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– En realidad, me enorgullezco de eso -dijo Colin.

– Afortunadamente, mamá ha podido tomarse un descanso de los innegables encantos de Colin -dijo Anthony-. Acaba de regresar de un largo viaje por Europa.

– He llegado esta misma noche -dijo Colin, con una sonrisa infantil. Tenía un aire juvenil y despreocupado. Simon pensó que no debía ser mucho mayor que Daphne.

– Yo también acabo de regresar de mis viajes -dijo Simon.

– Sí, bueno, pero según tengo entendido usted ha viajado por todo el mundo -dijo Colin-. Me encantaría escucharle hablar de las tierras lejanas.

– Será un placer -dijo Simon, educadamente.

– ¿Ha conocido a Daphne? -preguntó Benedict-. Es la única Bridgerton que está desaparecida.

Simon estaba considerando cuál sería la mejor respuesta a esa pregunta cuando Colin soltó una carcajada y dijo:

– Pobre Daphne; no está desaparecida. Ya le gustaría, pero no.

Simon miró hacia el otro lado del baile, donde estaba Daphne junto a una mujer que debía ser su madre, y parecía completamente agobiada.

Y entonces se le ocurrió que Daphne era otra de esas chicas casaderas a las que sus madres paseaban por todas partes. Le había parecido demasiado sensible y directa para ser una de ellas pero, claro, tenía que serlo. No debía tener más de veinte años y como todavía conservaba el apellido Bridgerton estaba claro que era soltera. Y como tenía una madre… bueno, seguro que se veía sometida a interminables presentaciones.

Parecía tan agobiada como él cuando se había visto rodeado de jóvenes y madres. Aquello lo hizo sentirse mucho mejor.

– Uno de nosotros debería ir a rescatarla -bromeó Benedict.

– No -dijo Colin, sonriendo-. Mamá sólo la ha tenido con Macclesfield diez minutos.

– ¿Macclesfield? -preguntó Simon.

– El conde -dijo Benedict-. El hijo de Castleford.

– ¿Diez minutos? -dijo Anthony-. Pobre Macclesfield.

Simon lo miró con curiosidad.

– Y no lo digo porque Daphne sea aburrida -se apresuró a añadir Anthony-. Pero cuando mamá se empecina en…

– Perseguir -dijo Benedict, para ayudar a su hermano.

– … a un caballero -dijo, con un gesto de agradecimiento hacia su hermano-, puede ser de lo más…

– Exasperante -dijo Colin.

Anthony sonrió.

– Exacto.

Simon miró a Daphne, su madre y el conde. Daphne parecía muy agobiada; Macclesfield no dejaba de mirar a un lado y otro en busca de la salida más cercana; mientras lady Bridgerton tenía un brillo tan ambicioso en los ojos que Simon sintió pena por el pobre conde.

– Deberíamos salvar a Daphne -dijo Anthony.

– Yo también lo creo -añadió Benedict.

– Y a Macclesfield -dijo Anthony.

– Por supuesto -añadió Benedict.

Pero Simon vio que ninguno de los dos hacía ningún movimiento.

– Sólo palabras, ¿no? -dijo Colin, sonriendo.

– Tú tampoco estás corriendo para salvarla -respondió Anthony.

– Ni lo sueñes. Pero yo no he dicho que quisiera hacerlo. En cambio, vosotros…

– ¿Qué diablos os pasa? -preguntó Simon, al final.

Los tres hermanos Bridgerton lo miraron con la misma mirada de culpabilidad.

– Deberíamos salvar a Daphne -dijo Anthony.

– Yo también lo creo -añadió Benedict.

– Lo que mis hermanos no se atreven a admitir -dijo Colin, con sorna-, es que mi madre les asusta.

– Es verdad -dijo Anthony, con un gesto de impotencia.

– Lo admito abiertamente -añadió Benedict.

Simon pensó que nunca había visto nada igual. Allí estaban los hermanos Bridgerton. Altos, apuestos, musculosos, con todas las jóvenes del país suspirando por ellos y ellos totalmente acobardados por una mujer.

Aunque, claro, esa mujer era su madre. Tenía que tenerlo en cuenta.

– Si voy a rescatar a Daff-explicó Anthony-, caeré en las garras de mamá, y en ese caso estaré perdido.

Simon se atragantó con la súbita risa que le provocó la idea de la madre de Anthony paseándolo por el baile y presentándolo a todas las jóvenes solteras.

– Ahora entiendes por qué huyo de estas fiestas como de la plaga- dijo Anthony-. Me atacan por los dos lados. Si las jóvenes casaderas y sus madres no me encuentran, mi madre se asegura de que sea yo quien las encuentre.

– ¡Oye! -exclamó Benedict-. Hastings, ¿por qué no vas tú?

Simon lanzó una mirada a lady Bridgerton que, en ese momento tenía a Macclesfield agarrado por el brazo, y decidió que prefería que lo tacharan de cobarde.

– No nos han presentado, así que creo que sería de lo más inapropiado -dijo.

– Yo no estoy tan seguro -dijo Anthony-. Eres un duque.

– ¿Y?

– ¿Y? -repitió Anthony-. Mamá perdonaría cualquier comportamiento inapropiado si eso significara que un duque le dedicara su tiempo a Daphne.

– Escúchame atentamente -dijo Simon, muy serio-. No soy ningún cordero al que sacrificar en el altar de tu madre.

– Has pasado mucho tiempo en África, ¿no? -interrumpió Colin.

Simon lo ignoró.

– Además, tu hermana dijo…

Los tres Bridgerton se giraron inmediatamente hacia él. En ese mismo instante, Simon supo que había metido la pata. Y bien metida.

– ¿Conoces a Daphne? -preguntó Anthony, en un tono demasiado educado para la intranquilidad de Simon.

Antes de que pudiera responder, Benedict se inclinó hacia él y dijo:

– ¿Por qué no nos lo habías dicho?

– Sí -dijo Colin, con la expresión seria por primera vez en toda la noche-. ¿Por qué?

Simon los miró y entendió perfectamente por qué Daphne seguía soltera. Ese beligerante trío espantaría a todos los pretendientes menos al más decidido, o el más estúpido.

Y eso explicaría lo de Nigel Berbrooke.

– Bueno -dijo Simon-. Me la encontré en la entrada del salón. Era bastante obvio -dijo, mirándolos lentamente-, que era un miembro de vuestra familia, así que me presenté.

Anthony se giró hacia Benedict.

– Debió ser cuando huía de Berbrooke.

Benedict se giró hacia Colin.

– Por cierto, ¿qué ha pasado con Berbrooke? ¿Lo sabes?

Colin se encogió de hombros.

– No tengo la menor idea. Posiblemente, se ha marchado a casa a curarse el corazón roto.

«O la cabeza rota», pensó Simon.

– Bueno, eso lo explica todo -dijo, Anthony, dejando el semblante de hermano mayor para volver a ser el amigo de alma.

– Excepto -dijo Benedict, algo receloso-, por qué no nos lo había dicho.

– Porque no he tenido la oportunidad- respondió Simon, levantando los brazos en señal de rendición- Por si no te has dado cuenta, Anthony, tienes muchos hermanos y necesita mucho tiempo para te los presenten a todos.

– Sólo estamos dos -puntualizó Colin.

– Me voy a casa -dijo Simon-. Estáis locos los tres.

Benedict, que parecía el hermano más protector, sonrió de repente.

– No tienes hermanas, ¿verdad?

– No, gracias a Dios.

– Cuando tengas una hija, lo entenderás

Simon estaba seguro de que nunca tendría una hija, pero no dijo nada.

– Una hermana sirve de prueba -dijo Anthony.

– Y aunque Daff es mejor que la mayoría de chicas de su edad -dijo Benedict-, no tiene tantos pretendientes como las demás.

Simon no entendía por qué.

– No sé bien por qué -dijo Anthony-. Es muy agradable.

Simon pensó que no era el mejor momento para confesar que le había faltado poco para acorralada contra la pared, apretar la cadera a las suyas y besarla apasionadamente. Para ser sincero, si no hubiera descubierto quién era, seguramente lo habría hecho.

– Daff es la mejor-dijo Benedict

Colin asintió.

– La mejor. Es fantástica.

Se produjo una extraña pausa y, entonces Simon dijo:

– Bueno, fantástica o no, no voy a ir a salvarla porque me dejó muy claro que vuestra madre le ha prohibido que la vieran en mi compañía en público.