí, Arvel?

—Sí, señor. El oficial Deron ha avistado el séquito de la gobernadora general dirigiéndose hacia nuestras trincheras, señor. Me ordenó que os informara de inmediato.

—Muy bien, Arvel. ¡A la fila!

Arvel se unió rápidamente a la primera fila. Así tendría ocasión de ver a la gobernadora general. Con sus trece años, Arvel era el más pequeño de la unidad. Y también el más joven, aunque no por muchos meses. Los Caballeros de Takhisis reclutaban escuderos muy jóvenes. Pocos llegaban a ocupar ese puesto si superaban los quince años.

El corazón de Arvel latió de expectación mientras el comandante inspeccionaba a cada hombre con rapidez pero a conciencia. La gobernadora general estaba allí, ¡en una aldea de ogros en la frontera entre Neraka y Blode! El joven se puso en posición de firmes y procuró permanecer perfectamente erguido mientras aguardaba con emoción. Su malla negra pesaba casi tanto como él, y rogó a la ausente Reina Oscura que le diera fuerzas suficientes para no encorvar los hombros. Un hilo de sudor descendió por su frente, pero resistió la tentación de enjugarlo.

—¡Indumentaria correcta! —exclamó el comandante.

El joven escudero giró la cabeza hasta que su barbilla le rozó el hombro. Entonces la vio, cabalgando lentamente por el sendero en dirección a ellos: la gobernadora general Mirielle Abrena.

Montaba un gigantesco caballo negro, tan negro como la noche, tan negro como la armadura y la cota que lucía. Su cabello era rubio, aunque alguna que otra hebra de plata veteaba los rizos que caían bajo el casco y rodeaban el cuello. Tenía facciones angulosas y una piel tersa, rosada y perfecta. Sus ojos azules eran rasgados y su nariz pequeña, aunque ligeramente ganchuda. El joven escudero pensó que no era una mujer hermosa, pero tampoco carente de atractivo. La palabra que mejor la describía era «poderosa»; la clase de mujer con un porte y unos modales que atraían y retenían miradas.

Ella era el único oficial que había sido capaz de reunir a los dispersos caballeros y convertirlos una vez más en una honrosa Orden. Había subyugado a los draconianos, hobgoblings y ogros de Neraka, ganándose el puesto de gobernadora general y jefa del cuerpo de caballeros. Y estaba allí... ¡a escasos metros de él! Arvel respiró hondo y siguió mirándola. Le echaba unos cincuenta años, aunque aparentaba como mínimo diez menos. Era musculosa, segura y no mostraba señal alguna de fatiga pese a llevar una armadura mucho más pesada que la del joven.

A su espalda cabalgaba más de una docena de hombres, todos montados en caballos negros. Casi todos eran Caballeros del Lirio, como él, guerreros de la Orden. Pero Arvel vio dos hombres con coronas de espinas bordadas en la capa, lo que proclamaba su condición de miembros de la Orden de la Espina. Hechiceros.

Mirielle Abrena desmontó con agilidad a pocos pasos de distancia y saludó al comandante con una inclinación de cabeza.

—¡Gobernadora General Abrena! —anunció éste con un saludo y un ademán que incluía a su unidad—. Nos sentimos muy honrados por vuestra inesperada visita.

—Habéis tomado la aldea rápidamente —dijo ella mirando las filas de hombres.

—Y sólo ha habido unos pocos heridos, gobernadora general. No han matado a ningún caballero.

La mujer se paseó frente a la primera fila.

—¿Y los ogros, comandante? ¿Habéis tomado prisioneros?

Se detuvo a escasos metros de Arvel, y el corazón del escudero latió con fuerza. ¡Estaba tan cerca! Recordaría ese día durante el resto de su vida.

—Sólo tres, gobernadora general. Todos lucharon como perros rabiosos. Y no se rindieron ni siquiera cuando comprendieron que los habíamos derrotado.

—Idiotas —dijo ella—. Pero también admirables. Traedme a esos tres.

Ahora estaba delante de Arvel, con sus fríos ojos clavados en los de él.

—¿Ha sido tu primera batalla? —preguntó.

—No, gobernadora general —se apresuró a responder Arvel. Tenía la garganta seca, y sus palabras sonaron ásperas como ramas marchitas—. Es mi tercera batalla, gobernadora general.

La mujer se balanceó sobre los talones y se alejó unos metros de los caballeros. Los dos hechiceros que la flanqueban guardaron silencio mientras llevaban a los prisioneros ante ella. Los tres ogros eran jóvenes, casi niños. Tenían las manos atadas a la espalda y cojeaban debido a las cuerdas que les unían los tobillos. Miraron a la gobernadora con expresión desafiante y el más grande de los tres blasfemó en la lengua de los ogros cuando los obligaron a arrodillarse.

—Estáis vencidos —declaró la mujer con firmeza—. Nos hemos apoderado de vuestras tierras. Vuestros compañeros han muerto. Sois los únicos sobrevivientes de vuestro clan. —Su voz era monocorde, sin inflexiones—. Este territorio es crucial para nuestros planes de expansión. Desde aquí será más fácil preparar un asalto a Sanction. Es fundamental que ganemos acceso al Nuevo Mar, y la costa de Sanction nos permitirá ampliar nuestros dominios.