– ¿Por qué piensa que yo podría querer esto?
– ¡Ah! Las mismas palabras que dijo él cuando le ofrecí un dibujo de usted. Interesante ¿verdad?
Ella le lanzó una mirada fría.
– Cuando a alguien le ofrece algo que no quiere ¿qué otra cosa se puede decir? Me da la impresión de que se está entrometiendo en asuntos que no tienen nada que ver con usted, señor Bourreau.
Ella siguió caminando y el mantuvo el paso.
– ¿Ah sí? Señorita Mandeville, vine a Inglaterra buscando venganza, y para exprimir al máximo al frívolo duque de Saint Raven. Pero por desgracia me encontré con un amigo. Más que eso, alguien que podría haber sido mi hermano si las circunstancias hubieran sido diferentes. Ahora tenemos que separarnos y probablemente no sepamos demasiado el uno del otro. Pero no puedo evitar involucrarme. He encontrado a mi querida Miranda, y deseo que mi primo tenga lo mejor.
Eso era tan sorprendente que Cressida se detuvo y lo miró fijamente.
– ¿Se refiere a Miranda Coop?
– ¡Exacto! -dijo con una sonrisa brillante-. Una reina entre las mujeres. En Francia se convertirá en mi respetable esposa. Quizás algún día pueda visitar nuestro hogar perfectamente decente.
– Olvídelo. Estoy a punto de zarpar hacia la India.
Él miró el bosque de mástiles.
– Ah sí. La India. ¿De verdad piensa que va a ser feliz allí?
– Estoy dispuesta a intentarlo.
– Pero ¿no intentará embarcarse en otras aventuras? ¿Qué pasa si le digo que Saint Raven se siente terriblemente desdichado?
– Lo lamento muchísimo, señor, pero no tengo manera de ayudarlo.
– ¿Y si le cuento que esta noche en un baile de máscaras va a pedirle a la fría señorita Swinamer que sea su duquesa? No su esposa. Pienso que ella es incapaz de ser su esposa. Hemos hablado su amigo Cary y yo, y hemos pensado que eso no debería ocurrir. Por eso he venido.
Sacó otro dibujo y lo puso delante de ella. Era Phoebe Swinamer muy detalladamente. El excelente retrato era muy bello, pues plasmaba sus hermosos rasgos, e incluso una ligera sonrisa, pero de una manera muy sutil también mostraba su absoluta falta de corazón. Una muñeca de porcelana tendría más sensibilidad hacia el mundo que había más allá de sus intereses egoístas.
Cressida apartó la mirada.
– ¿Qué espera que haga yo?
– Que se case con él.
Ella se volvió hacia Bourreau.
– Sacrificarme para hacerlo feliz. ¡No, no lo haré! ¿Por qué tendría que hacerlo?
– ¡Sacrificarse! -Casi lo escupió-. Tiene tanto miedo a la diferencia que hace un agujero y se entierra en él. Allí todo estará muy bien porque se sentirá segura. ¡Pero estará en un agujero! ¿Qué tipo de vida es ésa? La vida ofrece emociones, sabores y placeres exquisitos, pero sólo a los que están dispuestos a aventurarse fuera de sus seguros agujeros.
Cressida se dio cuenta de que no podía expresarse bien en francés así que volvió al inglés.
– No soportaría que me fuera infiel.
– ¿Y por eso prefiere no tenerlo en absoluto?
– Sí.
– Pero ¿eso tiene sentido?
– ¡Sí!
Él se encogió de hombros.
– Es como decig que pog miedo a seg envenenado no hay que comeg nada. Pego si ése es su pgecio, pídalo. Pídale que le haga votos de fidelidad.
– Eso ya se incluye en los votos del matrimonio, señor Bourreau, pero muchos de los de su clase parecen ignorarlo.
– ¿De su clase? ¿Qué sabe de los de su clase? ¿Lo compara con Crofton, Pugh y gente de ese tipo?
– Se puede saber cómo es alguien conociendo las compañías que frecuenta.
Dios santo, ahora sonaba como si fuera la señorita Wenworthy.
– Estos días no tiene ninguna compañía. ¿Qué le dice eso? Ahoga Nun's Chase está disponible paga las monjas, aunque está pensando en vendeglo. En estos momentos vive como una monja, o mejog dicho, como un monje.
– Es muy difícil que llegue a morirse por mantenerse una semana casto.
La miró a los ojos y rompió a hablar francés tan rápido que ella tuvo que hacer un esfuerzo para entenderlo.
– Dios mío, ¿no se lo explicó? ¡Qué idiota! -y dijo otras palabras más que ella no conocía.
Pero se calmó.
– Señorita Mandeville, esa orgía se organizó para limpiar su nombre. Miranda representó a una hurí delante de todos aquellos hombres que la habían visto en ese lugar. Como a la misma hora usted estaba delante de todo el mundo en Londres, con eso quiso terminar con todas las sospechas.
Cressida sintió como si los embates de las olas hicieran temblar la tierra que tenía bajo sus pies.
– ¿Y la apuesta?
– Un toque de última hora, tal vez muy loco. Pero una apuesta siempre se recuerda y un baile tal vez no. Tiverton se lo tomó como si fuera una carrera, y eso incrementó el efecto. Por supuesto usted nunca tendría que haber sabido nada de esto.
– En todos los círculos hay chismorreos… -dijo Cressida dando vueltas al asunto para no volver a sentir esperanzas, pero no podía evitarlo-. ¿Y qué pasó con Violet Vane? Supe que frecuentaba asiduamente esa casa.
Bourreau escupió unas palabras que ella no comprendió.
– ¡Discúlpeme, por favor! Me da mucha rabia lo estúpidos que hemos sido. ¡Claro que esas cosas se saben!
– Entonces, como ve…
– ¡No, no! Usted debe ver las cosas claras. Le ruego que me crea. Mi primo estaba allí porque quería poner fin a todo eso. En Stokeley Manor sospechó sobre la edad de algunas de las ninfas. Y como tenía cierta relación con La Violette, fue tras ella. Por desgracia ese tipo de comercio no se ha erradicado, pero se le ha bloqueado el paso.
Era posible que fuese todo mentira, pero había algo en sus palabras, y en el comportamiento de Bourreau, que le decía que podía ser verdad. Además, era muy difícil, casi imposible, pensar eso de Tris.
– También le puedo decir -dijo- aunque simplemente lo creo, que no ha estado en la cama de ninguna mujer desde que nos encontramos en Hatfield.
Ella nuevamente se giró para mirar el mar, consciente de que estaba en el momento más crucial de su vida. El señor Bourreau tenía razón cuando decía que se estaba metiendo en un agujero, o tal vez una madriguera. Un lugar cómodo y seguro, que sólo le ofrecía placeres menores, aunque la protegiera contra los dolores que la atormentaban.
¿Pedir fidelidad? Como ella decía, era algo que ya incluían los votos matrimoniales, pero tal vez el ritual cegaba a la gente acerca de su verdadero significado. De pronto se dio cuenta con claridad de que si le pedía a Tris que le prometiera fidelidad, y él aceptaba, no traicionaría su palabra.
– ¿A qué distancia de aquí está Mount Saint Raven? -le susurró temerosa de hablar claramente.
– A unas tres horas. Entonces, ¿vendrá?
Cressida se volvió hacia él.
– ¿Me llevará?
– Por supuesto. No podemos retrasarnos. Lyne intentará que no lo haga, pero como sabe mi primo es difícil de detener. Una vez que le pida la mano a la señorita Swinamer, ya será demasiado tarde. Y ése también será un voto que no podrá romper.
Ella se sintió frenética, como si eso ya estuviese ocurriendo en ese mismo momento.
– ¿Cuándo empieza la fiesta?
– A las nueve.
– Son las cuatro. ¡Tenemos que partir ya!
– Tengo un vehículo esperando.
Cressida se encaminó a toda prisa a la posada.
– Se lo tengo que decir a mi madre.
– ¿La dejará ir?
– Iré de todas maneras, pero se lo tengo que decir.
Se dio mucha prisa y casi se puso a correr a sabiendas de que podía quedar sin aliento a mitad de camino. ¡Al final eres sensata, Cressida! Ruega porque no tengas que pagar un alto precio por tu tardanza. Cuando llegó a la posada casi no podía respirar así que se detuvo en la puerta.
– ¿Y qué pasará si ya no me quiere?
Bourreau se mantuvo indiferente.