Vamos. Brillante. ¿Cómo podía explicar su risa? «No me hagan caso, simplemente me reí de la ridiculez de todo esto. Ustedes preocupadas por el pelo y yo por mi primo muerto.»
– ¿Encuentras divertido mi pelo? -preguntó la viuda, severa.
Y, él, dado que no tenía nada que decir, simplemente se encogió de hombros y contestó:
– Un poco.
La viuda emitió un bufido de indignación, y Grace lo miró francamente furiosa.
– El pelo de las mujeres siempre me divierte -aclaró él-. Tanto trabajo que se toman, cuando lo único que desea cualquiera es verlo suelto.
Al parecer las dos se relajaron un poco; ese comentario, si bien atrevido tal vez, le quitó peso al insulto. Después de dirigirle una irritada mirada, la viuda reanudó la conversación con Grace.
– Podría pasar la mañana con Maria -dijo-. Ella le enseñará lo que hay que hacer. Coja a una de las fregonas de la cocina y practique con ella. Agradecerá la oportunidad, no me cabe duda.
Grace no pareció en absoluto entusiasmada, pero asintió.
– Muy bien -musitó.
– Procure que no afecte al trabajo de la cocina -añadió la viuda y se zampó el último bocado de una manzana asada-. Un peinado elegante es bastante compensación.
– ¿De qué? -preguntó Jack.
La viuda lo miró, con la nariz algo más puntiaguda que de costumbre.
– ¿Compensación de qué? -repitió él, pues tenía ganas de contrariarla.
La viuda lo miró otro momento más largo y sin duda decidió que era mejor no hacerle caso, pues nuevamente se volvió hacia Grace.
– Podría comenzar a hacer mis baúles cuando haya acabado con Maria. Y, después, ocúpese de inventar una historia apropiada para explicar nuestra ausencia. -Agitó la mano, como si eso fuera de lo más sencillo-. Una partida de caza en Escocia iría muy bien. En la frontera, diría yo. Nadie se lo creerá si dice que voy a las Highlands.
Grace asintió en silencio.
– Pero algo alejado del camino trillado, eso sí -continuó la viuda, con expresión de que lo estaba disfrutando-. Lo último que necesito es que alguna de mis amigas intente ir a verme.
– ¿Tiene muchas amigas? -preguntó Jack, en tono tan amable que ella estaría todo el día pensando si la había insultado o no.
– La duquesa viuda es muy admirada -se apresuró a decir Grace, como la perfecta dama de compañía que era.
Jack decidió no hacer ningún comentario.
– ¿Ha estado en Irlanda? -preguntó Grace a la viuda.
Y él alcanzó a ver la mirada furiosa que esta le dirigió a él antes de mirar a su empleada.
– Noo, por supuesto que no -contestó, con la cara arrugada-. ¿A qué diablos habría ido allí?
– Se dice que tiene un efecto calmante en el temperamento -dijo Jack.
– Hasta el momento no me impresiona mucho su influencia en los modales -replicó la viuda.
– ¿Me encuentra maleducado?
– Te encuentro impertinente.
Él miró a Grace, suspirando tristemente.
– Y yo que creía que iba a ser el nieto pródigo que no hace nada mal.
– Todo el mundo hace algo mal -dijo la viuda, secamente-. De lo que se trata es de lo poco o mucho que se hace mal.
– Yo diría que es más importante lo que uno hace para corregir el error.
– O tal vez -ladró la viuda, furiosa-, uno podría arreglárselas para no cometer el error, en primer lugar.
Jack se inclinó hacia ella, ya interesado.
– ¿Qué hizo mi padre que estuviera tan mal?
– Se murió -dijo ella, en un tono tan amargado y frío que desde su lado de la mesa Jack oyó la inspiración que hizo Grace.
– No lo culpará por eso, ¿verdad? Una terrible tormenta, un barco que hacía aguas…
– No debería haberse quedado tanto tiempo en Irlanda -siseó la viuda-. Para empezar, no debería haber ido. Se le necesitaba aquí.
– Usted -dijo Jack afablemente.
La cara de la viuda perdió su habitual rigidez y él creyó ver que se le humedecían los ojos. Pero fuera cual fuera la emoción que la invadió, la aplastó al instante. Enterró el tenedor en un trozo de beicon, se lo llevó a la boca, masticó y lo tragó.
– Lo necesitábamos aquí. Todos.
Grace se puso de pie.
– Iré a buscar a Maria ahora, excelencia, si le parece bien.
Jack se levantó también. De ninguna manera iba a permitir que ella lo dejara solo con la viuda.
– Creo que me prometió un recorrido por el castillo.
Grace miró a la viuda, luego a él y nuevamente a la viuda. Finalmente esta agitó la mano diciendo:
– Ah, llévelo a hacer ese recorrido. Debería ver su patrimonio antes que nos marchemos. Puede tener su sesión con Maria después. Yo me quedaré aquí a esperar a Wyndham.
Y antes que llegaran a la puerta la oyeron decir en voz baja:
– Si es que ese sigue siendo su título.
Grace estaba tan furiosa que no se quedó a esperar educadamente al otro lado de la puerta, y ya iba por la mitad del corredor cuando el señor Audley le dio alcance.
– ¿Esto es un recorrido o una carrera? -preguntó, esbozando esa sonrisa que ella ya conocía.
Pero esta vez sólo le aumentó la furia.
– ¿Por qué la ha provocado? -soltó-. ¿Por qué hace eso?
– ¿El comentario sobre su pelo, quiere decir? -preguntó él, con una de esas miradas inocentes que dicen «¿qué podría haber hecho mal?»
Cuando tenía que saberlo muy, muy bien.
– Todo -contestó acalorada-. Estábamos estupendamente bien tomando el desayuno, y usted…
– Puede que usted estuviera estupendamente bien -interrumpió él, y su voz tenía un filo que ella no le conocía-. Yo estaba conversando con Medusa.
– Sí, pero no tenía por qué empeorar las cosas provocándola.
– ¿No es eso lo que hace su santidad?
Ella lo miró desconcertada y enfadada.
– ¿De qué habla?
– Perdón. -Se encogió de hombros-. Del duque. He notado que él no se muerde la lengua en su presencia. Se me ocurrió emularlo.
– Señor Aud…
– Ah, pero he hablado mal. No es un santo, ¿verdad? Simplemente es perfecto.
Ella no pudo hacer otra cosa que mirarlo sorprendida. ¿Qué había hecho Thomas para ganarse ese desdén? Con todo derecho debería ser él el que estuviera de malhumor. Y probablemente lo estaba, para ser justa, pero al menos se había ido a desahogar su furia a otra parte.
– Su excelencia se dice, ¿verdad? -continuó el señor Audley, sin disminuir en nada el desdén en la voz-. Tengo tan poca educación que no sé la forma correcta de tratarlos.
– Yo no he dicho eso. Tampoco lo ha dicho la duquesa, podría añadir. -Exhaló un suspiro de irritación-. Ahora va a estar enfurruñada todo el día.
– ¿No lo está normalmente?
Buen Dios, deseó golpearlo. Claro que la viuda era difícil siempre. Él lo sabía. Pero ¿qué podía ganar comentándoselo, aparte de la exaltación de su persona, de su ironía e ingenio?
– Estará peor -dijo, mordaz-. Y seré yo la que lo pague.
– Mis disculpas, entonces -dijo él y se inclinó en una contrita venia.
De pronto Grace se sintió incómoda. No porque creyera que él se burlaba de ella, sino porque estaba segura de que no se burlaba.
– No ha sido nada -balbuceó-. No le corresponde a usted preocuparse de mi situación.
– ¿A Wyndham sí?
Ella lo miró, y quedó algo cautivada por la franqueza de su mirada.
– No -dijo-. Sí, se preocupa, pero no…
No, no se preocupaba. Thomas cuidaba de ella, sí, y en más de una ocasión había intervenido cuando consideraba que la habían tratado injustamente, pero jamás se quedaba callado ante su abuela para conservar la paz. Y ella ni soñaría con pedírselo. Ni con regañarlo por no callarse.
Era el duque. Ella no podía hablarle de esa manera, por muy amigos que fueran.
Pero el señor Audley era…