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¿Podía ser eso una extensión de la apuesta? No, no podía estarse comprometiendo de por vida por una apuesta. Probablemente quería casarse de manera temeraria, y eso con ella no iba a funcionar.

– Diga que no, padre. De la manera más amable posible, diga que no. -Lo miró y continuó-: ¿Nos podemos ir hoy? Lo antes posible. Hay que organizar muchas cosas.

Él hizo un gesto con la cara.

– ¿Y ya está? No diré que estás equivocada, querida. Todo el mundo considerará que has sido una loca por no aprovechar la oportunidad de convertirte en duquesa, pero no eres del tipo de personas que de gran importancia al rango y a los títulos. Y como dices, es un libertino. He conocido a muchos, y rara vez cambian. Lo llevan en la sangre, igual que yo llevo el ser aventurero. Algunas mujeres son muy felices con un marido trotamundos, pero dudo que tú lo seas. Especialmente si esa persona te importa.

Ella no dijo nada a eso. No había necesidad.

– Entonces, ¿nos podemos marchar hoy, padre? ¿Y podrías retrasar un poco tu respuesta?

– No hay nada que le impida perseguirnos.

– Ya lo sé, pero tal vez se dé cuenta de que no tiene sentido.

Tris leyó la carta de sir Arthur con fría incredulidad.

– Parece que no ha sido una respuesta feliz.

– ¿Tal vez no se lo comentó? -dijo mirando a Cary. Cary levantó las cejas y miró hacia abajo.

Tris se sorprendió al descubrir lo físicamente doloroso que le resultaba todo eso. Le dolía la mandíbula, la garganta y el pecho.

– Ella lo debe haber entendido mal…

– Es posible -aceptó Cary complacientemente.

Tris se levantó, dobló la carta con cuidado y la dejó a un lado.

– No me lo voy a creer hasta que lo escuche de sus propios labios. Sé que hay muchos inconvenientes, pero estoy seguro de que hay bastante conexión entre nosotros… Puedo arreglar las cosas. La protegeré…

Cary también se había levantado.

– En todo caso vamos a ver si te recibe.

– Me recibirá.

Tris no dio cuenta de lo severo de su tono hasta que Cary dijo.

– Oh Dios. He extraviado el ariete y las armas de asedio… Eso le hizo reír.

– Maldición, conozco a Cressida. Jamás se negaría a verme. Esto tiene que ser un malentendido. Tiverton, maldito sea, contó lo de la apuesta. Tal vez eso la ofendió.

Pero cuando llegó a casa de Cressida en Otley Street, la aldaba estaba sacada de la puerta, y cuando sus golpes hicieron que saliera un sirviente, éste le contó que los Mandeville se habían marchado más o menos hacía una hora, y que su contrato de arrendamiento ya se había terminado.

Tris estuvo un rato frente a la casa aturdido y furioso.

– Mandaron la carta cuando ya se iban. ¡No se lo deben haber dicho!

Se dirigió a su cabriolé, pero Cary lo agarró del brazo.

– ¿Por qué querría haberlo ocultado?

– Quiere irse a la India. Es un bruto egoísta. Pero no se va a salir con la suya.

Tris se soltó, subió al cabriolé e hizo que los caballos se pusieran a toda carrera en dirección a Newington Gate. Cary se quedó en la calle maldiciendo y decidió correr al establo más próximo para alquilar un caballo.

La visión del cabriolé adelantándolos no fue una sorpresa demasiado grande para Cressida. Estaba preparada para un viaje con mucho frenesí, pero una vez que subió al carruaje no tenía nada que hacer más que pensar.

Tris la iba a seguir. Ella iba sentada de espaldas a los caballos cuando lo vio venir conduciendo el carruaje ligero a toda velocidad, de una manera que le era dolorosamente familiar. Tenía que haberle escrito la carta ella misma. Así hubiera aceptado su decisión. Bien le había escrito una severa nota a sir Roger Tiverton, y no había vuelto a saber de él.

El carruaje se detuvo.

– ¿Qué? -dijo el padre levantando la vista de un libro.

– Debe de ser un accidente -dijo la madre mirando hacia fuera.

– Es Saint Raven -les explicó Cressida.

Sus padres la miraron, y ella comprobó que no estaban sorprendidos, y que tal vez pensaban que su negativa era una locura, y que recuperaría la cordura.

– ¡Sería un marido espantoso! -exclamó.

Tris abrió la puerta completamente encendido, pero con fría dignidad.

– Señorita Mandeville ¿me dedicaría un poco de tiempo?

Ella tragó saliva a través de su adolorida garganta, pero bajó del carruaje sin apoyarse en la mano que le había estrechado. Él se puso rojo y dio un paso atrás. Su cabriolé hacía un ángulo con respecto al camino y les bloqueaba el paso, de modo que el mozo se hizo con el control de sus humeantes caballos. Detrás, el carro con el equipaje también se había detenido, y los sirvientes miraban hacia afuera con los ojos abiertos como platos. El camino estaba tranquilo, pero en cualquier momento podía llegar otro vehículo cuyos propietarios se quedarían sorprendidos, y se detendrían para preguntar si necesitaban su ayuda.

Más chismorreos.

No lo soportaría.

Cressida se apartó seis pasos del carruaje y habló rápidamente.

– Probablemente piensa que mi padre no me mostró la carta, su excelencia, o algo igualmente extremo. Pero sí lo hizo. Y aunque soy perfectamente consciente del honor que me ha hecho, lamento mucho no poder convertirme en su esposa.

La cara de Tris estaba tensa, pero ahora se había quedado completamente blanca.

– ¿Por qué?

– Pensaba que se suponía que los caballeros nunca preguntaban eso.

– Probablemente, pero soy un duque. Explícamelo. Yo… estoy convencido de que sientes algo importante por mí, señorita Mandeville.

Las emociones que afloraban de él tenían tanta fuerza que ella se acordó de su primer encuentro, y del terror que sintió. Pero ahora estaba segura.

Cressida apartó la mirada de él y se puso a contemplar los pacíficos campos dorados. Darían una cosecha muy buena, a pesar de que en la mayoría de los campos los veranos cortos eran malos.

– No niego que usted tiene muchas virtudes, su excelencia…

– Así es, pero estoy dispuesto a mejorar.

– Quiero decir que no niego sus muchas cualidades, pero nuestras personalidades no armonizan bien. -Miró hacia atrás rogando que la hubiera entendido-. Parece imposible que yo le haya podido hacer daño, pero creo que así ha sido. Sólo dolerá un tiempo, ¡pero si nos casamos lo hará toda la vida! Usted está siguiendo una fantasía. Está acostumbrado a conseguir lo que desea, y ahora mismo me quiere a mí. Dios mío, ése es el desafío ¿verdad? Mi escapada no hace más que añadirle tensión. Pero si nos casamos, todo eso acabará ¿no lo ve? Yo lo aburro -dijo ignorando su protesta-, y usted volverá a llevar una vida más emocionante, y yo no me voy quedar sonriendo dulcemente ante algo así. -Extendió las manos-. Usted me convertirá en una bruja, y yo a usted en un marido monstruoso, y además no quiero ser duquesa. Puede encontrar una esposa mejor que yo.

El parecía más que nada confundido.

– No tienes una opinión demasiado elevada de mí ¿verdad?

A ella le dolía la cara de tanto contener las lágrimas.

– He dicho que tiene muchas cualidades.

– Pero no virtudes.

– Eso lo dice usted, no yo.

Vio cómo él inspiraba con fuerza.

– Cressida, puedo ser el hombre que quieres que sea. Eso es más que una fantasía. ¡Maldición!

– ¡No maldiga delante de mí!

– Antes no te importaba.

Ella miró a su alrededor preocupada por si alguien lo pudiera haber escuchado.

– Fue una corta locura. No era yo, y no era usted.

– Te amo, ya te lo he dicho antes, y no he cambiado. Ella lo miró a los ojos.

– Precisamente.

Se hizo un silencio cortante. Los ojos de él se volvieron oscuros. Ella sentía el latido de su violento deseo, pero esta vez estaba segura de que no se apoderaría de ella, ni que la apartaría de su familia y los sirvientes…