Выбрать главу

– Os podéis marchar. Saint Raven solicita un baile, y un duque es un duque al fin y al cabo.

Los hombres se dispersaron refunfuñando y Tris se inclinó ante ella incapaz de impedir que su mirada fuera alegre.

– Señorita Mandeville, a menos que sea absolutamente contraria a que bailemos…

– No va a ser tan tonta. Bailar con usted es un triunfo, aquí y en la India.

Cressida lo miraba a los ojos con sus redondas mejillas ruborizadas. Todo el mundo pensaría que estaba emocionada, pero ¿en realidad estaba enfadada? Bajó la mirada e hizo una pequeña reverencia.

– ¿Cómo me voy a negar, su excelencia?

Su padre los dejó solos en medio de la muchedumbre, que observaría cada movimiento y cada expresión por el simple hecho de quién era él. Tris hizo que apoyara la mano en su brazo y se pusieron a pasear mientras comenzaba el siguiente baile.

– Es la primera vez que estamos juntos en sociedad -dijo Tris mirando hacia adelante como si estuviera diciendo cosas intrascendentes.

– Sí. -Ella sin duda hacía lo mismo. Iba a llevar la situación correctamente, como era de esperar de su intrépida señorita Mandeville-. ¿Por qué has venido? Es tan peligroso.

– No. Confía en mí. Yo… -Casi le soltó su proposición allí mismo, pero todavía le quedaba un poco de sensatez-. Crofton se ha ido del país.

– Oh, qué bien. -Pero la mirada que le lanzó mostraba preocupación-. Me temo que ha dejado veneno tras él. -No después de esta noche… La música indicó que comenzaba el baile.

– Confía en mí, Cressida -dijo suavemente mientras se movían entre las filas.

Era un vals, lo que significaba que estarían juntos durante todo el baile, y que pasarían un rato girando el uno en los brazos del otro. Mucha gente pensaba que era una danza escandalosa, y ahora Tris entendía la razón. Lo volvía loco de placer. Pronto, muy pronto, ella estaría en sus brazos como su esposa.

Al dar las primeras vueltas del vals en brazos de Tris, y aunque le gustara, sintió como si estuviera bailando rodeada de espadas. Aunque según avanzaba el baile, y nadie se ponía a gritar escandalizado, comenzó a soñar. Si podían bailar, ¿tal vez podrían encontrarse, salir en coche por el parque, o pasear por un jardín? Todas las cosas normales que hacen hombres y mujeres…

Pero después se acordó de que tales placeres podían ser un tormento inútil. Ese hombre fascinantemente travieso era un disoluto. Como su padre, era adicto a los lugares salvajes. Incluso después de profesarle su amor, no había podido evitar ir al establecimiento de Violet Vane.

«Puede cambiar», le susurró la esperanza.

«Los hombres nunca cambian», le insistió el sentido común.

Pero estaba ahí, y eso tenía que significar algo. Y él sentía algo por ella. Lo veía en sus ojos, aunque estuvieran blindados por su propia seguridad. Lo sentía a través de su tacto. El amor podía cambiar a la gente, y tal vez con Crofton lejos, no había tanto riesgo de que se produjera un escándalo. Quizás hasta sería posible que se casaran.

Tris estaba ahí, y eso tenía que significar algo.

En esos momentos sus ojos aturdidos vieron que Lavinia se golpeaba su abanico cerrado sobre los labios. Reconocía la señal. Lavinia tenía que contarle algo ahora mismo en el salón de las damas. Oh, Dios. Era algo sobre Saint Raven. Al fin y al cabo, Matt Harbison se encontraba allí, y por la expresión de Lavinia tenía que ser algo malo. Deseó darse la vuelta e ignorar su llamada, pero debía de ser algo que tenía que saber.

Sin decir nada, se escapó tras su amiga, y en cuanto entraron en el salón, Lavinia la arrastró al sofá. Cressida miró a su alrededor, pero por ahí no había nadie excepto las doncellas. Tendría que tener cuidado con lo que dijera, pues sabía que los comentarios de los sirvientes volaban.

– Es fantástico que haya aparecido el duque -dijo Lavinia radiantemente, tal vez también con las doncellas en mente-. ¡Y es tan guapo de cerca como en la distancia!

– Es verdad. ¿Qué me tienes que decir, Lavinia? La actitud alegre de su amiga se apagó.

– Lo siento… Es que recordé que me dijiste que tenías sentimientos positivos hacia él…

Cressida advirtió que se estaba ruborizando.

– ¿Te da miedo que mi corazón se rompa por un baile?

– No, pero… El asunto, Cressida, es que según Matt todo esto es por una apuesta.

– ¿Una apuesta? Los caballeros apuestan por cualquier cosa.

– Sí, pero…

– ¡Por favor, cuéntamelo!

Lavinia se mordió un labio, y después se puso a hablar en susurros.

– Sir Roger Tiverton vino con el duque, y Matt lo conoce muy bien, así que le contó toda la historia. Saint Raven estaba haciendo una fiesta salvaje en Hertfordshire. Estaban simulando una recepción en Almack; te puedes imaginar algo más tonto. Y entonces alguien apostó que el duque no podía pasar de estar bailando con una prostituta a bailar contigo antes de medianoche. Y ésta -añadió con tristeza- es la única razón por la que ha venido. Pensé que debías saberlo…

A Cressida le dolía incluso respirar aunque no imaginaba la razón. Nunca se había hecho ilusiones acerca del tipo de persona que era. Jamás le había prometido reformarse, y ella realmente no esperaba que lo hiciera. Pero otra orgía, y una apuesta. Una apuesta relacionada con ella, a pesar de que había pensado que se preocupaba por su reputación. Forzó una sonrisa radiante y se levantó.

– La mayoría de la gente no lo sabe, así que el hecho de que haya venido y que baile conmigo será una flor para mi ojal. En la India me beneficiaré dejando caer en las conversaciones que bailé con el duque de Saint Raven.

Lavinia se levantó.

– Me siento tan aliviada. No quería herirte. Cressida incluso consiguió reírse.

– Claro que no estoy herida. Cuando te dije que amaba a Saint Raven, me refería a un amor ligero. Como un juego. Como nuestra ingenua adoración por el actor Kean.

Lavinia se relajó y le sonrió.

– No hay más que ver esta noche lo tonto que se ha puesto todo el mundo con él. ¡Incluso mi madre está nerviosa como una colegiala! La gente intenta repetir la manera en que dice «buenas noches» para comentárselo a su amistades menos afortunadas. Y Deb Westforth se quedó tan abrumada por un comentario halagador que se tuvo que recostar en la antecámara con un trapo empapado de vinagre en la cabeza.

– Pobre hombre -dijo Cressida sabiendo lo que decía.

Lavinia se cruzó de brazos.

– Probablemente le gusta. Vamos. Si me pego a ti tal vez me pida un baile y me suelte un par de comentarios lisonjeros. Eso sería algo que podría contar a mis nietos.

Cressida prefería escaparse a su casa, pero así no haría más que echar leña al fuego. En cuanto regresó a la sala de baile lo vio, como si fuera la única persona real que estaba ahí y los demás no fuesen más que figuras de cera. Se acercó a ella, y ya no pudo escaparse. Se dijo a sí misma que estaba obligada ante Lavinia porque quería conocerlo, pero no estaba segura de si sus pies iban a poder moverse. Y de todos modos, por la manera de mirarla sospechaba que la iba a seguir.

¿Qué quería?

Probablemente había ganado su apuesta, y aunque había puesto su reputación en juego, parecían haber evitado el desastre. O la apuesta consistía en que debía lograr algo más. ¿Un beso? ¿Más que eso? Estaba tan guapo con su traje de noche oscuro y la perfecta camisa blanca. Nunca lo había visto vestido así antes. Le gustaba tanto porque su loca mente se había quedado atrapada en aquellos días en los que su atención de mariposa estaba exclusivamente centrada en ella. Cuando creando la ilusión de que estaban unidos, o más que eso, la había llevado hasta la más intensa de las locuras.

Le sonrió, charlaron un momento, y finalmente hizo que le pidiera un baile a Lavinia. Vio como arrugaba la frente, pero los buenos modales no le dejaban escapatoria. Entonces se acercó su madre, que le ofreció a Roger Tiverton como pareja. A ella también los buenos modales la dejaron sin escapatoria, pero él se comportó correctamente, e incluso se disculpó por su comportamiento en Hatfield.