Él siguió su mirada.
– Iré yo y la dirigiré desde ahí.
Cressida tuvo que maniobrar entre los invitados que salían, y tuvo que eludir algunos galanteos ocasionales. Como era habitual, la gente en cierto modo actuaba, lo que le hacía más fácil rechazar insinuaciones. Después vio la cabeza del señor Lyne sin sombrero, que fisgaba desde un extremo de la cortina. Estaba examinando la habitación y de pronto señaló con urgencia a la izquierda de ella.
Se sintió aliviada como… como si se hubiera puesto un aceite perfumado. Fue a empujones hacia la izquierda, pero el tocado le dificultaba el avance, especialmente cuando se encontró con una dama medieval con un gran sombrero. Salió de allí, se puso recto el tocado y miró hacia el balcón. El puritano señalaba frenéticamente justo debajo de él. Cressida cambió de dirección y se dirigió a ese punto, mirando a su guía de vez en cuando. De pronto chocó con alguien.
Una pastorcilla. Y esta vez era Phoebe Swinamer con una máscara muy pequeña para que no tapara su belleza.
– ¡Ten cuidado! -la regañó la señorita Swinamer alineando sus volantes de los codos.
Después se volvió a una mujer que sólo llevaba una capa dominó encima de su vestido, aparte de una máscara igualmente pequeña. Era la madre de Phoebe.
– Esperaba haber podido hablar con Saint Raven antes del baile, madre. Es muy decepcionante.
– Es su primer evento importante aquí, querida. Evidentemente ha venido todo el mundo.
– La mayoría pueblerinos. -La bella dama no intentaba hablar más bajo.
– Vamos, vamos, querida, cuida tus modales. Pronto toda esta gente estará a tu cargo, y serán una gran audiencia para el anuncio.
– Espero que Saint Raven no pretenda pasar demasiado tiempo en Cornwall. Está tan lejos de cualquier sitio. Hay que viajar varios días para llegar aquí.
Cressida estaba tan concentrada en la conversación que olvidó mirar a su guía. Y cuando lo vio estaba haciendo un gesto desesperado que no sabía cómo interpretar. Pero entonces se dio cuenta que Tris venía en dirección a ella, pero ¡primero se iba a encontrar con las Swinamer!
Murmuró una excusa y se abrió camino entre ellas. Phoebe se volvió a quejar, pero Cressida sólo miraba a su guía. Un Le Corbeau le bloqueó el paso y ella se agarró a él; éste la miró sorprendido. Era un desconocido.
– ¡Perdone, es que me he tropezado! -dijo entrecortadamente y escapó mientras el tocado se le deslizaba sobre un ojo.
Entonces se encontró cara a cara con Tris, que iba de negro y llevaba máscara, pero no se había puesto ni el bigote ni la barba. Le hizo sonreír. Evidentemente no estaba de espíritu festivo.
– ¿Miranda? Jean-Marie estaba aquí hace un momento -dijo mirando a su alrededor.
¿Debía sentirse ofendida por que no reconociera la diferencia? Llevada por una ola traviesa y de alivio, Cressida dio un paso adelante y pasó los dedos por su chaqueta.
Él agarró su mano.
– Me decepcionas.
Realmente estaba decepcionado, e incluso enfadado, pues pensó que el amor de su primo no le era fiel.
Cressida lo miró a los ojos tras la máscara.
– No soy Miranda.
Él se quedó helado.
– Me ha sentado mal el brandy.
Ella se dio cuenta de que había estado bebiendo. No se tambaleaba, pero arrastraba un poco las palabras y su rostro estaba un poco laxo.
¿Qué decir? Las Swinamer debían estar muy cerca. ¿Qué se imaginaba que tenía que ocurrir? ¿Qué le volviera a pedir la mano dándole una nueva oportunidad?
– ¡Saint Raven!
Era la voz penetrante de lady Swinamer. Estaban llegando. Cressida levantó la otra mano de modo que agarró la de él con las dos suyas.
– No estás loco. Mi nombre es Cressida Mandeville y me pediste que me casara contigo. -Y añadió desesperadamente-. ¡Y me lo pediste a mí primero!
Él frunció el ceño y durante un terrible momento, Cressida estuvo segura de que había cambiado de opinión. Había sido una fantasía que ya había terminado.
– ¡Saint Raven! -Era lady Swinamer de nuevo, cada vez más cerca, casi junto a ellos.
Tris agarró a Cressida e hizo que se diera la vuelta alejándola de esa voz exigente. La sacó de la sala de baile, y cruzaron el arco, atravesaron el pasillo, descendieron y se metieron bajo el hueco de la escalera. De pronto se detuvo, en una curva que no se veía ni desde arriba ni desde abajo.
– ¿Cressida?
Había una lámpara que pestañeaba proporcionando un poco de luz, pero desafortunadamente no les llegaba, y ella no lo podía ver claramente, pero su voz le decía lo que necesitaba saber.
De manera planeada o por casualidad, terminaron con ella un peldaño más arriba de modo que fácilmente podía acariciar el rostro de Tris.
– Quiero cambiar mi respuesta, si me lo permites. Pero tengo que solicitarte algo importante.
Las manos de Tris cubrieron las de ella.
– ¿Qué?
– No tengo derecho a pedirte nada. Estaba enloquecida. Supe que habías estado en la casa de Violet Vane, y supuse lo peor. Escuché que viniste a mi baile por una apuesta, y que venías de una orgía. Me lo creí.
– Cressida…
Ella selló sus labios con los pulgares.
– Pero por el bien de los dos te tengo que pedir algo. Por favor, Tris, ¿puedes prometerme que me serás fiel todos los años de nuestra vida? Si me lo juras nunca más volveré a dudar de ti.
El apretó los pulgares de ella contra sus labios, y Cressida sintió sus palabras además de escucharlas.
– Te lo prometo. No me puedo imaginar que vaya a tener necesidad de nadie más que de ti.
Una explosión de felicidad la dejó sin palabras, y entonces dijo:
– No me gustan las galletas con el glaseado rosa.
¿Por qué eso? ¿En un momento como ése? Tris iba a pensar que era idiota.
Pero se rió.
– Y ¿por qué no? Si podemos comer ostras, comer insectos no es tan raro. Y la miel, al fin y al cabo, se la comen los insectos… Estoy un poco borracho, amor mío. Perdóname.
– Sólo si me besas -dijo acercándose a él, pero uno de sus cuernos chocó contra la pared haciendo que le cayera el griñón sobre la cara, y el otro empujó el sombrero de Tris.
Riéndose se lo sacó y se deslizaron para sentarse en los peldaños. Tris lanzó su sombrero y el tocado que rodaron por las escaleras. Cressida le sacó la máscara y por fin pudo ver su amado rostro. El desató la de ella y con mucha pericia, y también le soltó el cabello. Ella sintió cómo le caía por la espalda mientras Tris la besaba. Tenía muchas ganas de que la besara después de esas largas semanas separados.
Pero no era suficiente. Sentía cómo su deseo despertaba. Deseo físico y algo más. Era una ardiente necesidad de ser suya, y reivindicarlo como suyo. Mientras se besaban se subió sobre él y deslizó sus manos bajo su chaqueta. Necesitaba más. Piel. Se puso a tirar de su camisa. Pero él retrocedió y le cogió las manos.
– Cressida, amor…
Pero entonces se miraron y ella se dio cuenta de que se podía saltar todos los detalles prácticos. Tris se levantó con ella todavía agarrada a él con brazos y piernas y subió las escaleras hasta donde había luz. En el pasillo hizo que Cressida se bajara, aunque lo hizo de mala gana. Entonces la levantó en brazos y la alejó de la música y el parloteo de la sala de baile. Subió las escaleras y se adentró por el pasillo…
Ella no prestaba atención a nada más que a él. Le deshizo la corbata, y le acarició el cuello y la mandíbula. Después le metió los dedos por el pelo e hizo que bajara la cabeza. Él se detuvo y se volvieron a besar con tanta pasión que Cressida pensó que volvía a estar embriagada con el brebaje de Crofton y que estaba dispuesta entregarse a Tris ahí mismo en el pasillo.
Escucharon algo. Ella abrió los ojos y dejaron de besarse. Pasaba una criada que llevaba una pila de ropa, y que los miró levantando las cejas con una sonrisa torcida. En otros tiempos, Cressida se hubiera horrorizado, sin embargo le devolvió la sonrisa. Tris la miró sin sonreír, pero tampoco con la cara seria.