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Lady Amelia sonrió.

– Yo soy la segunda de cinco, así que sé valorar su opinión.

– ¡Cinco! ¿Todas chicas?

– ¿Cómo lo ha sabido?

– No tengo ni idea -repuso él, sinceramente-, sólo que es una imagen muy encantadora. Habría sido una lástima ensuciarla con un chico.

– ¿Siempre tiene pico de plata, capitán Audley?

Él la obsequió con una de sus mejores sonrisas sesgadas.

– A excepción de cuando es de oro.

– ¡Amelia!

Los dos se giraron a mirar. Era Grace, que acababa de entrar en la sala.

– Y señor Audley -dijo ella, mirándolo sorprendida.

– Oh, lo siento -dijo lady Amelia, mirándolo a él-. Creí que era «capitán» Audley.

– Lo soy -dijo él, con un leve encogimiento del hombro-. Depende de mi estado de ánimo. -Miró a Grace y se inclinó en una venia-. Es realmente un privilegio volverla a ver tan pronto, señorita Eversleigh.

Ella se ruborizó. ¿Lo notaría lady Amelia?, pensó él.

– No sabía que estaba aquí -dijo ella después de hacerle la reverencia.

– No hay ningún motivo para que lo supiera. Yo iba en dirección a la puerta para salir a hacer una saludable caminata cuando lady Amelia me salió al paso.

– Creí que era Wyndham -dijo lady Amelia-. ¿No es extrañísimo eso?

– Pues sí -contestó Grace, con aspecto de sentirse muy incómoda.

– Claro que yo no estaba mirando con mucha atención -continuó lady Amelia-, y seguro que eso lo explica. Sólo lo vi por el rabillo del ojo cuando pasó por delante de la puerta abierta.

– Explicado así tiene mucha lógica, ¿verdad? -dijo Jack, mirando a Grace.

– Mucha -repitió Grace, y miró atrás por encima del hombro.

– ¿Espera a alguien, señorita Eversleigh?

– No, sólo pensé que su excelencia podría querer venir a acompañarnos. Esto… dado que está aquí su novia.

– ¿Ha vuelto, entonces? -preguntó Jack-. No lo sabía.

– Eso es lo que me dijeron -dijo Grace, y él tuvo la seguridad de que mentía, aunque no logró imaginarse por qué-. Yo no le he visto.

– Ha estado ausente algún tiempo -dijo Jack.

Grace tragó saliva.

– Creo que debo ir a buscarlo.

– Pero si acaba de llegar aquí.

– De todos modos…

– Lo haremos llamar -dijo él, puesto que de ninguna manera le iba a permitir escapar fácilmente. Por no decir que le hacía ilusión que el duque lo encontrara ahí con Grace y lady Amelia. Atravesó el salón y le dio un tirón al cordón para llamar-. Ya está. Hecho.

Grace sonrió incómoda y se dirigió al sofá.

– Creo que me voy a sentar.

– Yo también -dijo lady Amelia al instante.

Siguió a Grace a toda prisa y se sentó a su lado. Quedaron sentadas muy juntas, tiesas y con aspecto de sentirse incómodas.

– Qué cuadro más atractivo forman las dos -comentó él, porque, francamente, ¿cómo podría no embromarlas?-. Y yo sin mis óleos.

– ¿Pinta, señor Audley? -preguntó lady Amelia.

– Ay de mí, no, pero he estado pensando en tomar unas cuantas clases. Es una actividad noble para un caballero, ¿no les parece?

– Ah, sí, desde luego.

Se hizo un silencio, y lady Amelia le dio un codazo a Grace.

– El señor Audley aprecia muchísimo el arte -soltó Grace.

– Entonces debe de estar disfrutando de su estancia en Belgrave -dijo lady Amelia.

Su cara era el cuadro perfecto de afable interés. Él pensó cuánto tiempo le habría llevado perfeccionar esa expresión. Como hija de un conde, tendría muchísimas obligaciones sociales. Se imaginaba que esa expresión, plácida, inmóvil aunque no hostil, le era muy útil.

– Espero con ilusión el recorrido para ver la colección -contestó-. La señorita Eversleigh ha consentido en enseñármela.

Lady Amelia se giró hacia Grace lo mejor que pudo, tomando en cuenta que estaban casi pegadas.

– Muy amable de tu parte, Grace.

Grace gruñó algo que tal vez pretendía ser una respuesta.

– Pensamos evitar los cupidos -dijo él.

– ¿Cupidos? -repitió lady Amelia.

Grace desvió la cara.

– He descubierto que no me gustan.

Lady Amelia lo miró con una expresión mezcla de irritación e incredulidad.

– ¿Qué tienen los cupidos que no le gustan?

Él se sentó en el brazo del sofá de enfrente.

– ¿No los encuentra algo peligrosos?

– ¿Bebés regordetes?

– Llevan armas letales.

– No son verdaderas flechas.

– ¿Qué le parecen a usted, señorita Eversleigh? -preguntó él, en otro intento de hacerla participar en la conversación.

– No suelo pensar en los cupidos -repuso ella, secamente.

– Sin embargo, hemos hablado de ellos dos veces.

– Porque usted ha sacado el tema.

– Mi vestidor está francamente lleno de ellos -explicó él a lady Amelia.

Esta giró la cara hacia Grace.

– ¿Has estado en su vestidor?

– No con él -dijo Grace, con bastante brusquedad-. Pero lo he visto.

Jack sonrió para su coleto, pensando qué decía de él que le gustara tanto crear problemas.

– Perdón -masculló Grace, avergonzada de su exabrupto.

– Señor Audley -dijo lady Amelia, mirándolo muy resuelta.

– Lady Amelia.

– ¿Sería de muy mala educación si la señorita Eversleigh y yo diéramos una vuelta por el salón?

– Claro que no -dijo él, aunque en la cara de ella veía que sí lo consideraba de mala educación.

Pero no le importaba. Si las damas querían contarse secretos, de ninguna manera él haría algo por estorbarlas. Además, disfrutaba viendo caminar a Grace.

– Gracias por su comprensión -dijo lady Amelia, y acto seguido se cogió del brazo de Grace y se levantó, levantándola a ella-. Siento la necesidad de estirar las piernas, y creo que su paso sería demasiado enérgico para una dama.

Cómo había podido decir eso sin atragantarse con la lengua, no lo sabía. Pero se limitó a sonreír y a observarlas avanzar hacia la ventana, caminando muy juntas, alejándose de él hasta que estuvieron fuera del alcance de sus oídos.

CAPÍTULO 13

Grace se dejó llevar. Amelia impuso el paso, y tan pronto como estuvieron al otro lado del salón, esta comenzó a contarle en susurros lo ocurrido esa mañana: su encuentro con Thomas; cómo vio que este necesitaba su ayuda, y luego algo acerca de su madre.

Grace se limitaba a asentir, mirando de tanto en tanto hacia la puerta. Thomas llegaría en cualquier momento y aunque no tenía idea de qué podía hacer para impedir un encuentro que sin duda sería desastroso, no podía pensar en otra cosa.

Y Amelia continuaba hablándole en susurros. Tuvo la suficiente presencia de ánimo para captar el final, cuando Amelia dijo:

– Te ruego que no lo contradigas.

– Por supuesto que no -se apresuró a decir, porque sin duda Amelia le había hecho la misma petición que le hiciera Thomas. De lo contrario, no tenía ni idea de a qué se estaba comprometiendo al añadir-: Tienes mi palabra.

Pero en ese momento no sabía si le importaba.

Continuaron caminando, guardaron silencio cuando pasaron cerca del señor Audley, que las miró sonriendo y les hizo un gesto de comprensivo asentimiento.

– Señorita Eversleigh -musitó-, lady Amelia.

– Señor Audley -respondió Amelia.

Grace consiguió decir lo mismo, pero la voz le salió desagradable, como un graznido.

Cuando ya se habían alejado lo suficiente del señor Audley, Amelia reanudó la conversación en susurros.

Justo entonces se oyeron fuertes pasos en el corredor. Grace se giró a mirar, pero sólo era un lacayo que pasó llevando un baúl.

Tragó saliva. Buen Dios, la viuda ya había comenzado a preparar su equipaje para el viaje a Irlanda y Thomas ni siquiera sabía de sus planes. ¿Cómo pudo olvidar decírselo durante la entrevista?