Выбрать главу

Y entonces se acordó de Amelia, a la que había olvidado aun cuando iban cogidas del brazo.

– Lo siento -se apresuró a decir, pues supuso que le tocaba a ella hablar-. ¿Has dicho algo?

– No -repuso Amelia, negando con la cabeza.

Grace se dio cuenta de que mentía, pero de ninguna manera se lo iba a discutir.

Entonces se oyeron otros pasos en el corredor.

Grace no pudo soportar el suspenso ni un momento más.

– Discúlpame -dijo, y soltándose del brazo fue a toda prisa hasta la puerta. Eran más criados que iban pasando, todos ocupados en los preparativos del inminente viaje a Irlanda. Volvió al lado de Amelia y se cogió de su brazo otra vez-. No era el duque.

– ¿Alguien va a ir a alguna parte? -preguntó Amelia, mirando a los dos lacayos que pasaron al otro lado de la puerta, uno llevando un baúl y el otro una sombrerera.

– No -dijo Grace. Pero detestaba mentir, y lo hacía fatal, además, así que añadió-: Bueno, supongo que alguien podría, pero no lo sé.

Y eso era mentira también. Fabuloso. Miró a Amelia y trató de sonreír alegremente.

– Grace -dijo Amelia en voz baja, mirándola muy preocupada-. ¿Estás bien?

– No, o sea, sí. Estoy muy bien.

Volvió a sonreír alegremente, pero le pareció que la sonrisa le salió peor que la anterior.

– Grace -susurró entonces Amelia, en un tono inquietantemente astuto-, ¿estás enamorada del señor Audley?

– ¡No!

Santo cielo, la exclamación le salió demasiado fuerte. Miró al señor Audley, y no porque quisiera mirarlo, sino porque acababan de dar la vuelta en el rincón y estaban de cara a él otra vez y no pudo evitarlo. Él tenía la cabeza ligeramente inclinada, pero vio que la estaba mirando, bastante desconcertado.

– Señor Audley -dijo, porque puesto que él la estaba mirando le pareció correcto darse por aludida, aun cuando él estuviera muy lejos para oírla.

Y tan pronto como tuvo la oportunidad, giró la cara hacia Amelia y susurró enérgicamente:

– Acabo de conocerlo. Ayer. No, anteayer. -Bueno, sí que era boba. Movió la cabeza y resueltamente dirigió la vista al frente-. No me acuerdo.

– Has conocido a caballeros interesantes estos últimos días -comentó Amelia.

Tuvo que volver a mirarla.

– ¿Qué quieres decir?

– El señor Audley -bromeó Amelia-, el bandolero italiano.

– ¡Amelia!

– Vamos, no pasa nada, dijiste que era escocés, o irlandés. No estabas segura. -Frunció el ceño, pensativa-. ¿De dónde es el señor Audley, por cierto? Tiene un tono algo cantarín también.

– No lo sé -dijo Grace, entre dientes.

¿Dónde estaba Thomas? Temía su llegada, pero esperar era peor.

Y entonces Amelia, santo cielo, ¿por qué?, exclamó:

– Señor Audley.

Grace se giró a mirar hacia una pared.

– Estábamos preguntándonos de dónde es usted -continuó Amelia-. Su acento no me es conocido.

– De Irlanda, lady Amelia. De un poco al norte de Dublín.

– ¡Irlanda! -exclamó Amelia-. Ah, caramba, es de muy lejos.

Habían acabado de dar la vuelta al salón, así que Amelia se soltó el brazo y fue a sentarse, pero Grace continuó de pie. Entonces comenzó a avanzar hacia la puerta de la manera más disimulada posible.

– ¿Cómo lo está pasando en Lincolnshire, señor Audley? -oyó preguntar a Amelia.

– Lo encuentro de lo más sorprendente.

– ¿Sorprendente?

Grace asomó la cabeza al corredor, medio escuchando la conversación.

– Mi visita no ha sido como esperaba -dijo él, y Grace se imaginó su sonrisa traviesa al decir eso.

– ¿No? ¿Qué esperaba? -preguntó Amelia-. Le aseguro que somos bastante civilizados en este rincón de Inglaterra.

– Muchísimo -musitó él-. Más de lo que yo prefiero, en realidad.

– Vamos, señor Audley, ¿qué puede significar eso?

Si él contestó, Grace no lo oyó, porque justo en ese instante vio a Thomas avanzando por el corredor, muy bien arreglado y con aspecto de duque otra vez.

– Ah -se le escapó-. Discúlpenme.

Salió al corredor agitando las manos como una loca hacia Thomas, en silencio, para evitar que Amelia y el señor Audley se dieran cuenta de su inquietud.

– Grace -dijo él, avanzando con mucha resolución-. ¿Qué significa esto? Penrith me dijo que Amelia ha venido a verme. ¿Es cierto?

No aminoró el paso al acercarse y ella comprendió que su intención era que ella caminara a su lado.

– Thomas, espera -susurró y, cogiéndole el brazo, lo detuvo.

Él se giró a mirarla con una ceja arqueada, altivo.

– El señor Audley -dijo ella, alejándolo más de la puerta-. Está en el salón.

Thomas miró hacia la puerta del salón y luego a ella, sin comprender.

– Con Amelia -siseó ella.

En él desapareció hasta la última traza de su imperturbable exterior.

– ¿Qué diantres? -Volvió a mirar hacia el salón, aun cuando desde donde estaba no podía ver nada-. ¿Por qué?

– No lo sé -dijo ella, y la voz le salió brusca, por la irritación. ¿Cómo iba a saber ella el por qué?-. Estaba ahí cuando yo llegué. Amelia dijo que lo vio pasar por el corredor y creyó que eras tú.

Él se estremeció, visiblemente.

– ¿Qué le ha dicho?

– No lo sé. Yo no estaba ahí. Y después no he podido interrogarla en presencia de él.

– No, claro que no.

Ella esperó en silencio a que él dijera algo más. Se estaba apretando el puente de la nariz y daba la impresión de que le dolía la cabeza. Con el fin de decirle algo que no fuera desagradable, añadió:

– Estoy segura de que él no le reveló su… -vamos, santo cielo, ¿cómo podía decirlo?-, su identidad. -Terminó, haciendo un mal gesto.

Thomas le dirigió una mirada absolutamente horrible.

– No es culpa mía, Thomas -replicó.

– No he dicho que lo fuera.

Su voz sonó abrupta, y, sin añadir una palabra más, reanudó la marcha hacia el salón.

Desde el instante en que Grace salió del salón, ni él ni lady Amelia habían dicho ni una palabra; fue como si hubieran llegado a un acuerdo tácito; y el silencio continuó mientras los dos intentaban oír lo que se decía en el corredor.

Él siempre se había considerado mejor que muchos para escuchar conversaciones ajenas, pero no lograba ni siquiera captar el sonido de los susurros. De todos modos, tenía bastante buena idea de lo que decían. Grace le advertía a Wyndham que el malvado señor Audley le había enterrado las garras a la hermosa e inocente lady Amelia. Entonces Wyndham soltaría una maldición, en voz baja, lógicamente, pues jamás sería tan grosero como para maldecir en voz alta delante de una dama, y querría saber qué se había dicho.

Todo el asunto sería enormemente divertido si no fuera por ella, y la mañana. Y el beso.

Grace.

Deseaba recuperarla. Deseaba a la mujer que había tenido en sus brazos, no a la que estuvo caminando muy rígida por el perímetro del salón con lady Amelia, mirándolo como si él fuera a robar la plata en cualquier momento.

Era divertido, en cierto modo. Y debía felicitarse, supuso. Lo que fuera que ella sentía por él no era desinterés, que podría haber sido la más cruel de las reacciones.

Pero estaba comprendiendo que, por primera vez, la conquista de una dama no era un juego para él. No le interesaba la emoción de la caza, ni mantenerse en un agradable y entretenido paso por adelante, ni planificar la seducción y luego llevarla a cabo con elegancia y florituras.

Sencillamente la deseaba.

Tal vez incluso para siempre.

Miró hacia lady Amelia. Estaba inclinada, con la cabeza ligeramente ladeada, como para poner el oído en el mejor ángulo posible.

– No podrá oírlos -dijo.

La mirada que le dirigió ella no tuvo precio; y fue absolutamente falsa.