Suponía que Wyndham le daría una pensión con una simpática propiedad rural pequeña lo más lejos posible de Belgrave. La aceptaría, lógicamente; nunca había tenido un orgullo desproporcionado. Pero ¿qué sabía de simpáticas propiedades rurales? Se había criado en una, pero jamás se molestó en prestar atención a la manera de administrarla y llevarla. Sabía limpiar un corral y coquetear con las criadas, pero estaba seguro de que se necesitaba mucho más que eso para hacer de la propiedad algo decente.
Y luego estaba Belgrave, todavía gigantesco ante él, todavía tapando el sol. Buen Dios, si no se creía capaz de administrar una propiedad rural pequeña, ¿qué diablos haría con «esta»? Por no hablar de las muchas otras propiedades que poseían los Wyndham; la viuda las ennumeró durante la cena una noche. No lograba ni imaginarse la cantidad de documentos que había que revisar en el trabajo administrativo: montones de contratos, libros de contabilidad, propuestas, cartas; le dolía el cerebro de sólo pensarlo.
Sin embargo, si no aceptaba el ducado, si como fuera encontraba la manera de pararlo todo antes que se lo tragara, ¿qué tendría para ofrecerle a Grace?
El estómago se le estaba quejando de que se hubiera saltado el desayuno, así que subió deprisa la escalinata hasta la puerta y entró. En el vestíbulo había muchísimo ajetreo, criados yendo y viniendo ocupados en su miríada de tareas, así que su entrada pasó bastante desapercibida, lo que no le importó. Se quitó los guantes, y se estaba frotando las manos para calentárselas, cuando divisó a Grace en el otro extremo del vestíbulo.
Le pareció que ella no lo había visto; echó a caminar en dirección hacia ella, pero al pasar por delante de la puerta de uno de los salones oyó un extraño conjunto de voces y no pudo resistir su curiosidad. Se detuvo y se asomó.
– Lady Amelia -dijo, sorprendido.
Estaba de pie, bastante rígida, con las manos fuertemente cogidas delante. No podía dejar de comprenderla; no le cabía duda de que él estaría tenso y afligido si estuviera comprometido en matrimonio con Wyndham.
Entró en el salón a saludarla.
– No sabía que nos hubiera honrado con su encantadora presencia.
Entonces vio a Wyndham; en realidad era imposible no verlo. El duque estaba emitiendo un sonido bastante macabro, casi parecido a una risa.
A su lado estaba un caballero mayor de estatura media y tripudo. Era un aristócrata de la cabeza a los pies, pero su piel bronceada y curtida indicaba que pasaba mucho tiempo al aire libre.
Lady Amelia tragó saliva y tosió, y tenía el aspecto de sentirse mareada.
– Padre -le dijo al hombre mayor-, ¿me permites que te presente al señor Audley? Es un huésped aquí en Belgrave. Le conocí el otro día cuando vine a ver a Grace.
– ¿Dónde está Grace? -preguntó Wyndham.
Jack detectó algo raro, fuera de lugar, en su tono, pero de todos modos contestó:
– Está al final del vestíbulo. Yo iba caminando…
– No me cabe duda -le espetó Wyndham, sin siquiera mirarlo-. Muy bien -dijo a lord Crowland-, querías saber mis intenciones.
¿Intenciones?, pensó Jack, avanzando unos cuantos pasos. Eso no podía ser otra cosa que interesante.
– Este podría no ser el mejor momento -dijo lady Amelia.
– No, este podría ser nuestro único momento -dijo Wyndham en un tono solemne, extraño en él.
Jack estaba pensando en cómo debía interpretar eso cuando llegó Grace.
– ¿Deseaba verme, excelencia? -preguntó.
Wyndham la miró un momento, perplejo.
– ¿Tan fuerte he hablado?
Grace hizo un gesto hacia el vestíbulo.
– El lacayo le oyó.
Ah, sí, en Belgrave abundaban los lacayos. Y eso facilitaba mucho mantener en secreto lo del viaje a Irlanda.
Pero si a Wyndham le importó, no lo demostró.
– Entre, señorita Eversleigh -dijo, moviendo el brazo en gesto de bienvenida-. Bien podría tener un sitio en esta farsa.
Jack comenzó a sentir inquietud. No conocía bien a su primo, pero ese no era su comportamiento habitual. Estaba demasiado teatral, demasiado solemne; era un hombre empujado hasta el borde del abismo y ahí se estaba balanceando. Él reconocía las señales: había pasado por eso.
¿Debía intervenir? Podría hacer algún comentario tonto para romper la tensión. Eso podría ser útil y confirmaría lo que Wyndham ya pensaba de éclass="underline" que era un payaso desarraigado al que no había que tomar en serio.
Decidió callar.
Observó a Grace, que entró en la sala y fue a situarse cerca de la ventana; logró captar su mirada pero muy brevemente. Parecía tan perpleja como él, y muchísimo más preocupada.
– Exijo saber lo que ocurre -dijo lord Crowland.
– Por supuesto -repuso Wyndham-. Qué mala educación la mía. ¿Dónde están mis modales?
Jack miró hacia Grace. Se había cubierto la boca con una mano.
– Hemos tenido una semana muy emocionante en Belgrave -continuó Wyndham-. Sobrepasa con mucho mis más locas imaginaciones.
– ¿Y con eso quieres decir?
– Ah, sí, probablemente deberías saberlo. Este hombre -agitó la muñeca en dirección a Jack- es mi primo. Podría incluso ser el duque. -Miró a lord Crowland y se encogió de hombros-. No lo sabemos de cierto.
Silencio.
– Oh, Dios mío -exclamó lady Amelia pasado un momento.
Jack la miró. Había palidecido; no logró discernir qué podría estar pensando.
– Entonces el viaje a Irlanda… -dijo su padre.
– Es para determinar su legitimidad -confirmó Wyndham, y con una expresión morbosamente guasona continuó-: Va a ser un buen grupo. Va a ir incluso mi abuela.
Jack controló la expresión de su cara para que no demostrara su horror. Entonces miró a Grace; estaba mirando al duque horrorizada.
En cambio la expresión de lord Crowland sólo se podía calificar de lúgubre.
– Iremos con vosotros -dijo.
– ¿Padre? -dijo lady Amelia, avanzando hacia él casi de un salto.
– No te metas en esto, Amelia -le espetó su padre, sin siquiera volverse a mirarla.
– Pero…
– Te aseguro que nos daremos la mayor prisa posible en determinar esto y te informaremos inmediatamente -dijo Wyndham.
– De esto depende el futuro de mi hija -replicó Crowland acalorado-. Quiero estar ahí para examinar los papeles.
La expresión de Wyndham pasó a letal.
– ¿Crees que pretendemos engañarte? -preguntó en voz peligrosamente baja.
– Sólo velo por los derechos de mi hija.
– Padre, por favor -suplicó Amelia, poniendo la mano en su brazo-. Por favor, sólo un momento.
– ¡He dicho que no te metas en esto! -gritó él, sacudiendo el brazo con tanta fuerza que ella se tambaleó.
Jack avanzó a sostenerla, pero Wyndham ya estaba junto a ellos antes que él pudiera pestañear.
– Pídele disculpas a tu hija -dijo.
– ¿Qué diablos dices? -farfulló Crowland, confuso.
– ¡Pídele disculpas! -rugió Wyndham.
– Excelencia -dijo Amelia, intentando meterse entre ellos-. No juzgue a mi padre con tanta dureza, por favor. Estas son circunstancias excepcionales.
– Nadie sabe eso mejor que yo -dijo Wyndham, aunque sin mirarla, pues estaba mirando la cara de su padre, y no desvió la mirada al decir-: Le pides disculpas a Amelia o te hago expulsar de la propiedad.
Y Jack lo admiró, por primera vez. Ya se había dado cuenta de que lo respetaba, pero eso no era lo mismo. Wyndham era un pelma, en su humilde opinión, pero todo lo que hacía, todas sus decisiones y actos, eran por los demás. Todo lo hacía por Wyndham, el patrimonio, no por su persona. Era imposible no respetar a un hombre así.
Pero esto era diferente. El duque no estaba defendiendo a su gente, sino a una persona. Eso era algo mucho más difícil.
Sin embargo, mientras lo miraba en ese momento, diría que eso se le daba con la misma naturalidad con que respiraba.