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– Monsieur! ¡Eso es deshonroso!

Este fue su primer pensamiento. La niña nacida durante su exilio, hija póstuma de su pobre hermano asesinado por una banda de jacobinos, había conquistado, desde su regreso, todo el cariño de su viejo corazón sometido durante tantos años a la magra dieta del recuerdo de sus afectos.

– ¡Es inconcebible! ¡Vamos! Un hombre liquida semejantes asuntos antes de pensar en pedir la mano de una joven. De manera que si su olvido se hubiera prolongado durante diez años más, se habrá casado antes de recobrar la memoria… En mis tiempos los hombres no olvidaban estas cosas… ni tampoco el respeto que se debe a los sentimientos de una inocente niña. Si yo mismo no los respetara, calificaría ante ella su conducta en una forma por demás desagradable.

El general D'Hubert se desahogó francamente, gruñendo:

– Que no lo detenga esta clase de consideraciones. No corre el menor riesgo de herirla mortalmente.

Pero el anciano no prestó la menor atención a estos desvaríos de enamorado. Tampoco es seguro que oyera.

– ¿De qué se trata? -preguntó-. ¿Cuál es la naturaleza del…?

– Llamémoslo una locura juvenil, Monsieur le Chevalier. Un inexplicable, un increíble resultado de…

Se detuvo en seco. "No me creerá nunca mi historia -pensó-. Se imaginará que me estoy burlando de él y se ofenderá." Y el general D'Hubert volvió a hablar.

– Originado en una locura juvenil, se ha convertido en…

El chevalier lo interrumpió:

– Bueno, entonces tiene que arreglarse.

– ¿Arreglarse?

– Si, no importa a costa de qué sacrificios de su amour propre. Debió haber recordado que estaba comprometido. También se olvidó de eso, supongo. Y luego, va usted y olvida su disputa. Es la más vergonzosa exhibición de ligereza de que jamás haya tenido noticia.

– ¡Santo cielo, monsieur! No se imaginará usted que me enredé en esta riña la última vez que estuve en París, o algo por el estilo, ¿no es así?

– ¿Qué importa la fecha exacta de su insensata conducta? -exclamó el chevalier, con petulancia-. Lo esencial ahora es arreglar la cosa.

Al observar que el general D'Hubert parecía inquieto y deseoso de interrumpirlo, el anciano emigré levantó una mano y pronunció con dignidad:

– Yo también he sido soldado. No me atrevería jamás a sugerir un procedimiento dudoso al hombre que ha de dar su nombre a mi sobrina: Pero le aseguro que entre galants hommes un desafío puede siempre solucionarse pacíficamente.

– Pero saperlotte, Monsieur le Chevalier!, esto sucedió hace quince o dieciséis años. Yo era entonces teniente de húsares.

El chevalier pareció confundido por la vehemente desesperación con que emitía esta información.

– Usted era, teniente de húsares hace dieciséis años -murmuró con asombro.

– ¡Vamos! Por supuesto. No se imaginaria usted que me hicieron general en la cuna, como a un príncipe de sangre real.

En la creciente penumbra púrpura de los campos cuajados de hojas de vid, limitados al Oeste por una estrecha franja de oscuro carmesí, la voz del anciano ex oficial del ejército de los príncipes adquirió un tono de desconfianza y puntillosa urbanidad.

– ¿Estoy soñando? ¿Es esto una broma? ¿O debo entender que ha estado usted posponiendo un lance de honor desde hace dieciséis años?

– Este asunto me ha perseguido durante todo ese tiempo. Eso es lo que quiero decir. Los motivos exactos de la disputa no son fáciles de explicar. En todos estos años nos hemos batido varias veces, naturalmente.

– ¡Qué costumbres! ¡Qué perversión de la hombría¡ Nada podría justificar tan cruel ensañamiento sino la locura sanguinaria de la Revolución, absorbida por toda una generación murmuró abstraído y en voz baja el emigré-. ¿Y quién es su adversario? -preguntó elevando el tono.

– ¿Mi adversario? Se llama Feraud.

Sombrío, con su tricorne y sus ropas pasadas de moda, inmaterial como un escuálido y empolvado fantasma del ancien régime, el caballero evocó un remoto recuerdo:

– Me viene ahora a la memoria el lance de honor sostenido por la pequeña Sofía Derval entre Monsieur de Brissac, capitán de los Guardias, y D'Anjorrant (no el picado de viruelas, sino el otro, el beau D'Anjorrant, como se tenia costumbre de llamarle). Se batieron tres veces en dieciocho meses, en la forma más galante. Todo fue culpa de aquella pequeña Sofía que persistía en jugar…

– No se trata de nada parecido en mi caso -interrumpió el general D'Hubert y lanzó una carcajada irónica-: No es tan simple como eso -agregó-. Ni siquiera tan razonable -terminó en forma casi imperceptible y en seguida hizo crujir los dientes con rabia.

Después de esto, nada alteró el silencio durante un largo rato, hasta que el chevalier preguntó, sin animación:

– ¿Quién es él…, ese Feraud?

– Teniente de húsares, también…, quiero decir, ya es general. Un gascón. Hijo de un herrero, según tengo entendido.

– Ya me lo imaginaba. Ese Bonaparte sentía una predilección especial por la canaille. No me refiero a usted, por supuesto, D'Hubert. Usted es de los nuestros, no obstante haber servido a este usurpador que…

– Dejémoslo en paz -interrumpió bruscamente el general D'Hubert.

El chevalier encogió sus hombros escuálidos. -Malhadado Feraud, hijo de un herrero y alguna zafia aldeana. Vea lo que resulta de mezclarse con gente de esa clase.

– Usted mismo ha hecho zapatos, chevalier.

– Sí, pero no soy hijo de zapatero. Ni usted tampoco, D'Hubert. Usted y yo tenemos algo de que carecen los príncipes, duques y mariscales de Bonaparte, y que ningún poder en la tierra podría darles -replicó el émigré con la creciente animación de un hombre que ha dado con un buen argumento-. Esa clase de gente no cuenta para nada… Todos esos Feraud. ¡Feraud! ¿Quién es el tal Feraud? Un va-nu-pieds disfrazado de general por un aventurero corso con pretensiones imperiales. No existe ninguna razón en el mundo para que un D'Hubert se encanalle en un duelo con semejante individuo. Puede usted excusarse perfectamente de aceptar el desafío. Y si el manant se obstina en mantenerlo, puede simplemente rehusar el encuentro.

– ¿Cree que puedo hacer eso?

– Por supuesto, sin ningún remordimiento.

– Monsieur le Chevalier! ¿A qué país cree haber regresado después de su destierro?

Esto fue dicho en un tono tan rudo, que el anciano levantó violentamente su cabeza inclinada, rodeada de un halo plateado bajo las puntas de su pequeño tricornio. Durante un momento guardó silencio.

– ¡Sólo Dios lo sabe! -dijo, por fin, indicando con lento,y grave ademán la alta cruz erigida al borde del camino sobre un pedestal de piedra, con sus brazos de hierro forjado extendidos, muy negros, contra la franja cada vez más roja del horizonte,. ¡Sólo Dios lo sabe! Si no fuera por este emblema que recuerdo haber visto en este mismo lugar, en los días de mi niñez, me preguntaría a qué hemos regresado los que permanecimos fieles a nuestro Dios y nuestro rey. La voz misma de la gente parece haber cambiado.

– Si, nos encontramos en una Francia muy cambiada -dijo el general D'Hubert.

Parecía haber recobrado su calma. Su tono era levemente irónico.

– Por eso no puedo aceptar su consejo. Además, ¿cómo podría uno rehusar a ser mordido por un perro que desea morder? Es imposible. Créame, Feraud no es un hombre a quien se pueda detener con rechazos y excusas. Pero habría otra manera de proceder. Podría, por ejemplo, enviar un mensajero con un recado al brigadier de la gendarmerie de Senlac. Una simple orden mía serviría para colocar bajo arresto a Feraud y sus dos amigos. Esto provocaría muchos comentarios en ambos ejércitos, tanto en el organizado como en el retirado…, especialmente en este último. Todos canailles. Todos en un tiempo compañeros de armas de Armand D'Hubert. ¿Pero qué puede importarle,a un D'Hubert gente que no existe? O bien puedo enviar a mi cuñado para que informe al alcalde de la aldea. No se necesitaría más para que persiguieran a los brigands, con horquetas y mayales, hasta lanzarlos dentro de algún buen foso hondo y húmedo…, y nadie sabría nada de lo ocurrido. Se hizo esto, a no menos de diez millas de distancia, con tres pobres diablos desbandados de los Lanceros Rojos de la Guardia, que se dirigían a sus hogares. ¿Qué 1e dicta su conciencia, chevalier? ¿Podría un D'Hubert proceder de esta manera con tres hombres que no existen?