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– Esto es lo que vamos a hacer -dijo-. Lo levantaré y pasaré su brazo derecho por encima de mi espalda. Usted se pondrá detrás de mí y lo aguantará.

Daphne hizo lo que le dijo Simon y, aunque en sus adentros le echara en cara aquella actitud tan autoritaria, no dijo nada. Después de todo, por mucho que le pesara, el duque de Hastings la estaba ayudando a escabullirse de una situación de lo más comprometedora.

Si alguien la descubriera allí, estaría en grandes apuros.

– Tengo una idea mejor -dijo ella, de repente-. Dejémoslo aquí.

El duque se giró hacia ella. La miró como si quisiera tirarla por una ventana, preferiblemente una que estuviera abierta.

– Pensaba -dijo, intentando no perder los nervios-, que no quería dejarlo en el suelo.

– Eso era antes de que se me abalanzara encima.

– ¿Y no podría haberme comunicado su cambio de opinión antes de que invirtiera mis energías en levantarlo del suelo?

Daphne se sonrojó. Odiaba que los hombres pensaran que las mujeres eran criaturas indecisas y cambiantes; y todavía odiaba más estarle dando razones para que lo siguiera pensando.

– Está bien -dijo, y dejó caer a Nigel.

La fuerza de la repentina caída a punto estuvo de arrastrar a Daphne consigo. Por suerte, se apartó soltando un grito de sorpresa.

– ¿Podemos irnos ya? -preguntó el duque, con un tono increíblemente paciente.

Ella asintió, dubitativa, mirando a Nigel.

– Parece un poco incómodo, ¿no cree?

Simon la miró. Sólo la miró.

– ¿Está preocupada por su comodidad? -preguntó al final.

Daphne agitó la cabeza, nerviosa, luego asintió y después volvió a agitar la cabeza.

– Quizá debería… quiero decir… espere un momento. -Se agachó junto a Nigel y le desdobló las piernas-. No merecía un viaje en su carruaje -dijo, mientras le arreglaba el abrigo-, pero me parecía demasiado cruel dejarlo aquí en esa postura. Bueno, ya está.

Se puso de pie y levantó la mirada.

Lo único que pudo ver fue al duque mientras se alejaba murmurando algo sobre Daphne y algo sobre las mujeres en general y algo más que no pudo oír.

Aunque quizá fuera mejor así porque dudaba que fuera algún cumplido.

CAPÍTULO 4

Estos días, Londres está invadido por todas las madres ambiciosas. En el baile de lady Worth de la semana pasada, esta autora vio, al menos, once solteros convencidos escondiéndose por los rincones y marcharse corriendo de la casa con esas madres ambiciosas pisándoles los talones.

Es muy difícil decidir quién es, precisamente, la peor de todas aunque esta autora sospecha que, al final, la lucha va a ser muy cerrada entre lady Bridgerton y la señora Featherington, con victoria de esta última por una nariz en el último metro. Al fin y al cabo, hay tres Featherington casaderas en el mercado, mientras que lady Bridgerton sólo tiene que ocuparse de una.

Sin embargo, sería recomendable que todas aquellas personas con dos dedos de frente se mantuvieran muy, muy alejadas de los hombres solteros cuando las Hermanas E, F y H Bridgerton se presenten en sociedad. Lady B no es de las que miran a ambos lados antes de entrar en un salón de baile con tres hijas detrás, y que el Señor nos asista si decide ponerse botas con la punta de metal.

REVISTA DE SOCIEDAD DE LADY WHISTLEDOWN,

28 de abril de 1813

Simon pensó que la noche no podía empeorar. Nunca lo hubiera dicho, pero el extraño encuentro con Daphne Bridgerton acabó por convertirse en lo mejor de aquella velada. Sí, se había quedado horrorizado al descubrir que se había sentido atraído, aunque sólo fuera por unos momentos, por la hermana pequeña de su mejor amigo. Sí, los patosos intentos de seducción de Nigel Berbrooke habían sido un insulto para su sensibilidad de vividor. Y sí, al final, Daphne lo había exasperado hasta lo impensable con su indecisión de tratar a Nigel como aun criminal o preocuparse de él como si fuera su mejor amigo. Sin embargo, absolutamente nada de eso tenía comparación con lo que todavía tuvo que soportar después.

Su fantástico plan de presentarse en el baile, saludar a lady Danbury y marcharse sin que nadie lo viera pronto dejó de ser tan fantástico. Cuando apenas había dado dos pasos en el salón, un viejo compañero de Oxford que, para mayor desgracia suya, recientemente se había casado, lo reconoció. Su mujer era una joven encantadora aunque, desafortunadamente, tenía grandes aspiraciones sociales y se ve que, en cuanto lo conoció, decidió que su camino a la felicidad pasaba por ser la que introdujera al nuevo duque en sociedad. Y Simon, aunque solía definirse como un hombre de mundo y bastante cínico, descubrió que no era lo suficientemente maleducado como para insultar a la mujer de un viejo amigo de universidad.

Y así, dos horas más tarde, le había presentado a todas las chicas casaderas del baile, a todas las madres de las chicas casaderas y, por supuesto, a cada hermana mayor casada de cada chica casadera. Simon no sabría decir qué grupo había sido peor. Las chicas casaderas eran terriblemente aburridas, las madres eran descaradamente ambiciosas y las hermanas… bueno, Simon llegó a plantearse si había ido a parar a un burdel. Seis de ellas le habían hecho insinuaciones sin ningún tipo de paliativos, dos le habían dado notas invitándolo a los tocadores y una incluso le había acariciado el muslo.

En conjunto, Daphne Bridgerton empezaba a parecerle de lo mejorcito.

Y hablando de Daphne, ¿dónde se había metido? Creía haberla visto de reojo hacía más o menos una hora rodeada de sus hermanos, un grupo que intimidaba. No es que, por separado, intimidaran a Simon, pero tenía claro que uno tendría que ser imbécil para provocarlos en grupo.

Pero desde entonces parecía que se la había tragado la tierra. De hecho, era la única chica casadera del baile que no le habían presentado.

No creía que Berbrooke la volviera a molestar después de haberlo dejado en el pasillo. Al fin y al cabo, le había dado un buen puñetazo en la mandíbula y tardaría un rato en despertarse. Y más teniendo en cuenta la cantidad de alcohol que había ingerido durante toda la noche. E incluso, aunque Daphne se había dejado llevar por la compasión cuando su patoso pretendiente se había desplomado en el suelo, no era tan estúpida como para quedarse con él en el pasillo hasta que recuperara la conciencia.

Simon miró hacia donde estaban los hermanos Bridgerton, y le pareció que se lo estaban pasando en grande. Los habían abordado casi tantas jóvenes como a él, pero el ser tres jugaba a su favor. Simon vio que las debutantes no estaban con los Bridgerton ni la mitad de tiempo que estaban con él.

Simon hizo una mueca.

Anthony, que estaba apoyado tranquilamente en la pared, lo vio y levantó la copa de vino que sostenía, sonriéndole. Luego ladeó la cabeza señalando a la izquierda de Simon. Éste se giró, justo a tiempo de encontrarse con otra madre rodeada por sus tres hijas, que llevaban unos vestidos de lo más recargado, llenos de pliegues y volantes aparte de, por supuesto, montones y montones de lazos.

Pensó en Daphne, con su sencillo a la par que elegante vestido verde. Daphne, con esos ojos marrones y esa sonrisa…

– ¡Duque! -exclamó la madre-. ¡Duque!

Simon parpadeó para volver a la realidad. La familia cubierta de lazos lo había rodeado con tanta eficacia que no fue capaz ni de echar un vistazo hacia Anthony.

– Duque -repitió la madre-, es un honor conocerlo.

Simon asintió con la cabeza. No tenía palabras. Las mujeres estaban tan cerca de él que tenía miedo de ahogarse.

– Nos envía Georgiana Huxley -insistió la mujer-. Me dijo que tenía que presentarle a mis hijas.

Simon no recordaba quién era Georgiana Huxley, pero pensó que le apetecía estrangularla.

– Normalmente, no sería tan atrevida -continuó la señora-, pero su padre era muy, muy buen amigo mío.