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– Vamos, no simule que no era eso lo que intentaba -la regañó-. Lo era.

– Muy bien -dijo ella, y pasado un momento preguntó-: ¿De qué cree que están hablando?

Ah, la curiosidad siempre ganaba con las chicas. Era más inteligente de lo que le pareció al conocerla. Se encogió de hombros, fingiendo ignorancia.

– Difícil saberlo. Jamás presumiría de conocer la mente femenina, ni la de nuestro estimado anfitrión.

Ella lo miró sorprendida.

– ¿No le cae bien el duque?

– No he dicho eso -contestó él, pero, claro, los dos sabían que había querido decir eso.

– ¿Cuánto tiempo va a estar en Belgrave?

Él sonrió.

– ¿Impaciente por librarse de mí, lady Amelia?

– Noo, no. Vi a los criados llevando baúles. Pensé que podrían ser suyos.

A él le costó no cambiar de expresión. No sabía por qué lo sorprendía que la viejecita ya hubiera comenzado a hacer su equipaje.

– Me imagino que pertenecen a la viuda -contestó.

– ¿Va a ir a alguna parte?

Él casi se rió al verle la esperanzada expresión.

– A Irlanda -dijo, distraído, y sólo entonces se le ocurrió que tal vez no había que informar de los planes a esa mujer en particular.

O tal vez era la persona a la que realmente había que decírselo. Se merecía saberlo, sin duda. Se merecía la santidad, en su opinión, si de verdad pensaba casarse con Wyndham. No lograba imaginarse nada menos agradable que pasar la vida con ese gazmoño arrogante.

Y entonces, como si su pensamiento lo hubiera llamado, apareció el gazmoño arrogante.

– Amelia.

Wyndham estaba en la puerta en todo su esplendor ducal; salvo por su hermoso ojo, pensó con cierta satisfacción. El moretón se veía peor que la noche pasada.

– Excelencia -repuso ella.

– Cuánto me alegra verte -dijo Wyndham cuando ya se había sentado-. Veo que has conocido a nuestro huésped.

– Sí, el señor Audley es muy ameno.

– Mucho -dijo Wyndham.

Lo dijo con cara de haberse comido un rábano picante, en opinión de Jack; él detestaba los rábanos picantes.

– Vine a ver a Grace -dijo lady Amelia.

– Sí, por supuesto -contestó Wyndham.

– Y yo la encontré primero, ay de mí -terció Jack, gozando con la incomodidad de la pareja.

La reacción de Wyndham fue un glacial desdén. Jack le sonrió, convencido de que eso lo irritaría más que cualquier cosa que pudiera decir.

– En realidad yo lo encontré a él -dijo lady Amelia-. Lo vi en el corredor, y pensé que era usted.

– Asombroso, ¿verdad? -musitó Jack, y miró a lady Amelia-. No nos parecemos en nada.

– No -dijo Wyndham, secamente.

– ¿Qué le parece a usted, señorita Eversleigh? -preguntó Jack, poniéndose de pie, al parecer el único que había notado que ella entró en el salón-. ¿Tenemos algún rasgo en común el duque y yo?

Grace entreabrió los labios y tardó un segundo entero en contestar:

– Creo que no le conozco lo bastante bien para emitir un juicio acertado.

– Bien dicho, señorita Eversleigh -dijo él, cumplimentándola con un gesto de asentimiento-. ¿Puedo deducir, entonces, que al duque lo conoce bastante bien?

– Llevo cinco años trabajando para su abuela. Durante este tiempo he tenido la suerte de enterarme de algo de su carácter.

– Lady Amelia -dijo Wyndham, claramente impaciente por poner fin a la conversación-, ¿me permites que te acompañe a tu casa?

– Por supuesto.

– ¿Tan pronto? -musitó Jack, sólo por fastidiar.

– Mi familia me estará esperando -dijo lady Amelia, aun cuando antes que Wyndham se ofreciera a llevarla no había manifestado ni un indicio de urgencia por irse.

– Nos marcharemos inmediatamente, entonces -dijo Wyndham.

Su novia se cogió de su brazo y se levantó con él.

– Esto…, excelencia.

Jack se giró al instante, al oír la voz de Grace, que estaba cerca de la puerta.

– ¿Podríamos hablar un momento, eeh… antes que se marchen? Por favor.

Wyndham se disculpó y salió al corredor detrás de ella. Quedaron visibles, aunque era difícil, o más bien imposible, escuchar la conversación.

– ¿De qué podrían estar hablando? -dijo Jack a Amelia.

– No tengo la menor idea -repuso ella, mordaz.

– Yo tampoco -dijo él, en tono alegre y despreocupado, sólo para llevar la contraria; así la vida era infinitamente más entretenida.

Entonces oyeron:

– ¡Irlanda!

Fue la voz de Wyndham, y bastante fuerte. Jack se inclinó un poco para verlos mejor, pero el duque le cogió el brazo a Grace y la alejó de la puerta, dejándola fuera de la vista. Y de los oídos también.

– Tenemos nuestra respuesta -musitó.

– No puede estar molesto porque su abuela va a salir del país -dijo lady Amelia-. Yo diría que estaría pensando en una celebración.

– Yo creo más bien que la señorita Eversleigh lo ha informado de que su abuela pretende que él la acompañe.

– ¿A Irlanda? -exclamó lady Amelia, moviendo la cabeza-. Vamos, debe de estar equivocado.

Él se encogió de hombros, simulando indiferencia.

– Es posible. Soy un recién llegado aquí.

Entonces ella se lanzó en un discurso de lo más vehemente:

– Aparte de que no logro imaginarme por qué la viuda desearía ir a «Irlanda», y no es que a mí no me gustaría ver su hermoso país, pero lo encuentro muy inesperado en ella, pues la he oído hablar con desprecio de Northumberland, de la región de los lagos y de toda Escocia en realidad. -Se interrumpió, tal vez para respirar-. Irlanda me parece un poco lejos para ella.

Él asintió, pues eso era lo que se esperaba de él.

– Pero, francamente, no tiene lógica que ella desee que la acompañe su excelencia. No les agrada la mutua compañía.

– Qué amablemente expresado, lady Amelia -comentó Jack-. ¿A alguien le gusta estar en compañía de ellos?

Ella agrandó los ojos horrorizada, y entonces a él se le ocurrió que tal vez debería haber limitado el insulto a la viuda, pero justo entonces entró Wyndham en el salón, con aspecto furioso y arrogante. Y casi digno del insulto que tal vez le acababa de hacer.

– Amelia -dijo él, con voz enérgica e indiferente-. Creo que no podré acompañarte a tu casa. Te pido disculpas.

– Por supuesto -dijo ella, como si le fuera posible decir otra cosa.

– Lo dispondré todo para tu comodidad. ¿Tal vez te apetecería coger un libro de la biblioteca?

– ¿Puede leer en un coche? -preguntó Jack.

– ¿Usted no? -preguntó ella.

– Yo sí -repuso él con brío-. Puedo hacer casi cualquier cosa en un coche. O con un coche -añadió, sonriendo hacia Grace, que estaba en la puerta.

Wyndham lo miró furioso y cogió a su novia del brazo, levantándola sin mucha ceremonia.

– Ha sido un placer conocerle, señor Audley -dijo entonces lady Amelia.

– Sí, parece que se marcha -dijo él, alegremente.

– Amelia -dijo el duque, en tono más abrupto que antes.

Y acto seguido la sacó del salón.

Jack los siguió hasta la puerta, buscando a Grace, pero ella había desaparecido. Ah, bueno, tal vez eso era para mejor.

Miró hacia la ventana. El cielo se había oscurecido y una lluvia parecía inminente.

Momento para salir a caminar, decidió. La lluvia sería fría, y mojada, claro. Exactamente lo que necesitaba.

CAPÍTULO 14

En los cinco años que Grace llevaba en Belgrave, si bien no se había acostumbrado, por lo menos se había dado cuenta de todo lo que se puede hacer teniendo un poco de prestigio y muchísimo dinero. No obstante, incluso a ella la sorprendió la rapidez con que se pusieron en marcha los planes para el viaje. Antes de tres días ya tenían reservado un barco que los llevaría de Liverpool a Dublín y esperaría ahí en el puerto todo el tiempo que fuera necesario, hasta que ellos estuvieran listos para volver a Inglaterra.