– Es una anfitriona excepcional -dijo Simon, ofreciéndole las flores-. Tenga, son para usted.
– ¿Para mí? -dijo Violet, completamente sorprendida-. ¿Está seguro? Porque yo pensaba…-Miró a Daphne, después a Simon, y repitió-. ¿Está seguro?
– Totalmente.
Violet parpadeó varias veces, y Daphne vio que su madre tenía los ojos humedecidos. Entonces se dio cuenta de que nunca nadie le había regalado flores. Al menos, no desde que padre murió hacía diez años. Violet era tan madraza que Daphne se había olvidado que también era una mujer.
– No sé que decir -dijo Violet, casi sollozando.
– Di “gracias” -le susurró Daphne al oído, sonriendo.
– Oh, Daff, eres de lo que no hay. -Violet le dio una palmadita en el brazo, y Daphne la vio mucho más rejuvenecida que nunca-. Pero muchas gracias, duque. Son unas flores preciosas pero, ante todo, ha sido usted muy considerado. Recordaré este momento toda la vida.
Pareció como si Simon fuera a decir algo, pero al final sólo sonrió e inclinó la cabeza.
Daphne miró a su madre y vio el indudable brillo de la alegría reflejado en sus ojos azul lavanda y se dio cuenta, algo avergonzada, de que ninguno de sus hijos había hecho nada tan considerado hacia su madre como aquel hombre que tenía de pie a su lado.
El duque de Hastings. Allí mismo, Daphne decidió que sería una tonta si no se enamoraba de él.
Obviamente, sería mucho mejor si el sentimiento fuera correspondido.
– Madre -dijo Daphne-. ¿Quieres que vaya a buscar un jarrón?
– ¿Perdón? -Violet estaba demasiado ensimismada oliendo las flores como para prestarle atención a su hija-. Oh. Sí, claro. Pídele a Humboldt el jarrón de cristal de mi abuela.
Daphne le lanzó una sonrisa de agradecimiento a Simon y se fue hacia la puerta pero, antes de que pudiera dar ni dos pasos, apareció la enorme e imponente figura de su hermano mayor.
– Daphne -dijo-. Justo la persona que necesitaba ver.
Daphne decidió que la mejor estrategia era ignorar aquella grosería.
– Un momento, Anthony -dijo, con dulzura-. Mamá me ha pedido que vaya a buscar un jarrón. Hastings le ha traído flores.
– ¿Hastings está aquí? -Anthony miró a la pareja que había al fondo del salón-. ¿Qué haces aquí, Hastings?
– He venido a visitar a tu hermana.
Anthony empujó a Daphne y se acercó como un rayo a Simon y a su madre.
– No te he dado permiso para visitarla -dijo.
– Yo sí -dijo Violet. Acercó las flores a la cara de Anthony y las agitó, como si quisiera llenarle la nariz de polen-. ¿No son preciosas?
Anthony estornudó y apartó las flores.
– Madre, intento mantener una conversación con el duque.
Violet miró a Simon.
– ¿Quiere mantener esta conversación con mi hijo?
– No especialmente.
– De acuerdo, entonces. Anthony, cállate.
Daphne se tapó la boca con la mano pero, aún así, no pudo reprimir una risa.
– ¡Tú! -gritó Anthony, señalándola con un dedo-. Cállate.
– A lo mejor debería ir a buscar el jarrón -dijo.
– ¿Y dejarme a merced de tu hermano? -dijo Simon-. No creo.
Daphne arqueó una ceja.
– ¿Quieres decir que no eres lo bastante hombre como para enfrentarte a él?
– Nada de eso. Pero es tu hermano, y debería ser tu problema, no el mío y…
– ¿Qué diablos está pasando aquí? -gritó Anthony.
– ¡Anthony! -exclamó Violet-. No toleraré esa clase de vocabulario malsonante en mi casa.
Daphne se rió.
Simon ladeó la cabeza y miró a Anthony para ver cómo reaccionaba.
Anthony hizo una mueca y se giró hacia su madre.
– No puedes confiar en él. ¿Tienes alguna idea de lo que está pasando? -le preguntó.
– Claro que sí -respondió Violet -. El duque ha venido a ver a tu hermana.
– Y he traído un ramo de flores par tu madre -añadió Simon.
Anthony miró largo rato la nariz de Simon. Éste tuvo la sensación de que Anthony se estaba planteando golpearlo. Anthony se giró hacia su madre.
– ¿Estás al tanto del alcance de su reputación?
– Los vividores reformados son los mejores maridos -dijo Violet.
– Eso son tontería, y tú lo sabes.
– De todos modos, no es un auténtico vividor -dijo Daphne.
La mirada que Anthony le lanzó a su hermana fue tan cómicamente malévola que Simon estuvo a punto de estallar en una risotada. Se contuvo, principalmente porque sabía que cualquier muestra de humor haría que Anthony se olvidara del cerebro y diera rienda suelta a sus irrefrenables ganas de pegarle, y la cara de Simon sería la primera víctima de su ira.
– No lo sabes -dijo Anthony, en voz baja, casi temblorosa por la rabia-. No sabes lo que ha hecho.
– No más de lo que has hecho tú, de eso estoy segura -dijo Violet.
– ¡Exacto! -exclamó Anthony-. Dios, sé exactamente lo que está pensando y te prometo que no tiene nada que ver con rosas y poesía.
Simon se imaginó a Daphne tendida en una cama de pétalos de rosas.
– Con rosas, a lo mejor -susurró.
– Voy a matarlo -dijo Anthony.
– Esto son tulipanes -dijo Violet-. De Holanda. Y Anthony, tienes que aprender a controlar tus emociones. Tu comportamiento es de lo más impropio.
– No es digno ni de limpiarle las botas a Daphne con la lengua.
La cabeza de Simon se llenó de más imágenes eróticas, esta vez con él lamiéndole los pies a Daphne. Decidió no hacer ningún comentario.
Además, ya había decidido que no iba a permitir que sus pensamientos fueran en esa dirección. Daphne era la hermana de Anthony, por el amor de Dios, no podía seducirla.
– Me niego a escuchar otro descalificativo sobre el duque -dijo Violet, muy seria-. Y punto.
– Pero…
– ¡Anthony Bridgerton, no me gusta tu tono!
Simon creyó oír la risa de Daphne desde la puerta y se preguntó qué le había hecho tanta gracia.
– Si a mi señora madre no le importa -dijo Anthony, muy serio, aunque burlándose un poco de su madre-. Me gustaría hablar en privado con el duque.
– Ahora sí que voy a buscar el jarrón -dijo Daphne, y desapareció.
Violet cruzó los brazos y le dijo a Anthony:
– No permitiré que trates mal a un invitado en mi casa.
– Te prometo que no le pondré ni una mano encima -dijo Anthony-. Te doy mi palabra.
Como nunca había tenido una madre, a Simon esta conversación le pareció increíble. Al fin y al cabo, técnicamente, Bridgerton House era la casa de Anthony, no de su madre, y Simon no podía creerse que Anthony no lo hubiera dicho.
– Está bien, lady Bridgerton -intervino-. Estoy seguro de que Anthony y yo tenemos muchas cosas de qué hablar.
Anthony entrecerró los ojos.
– Muchas.
– De acuerdo -dijo Violet-. Diga lo que diga, haréis lo que querréis. -Se dejó caer en el sofá-. Éste es mi salón y estoy muy cómoda aquí. Si queréis embarcaros en ese necio intercambio que los machos de vuestra especie entendéis por conversación, tendréis que hacerlo en otra parte.
Simon parpadeó sorprendido. Obviamente, la madre de Daphne tenía mucho carácter.
Anthony, con un gesto con la cabeza, le indicó a Simon que le siguiera, y éste lo hizo.
– Mi despacho está por aquí -dijo Anthony.
– ¿Tienes un despacho aquí?
– Soy el cabeza de familia.
– Claro -dijo Simon-. Pero no vives aquí.
Anthony se detuvo y miró muy serio a Simon.
– Te habrás dado cuenta de que mi posición como cabeza de familia conlleva seria responsabilidades.
Simon lo miró a los ojos.
– ¿Hablas de Daphne?
– Exacto.
– Si no recuerdo mal -dijo Simon-, a principios de semana tú mismo me dijiste que querías presentarnos.
– ¡Eso fue antes de pensar que podría interesarte!
Simon no dijo nada hasta que llegaron al despacho y Anthony cerró la puerta.