– Por supuesto.
La tomó en sus brazos y empezó a girar junto con las demás parejas.
– Bien.
Cuando habían dado la vuelta entera al salón, Daphne preguntó:
– ¿Qué les ha explicado a mis hermanos de nuestro encuentro? Le he visto hablando con ellos, ¿sabe?
Simon sonrió.
– ¿De qué se ríe? -preguntó ella.
– Me estaba maravillando de su guante.
– ¿Disculpe?
Simon se encogió de hombros y ladeó la cabeza.
– No creí que fuera tan paciente-dijo-, y ha tardado casi cuatro minutos en preguntarme sobre la conversación que he mantenido con sus hermanos.
Daphne se sonrojó. La verdad era que el duque era tan buen bailarín que ella apenas había pensado en la conversación.
– Pero, ya que lo pregunta-dijo, evitándole cualquier comentario-, les he dicho que nos hemos encontrado en la entrada y que, debido a su fisonomía, la he reconocido como una Bridgerton y me he presentado.
– ¿Y le han creído?
– Si-dijo Simon, pausadamente-. Eso creo.
– No es que tengamos que escondernos de nada -se apresuró a añadir Daphne.
– Claro que no.
– El único villano de esta historia es Nigel, si duda.
– Por supuesto.
Daphne se mordió el labio inferior.
– ¿Cree que todavía estará en el pasillo?
– Le aseguro que no tengo ninguna intención de ir a verificarlo.
Se produjo un extraño silencio, y entonces Daphne dijo:
– Hacía mucho que no asistía a un baile en Londres, ¿verdad? Nigel y yo hemos debido ser un recibimiento lastimoso.
– Usted ha sido el mejor recibimiento. Él no.
Daphne sonrió por el cumplido.
– Dejando aparte nuestra pequeña aventura, ¿ha disfrutado de la velada?
La respuesta negativa de Simon fue tan obvia que incluso, antes de responder, soltó una risa.
– ¿De verdad? -dijo Daphne, arqueando las cejas con curiosidad-. Eso sí que es interesante.
– ¿Mi agonía le resulta interesante? Recuérdeme que, en caso de enfermedad, nunca recurra a usted.
– Oh, por favor -dijo Daphne, burlándose-. No ha podido estar tan mal.
– Sí que ha podido.
– Seguro que no ha sido peor que la mía.
– Debo admitir que parecía bastante aburrida cuando estaba con Macclesfield -admitió él
– Es usted muy amable por decir eso -dijo ella.
– Pero sigo creyendo que mi velada ha sido peor.
Daphne se rió, un precioso sonido que llenó de calidez el cuerpo de Simon.
– Menuda pareja -dijo-. Estoy segura de que podemos encontrar otros temas de conversación más amenos que lo mal que nos lo hemos pasado.
Simon no dijo nada.
Daphne no dijo nada.
– No se me ocurre nada -dijo él.
Daphne volvió a reír, esta vez con más entusiasmo, y Simon volvió a maravillarse por aquella preciosa sonrisa.
– Me rindo -dijo ella- ¿Qué ha hecho que su velada sea tan desastrosa?
– ¿Qué o quién?
– ¿Quién? -repitió ella, ladeando la cabeza-. Esto se pone cada vez más interesante.
– Se me ocurren muchos adjetivos para describir a todos los “quienes” que he conocido esta noche, peor le aseguro que interesante no es uno de ellos.
– Bueno -dijo ella-, no sea maleducado. También le he visto hablando con mis hermanos.
Él asintió galantemente, acercándola más a él por la cintura mientras giraban por el salón.
– Le pido disculpas. Los Bridgerton, por supuesto, quedan excluidos de mis insultos.
– Eso nos tranquiliza a todos, se lo aseguro.
Simon sonrió ante la absoluta inexpresividad de Daphne.
– Vivo para hacer feliz a la familia Bridgerton.
– Ésa es una afirmación que algún día puede volverse en su contra -respondió ella-. Pero, hablando en serio, ¿qué es lo que le molesta tanto? Si su noche ha ido tan a mal desde nuestro encuentro con Nigel, debe estar en una situación realmente desesperada.
– ¿Cómo podría decirlo sin ofenderla? -preguntó.
– Ah, no se preocupe por mí -dijo Daphne, quitándole importancia-. Prometo no sentirme ofendida.
Simon le lanzó una sonrisa maliciosa.
– Una afirmación que algún día puede volverse en su contra.
Daphne se sonrojó. La rojez apenas era perceptible a la luz de las velas, pero Simon la había observado muy de cerca. Ella no dijo nada, así que Simon añadió:
– De acuerdo, si insiste le diré que me han presentado a todas las jóvenes casaderas de la fiesta.
Daphne soltó una risita. Simon tenía la leve sospecha de que se reía de él.
Y también me han presentado a sus madres-continuó.
En ese momento, Daphne soltó una carcajada.
– ¡Qué apropiado! -dijo él-. Riéndose de su pareja de baile.
– Lo siento -dijo ella, con los labios apretados para evitar más risas.
– No es verdad.
– Está bien -admitió-. No lo siento. Pero únicamente porque yo llevo dos años soportando la misma tortura. Es difícil pretender dar lástima habiéndolo soportado una sola noche.
– ¿Por qué no se casa y se evita todo esto?
Daphne lo miró fijamente.
– ¿Es una proposición?
Simon sintió que la sangre no le llegaba a la cabeza.
– Ya lo sabía. -Lo miró y soltó un suspiro de impaciencia-. Por el amor de Dios. Ya puede respirar, Hastings. Sólo bromeaba.
Simon quería hacer un comentario irónico y sarcástico pero lo cierto es que la pregunta de Daphne lo había dejado helado.
– Respondiendo a su pregunta -continuó ella, con una voz más apagada de lo que le había oído hasta ahora-. Una chica debe considerar todas las opciones. Tenemos a Nigel, obviamente, pero creo que estará de acuerdo conmigo en que no es el mejor candidato.
Simon agitó la cabeza.
– A principios de año, estuvo lord Chalmers.
– ¿Chalmers? -preguntó Simon, frunciendo el ceño-. ¿No está…?
– ¿Cerca de la setentona? Sí. Y, como algún día me gustaría tener hijos, me pareció que…
– Un hombre de esa edad todavía puede engendrar hijos -le dijo Simon.
– Era un riesgo que no estaba dispuesto a correr. Además -dijo, estremeciéndose, con una expresión de revulsión-, la idea de engendrarlos con él no me atraía demasiado.
Simon se imaginó a Daphne en la cama con el viejo Chalmers y, muy a su pesar, sintió una punzada en el corazón. Era una imagen bastante desagradable que lo enfureció un poco, no sabía muy bien con quién; a lo mejor consigo mismo por atreverse a imaginarse tal cosa, pero…
– Y antes de lord Chalmers -continuó Daphne y, afortunadamente, interrumpió los pensamientos de Simon-, hubo dos más, aunque igual de repulsivos.
Simon la miró, pensativo.
– ¿Quiere casarse?
– Sí, claro. -La sorpresa por esa pregunta se reflejaba en su cara-. ¿No es eso lo que todos queremos?
– Yo no.
Daphne se rió con condescendencia.
– Sólo cree que no quiere. Todos los hombres lo hacen. Pero algún día se casará.
– No- dijo Simon, muy seco-. Nunca me casaré.
Daphne lo miró boquiabierta. Había algo en el tono del duque que decía que hablaba en serio.
– ¿Y qué pasará con el título?
Simon se encogió de hombros.
– ¿Qué le pasa al título?
– Si no se casa y engendra un heredero, desaparecerá. O irá a parar a cualquier primo despiadado.
Ante eso, Simon levantó una ceja.
– ¿Y cómo sabe que mis primos son despiadados?
– Todos los primos que siguen en la línea de sucesión de un título nobiliario lo son. -Ladeó la cabeza-. O, al menos, lo son para con el poseedor de dicho título.
– ¿Y eso lo ha aprendido de su profundo conocimiento de los hombres? -bromeó él.
Daphne lo miró con una superioridad aplastante.
– Por supuesto.
Simon se quedó callado unos momentos y, al rato, dijo:
– ¿Vale la pena?