– Quiero que sepa, señorita Mandeville, que nadie ha hecho caso de las locuras de Crofton. Especialmente ahora que sabemos que ese hombre evidentemente está loco.
– Entonces tendría que sentir lástima por él. Es una pena que no esté recibiendo la atención médica adecuada.
– Es verdad -dijo mientras la dirigía hacia las líneas que se estaban formando-. Bien, señorita Mandeville, dígame que saldrá conmigo mañana.
¿Qué manera de empezar era ésa? ¿Había más gente incluida en la apuesta? Malditos todos. Sin embargo, le sonrió fríamente.
– Lo siento, sir Roger, voy a estar demasiado ocupada. Nos vamos a Plymouth pasado mañana.
– Plymouth, ¿eh? Me interesan los asuntos náuticos, señorita Mandeville. ¡Podría ir allí de excursión!
Cressida apretó la mandíbula y rogó que algo lo impidiera, a pesar de que era el menor de sus problemas. Observó dónde estaba Tris bailando con Lavinia y se aseguró de ponerse en la otra línea, aunque su corazón seguía latiendo con fuerza aterrorizado por lo que pudiera ocurrir después. Terror, o deseo terrorífico. A pesar de toda lógica, una parte de ella anhelaba ser débil y que volvieran a jugar con ella y la trataran con lascivia.
Tris observaba cómo bailaba Cressida, pero con cuidado para no mostrar demasiado interés. Una pequeña atención era el tono adecuado, y cualquier atisbo de su enfervorizada pasión, no. Deseaba quedarse y centrarse por completo en ella, capturarla hasta después de la cena, y quedarse rezagados hasta que sonaran los compases finales del último baile. Sin embargo, eso no lo llevaría a ningún lugar relevante y aumentarían las posibilidades de que se produjera un desastre.
Ahora ella estaba segura de que no habría un escándalo. Tiverton estaba de acuerdo en que no había absolutamente ninguna posibilidad de que la señorita Mandeville llevara una vida secreta asistiendo a orgías con trajes extraños. Le parecía claro que Crofton había inventado toda la historia en despecho por haber sido rechazado. Tris se había encontrado con Pugh y le había llevado a hacer la misma afirmación.
Tiverton estaba dedicado a su cortejo, lo que era un fastidio para Tris, pero nada preocupante. Ya se había establecido el escenario, y la manera de resolverlo era comportarse con la máxima formalidad. Al día siguiente escribiría a sir Arthur pidiéndole permiso para cortejar a su hija, y si se lo daba, para viajar con ellos a Oriente.
Para todo el mundo iba a ser un cortejo rápido, pero no extraño; y en el momento en que lo anunciara formalmente en Saint Raven, nadie se sorprendería.
Como ya estaba todo preparado, lo mejor era marcharse, pues bailar con otras mujeres no le daba ningún placer. Cressida vio irónicamente divertida cómo Tris se iba. Ya había cumplido con su apuesta y por lo tanto se marchaba. En realidad era mejor tener claro lo poco que significaba para él. Y su espalda recta y sus anchos hombros desapareciendo detrás del arco, era lo último que iba a ver de él.
No negaba que tenía el corazón roto, pero sabía que mejoraría. Y si no era así, era preferible ese dolor que vivir día a día como lady Pugh, que agradecía las migajas que ocasionalmente le daban fingiendo ante todo el mundo que no sabía que su marido se divertía con prostitutas.
Ya en su habitación a punto de amanecer, dejó que su doncella la preparara para acostarse. El cansancio la debilitaba, y su memoria viajaba a la última vez en que se había quitado el vestido color verde Nilo.
Luchando con los cierres y el corsé.
Tris le ponía las manos en la espalda.
Ese primer beso. «De verdad que deberías ir…»
Él siempre había sido tan honesto sobre sí mismo, que en realidad no lo podía culpar de nada. Nunca la obligó a hacer nada. La noche de pasión había sido una decisión suya, no de él. Recordaba cómo Tris se había asegurado de que ella comprendiera que eso no significaba nada en el futuro. Era injusto culparlo por no ser como los caballeros convencionales de Matlock con los que se hubiera casado. Era ridículo suponer que él hubiera estado contento con una forma de vida diferente. Si ella no quería la vida de él, ¿por qué Tris iba a querer la suya?
Cressida dejó que la doncella se marchara y se metió en la cama decidida a pensar solamente en lo que tenía que hacer al día siguiente para que el viaje a Plymouth fuera más cómodo. Sin embargo, su mente no obedecía y, a pesar del agotamiento, no podía dormir. Al final puso una dosis del Elixir de Morfeo del doctor Willy en un vaso de agua y se lo bebió. Se recostó luchando por controlar su mente, pero no volvió a saber nada hasta que la despertó la doncella a la mañana siguiente.
CAPITULO 31
Los opiáceos siempre hacían que Cressida se sintiera sin fuerzas. Consideró la posibilidad de pasarse el resto del día en la cama, pero podían venir visitas y había mucho que hacer.
Desayunó en su dormitorio repasando la lista de cosas que necesitaba, pero entonces la llamaron para que fuera al estudio de su padre. Oh Dios, ¿qué pasaría ahora? Él estaba ansioso por ponerse en marcha para ir a la India, y quería llegar a Plymouth con suficiente tiempo para poder supervisar la organización de su equipaje. Seguramente no quería que nada retrasara la partida.
La miró desde su escritorio con el ceño fruncido.
– Siéntate Cressy. Pareces una sombra de ti misma. ¡No sueles estar tan mal después de una noche de baile!
– Había tanto que hacer, padre.
Él asintió.
– Y te comportaste de maravilla. Si hubieras sido hombre serías muy buena para los negocios. -Recogió la carta-. Mira esto. Después de lo de esta noche no me sorprende, pero resulta que el duque de Saint Raven me pide permiso para cortejarte.
Cressida se quedó mirándolo sorprendida.
– ¿Por carta? -preguntó, ya que eso le parecía lo más ridículo de todo.
– No hay nada malo en eso. Es una buena manera de hacer las cosas aunque esté pasado de moda. ¿Bien? ¿Qué me dices? Como salimos mañana, me pide que le permita viajar con nosotros. No me oculta que desea una gran dote, pero afirma que ha considerado mucho tu buen carácter y tu sensatez. Lo que demuestra que tiene más sentido común del que me esperaba. ¿Bien?
Cressida quería pasarse las manos por su cuidadosamente peinado cabello.
– Confieso que te echaré de menos -prosiguió su padre-, pero no impediré que sigas tu vida. Es muy difícil que seas indiferente a un hombre así, y además te convertirías en duquesa, nada menos.
– Oh, padre, ¡eso es lo último que querría ser!
¿Tris quería casarse con ella? Eso hacía tambalear los fundamentos de su fuerza, pero intentó agarrarse a la sensatez.
Su padre resopló.
– Mira Cressy, no me tomes por tonto. Fuiste de escondidas a Hatfield, y allí había un duque. Hay algo más en la historia que no me contaste. He hecho indagaciones sobre él. Es un granuja y un descarado, pero trata decentemente a la gente y paga sus deudas, incluso a los comerciantes, y eso es una rareza entre los de su clase. Incluso ha hablado con mucha inteligencia una o dos veces en el Parlamento.
Cressida se miraba sus manos entrelazadas.
– Es un libertino, padre. Vino al baile después de estar en una fiesta salvaje. Por una apuesta en la que se vio expuesto mi nombre El hizo una mueca.
– Lo he oído. Y esta noche también me he enterado de historias que no había sabido antes.
Cressida sintió que se había ruborizado.
– Hay gente que no tiene nada mejor que hacer que chismorrear, y por alguna razón lord Crofton lanzó unos cuantos rumores.
– Es un hombre al que nunca hubiera querido conocer. ¿Pero qué pasa con Saint Raven? ¿Qué le respondo? ¿O quieres hacerlo tú?
– ¡No! -respondió y se quedó paralizada.