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– Bueno, eso será fácil -dijo Daphne-. En cualquier caso, si nuestra relación fuera verdadera, tampoco podríamos hacerlo.

Simon se acordó del breve encuentro que tuvieron en el pasillo de lady Danbury y pensó que era una lástima que no pudiera disfrutar de más tiempo a solas con Daphne, pero reconocía un muro de piedra cuando lo veía, sobre todo si ese muro se llamaba Anthony Bridgerton. Así que asintió y calló.

– En tercer lugar…

– ¿Aún hay más condiciones? -preguntó Daphne.

– Si se me ocurren, habrá treinta -dijo Anthony.

– De acuerdo -dijo Daphne, ofendida-. Como quieras.

Por un momento, Simon pensó que Anthony iba a estrangularla.

– ¿De qué te ríes? -le preguntó Anthony.

Sólo entonces Simon se dio cuenta de que había estado sonriendo.

– De nada -dijo, rápidamente.

– Bien -gruño Anthony-, porque la tercera condición es ésta: si alguna vez, sólo una vez, te descubro en una posición que pueda comprometer a mi hermana… si alguna vez te veo besándole la mano sin la presencia de un acompañante, te juro que te corto la cabeza.

Daphne parpadeó.

– ¿No crees que es un poco excesivo?

Anthony la miró, muy serio.

– No.

– Vale.

– ¿Hastings?

A Simon no le quedó otra opción que asentir.

– Bien -dijo Anthony-. Y ahora que hemos terminado con esto -le dijo un gesto bastante brusco con la cabeza a Simon-, puedes irte.

– ¡Anthony! -exclamó Daphne.

– Supongo que eso significa que anulas la invitación a cenar de hoy, ¿no? -dijo Simon.

– Sí.

– ¡No! -Daphne golpeó a su hermano en el brazo-. ¿Habías invitado a Hastings a cenar? ¿Por qué no nos lo habías dicho?

– Fue hace muchos días -respondió Anthony-. Hace años.

– Fue el lunes -le corrigió Simon.

– Bueno, entonces tienes que quedarte -dijo Daphne, firmemente-. Mamá estará encantada. Y tú -pellizcó a Anthony en el brazo-, deja de pensar la manera de envenenarle la comida.

Antes de que Anthony pudiera responder, Simon agitó la mano en el aire y dijo:

– No te preocupes por mí, Daphne. Olvidas que fuimos juntos a la escuela durante casi diez años. Nunca entendió demasiado bien los principios químicos.

– Voy a matarlo-se dijo Anthony-. Antes de que acabe la semana, voy a matarlo.

– No lo harás -dijo Daphne, sonriendo-. Mañana os habréis olvidado de esto y estaréis fumando juntos en White’s.

– No lo creo -dijo Anthony, en tono inquietante.

– Claro que sí. ¿No estás de acuerdo, Simon?

Simon observó la cara de su mejor amigo y se dio cuenta de que había algo nuevo. Algo en sus ojos. Algo serio.

Hacía seis años, cuando Simon se fue de Inglaterra, él y Anthony eran unos críos. Críos que se creían hombres. Jugaban a las cartas, iban con mujeres y se paseaban dándoselas de grandes hombres por las fiestas, cegados por su soberbia, pero ahora eran distintos.

Ahora eran hombres.

Simon había experimentado su propio cambio durante sus viajes. Fue una transformación lenta que fue madurando a medida que se iba enfrentando a nuevos retos. Pero ahora se daba cuenta de que había vuelto recordando al Anthony de veintidós años que había dejado aquí.

Y no le había hecho justicia a su amigo porque él también había crecido. Anthony tenía responsabilidades con las que Simon jamás había soñado. Tenía hermanos a los que guiar, hermanas a las que proteger. Simon tenía un ducado pero Anthony tenía una familia.

Había una gran diferencia y Simon descubrió que no podía culpar a su amigo por comportarse de manera tan sobreprotectora y, hasta cierto punto, testaruda.

– Creo -dijo, lentamente, respondiendo a la pregunta de Daphne, que tu hermano y yo ya no somos los mismos de hace seis años. Y a lo mejor, eso no es tan malo.

Varias horas más tarde. Bridgerton House era un caos.

Daphne se había puesto un vestido de noche de terciopelo verde oscuro que alguien, una vez, le dijo que hacía que le cambiara el color de los ojos y estaba en la entrada intentando encontrar la manera de tranquilizar a su madre.

– No puedo creer -dijo Violet, con una mano apoyada en el pecho-, que Anthony se olvidara de decirme que había invitado al duque a cenar. No he tenido tiempo de preparar nada. Nada de nada.

Daphne echó un vistazo al menú que tenía en la mano y que empezaba por una sopa de tortuga, seguía con otros tres platos hasta terminar con cordero con bechamel, seguido, por supuesto, de cuatro postres a elegir. Intentó hablar sin un ápice de sarcasmo.

– No creo que el duque tenga ningún motivo de queja.

– Espero que no -dijo Violet-. Pero si hubiera sabido que venía me hubiera asegurado de servir también carne de ternera. No se puede invitar a nadie sin ofrecerle ternera.

– Sabe que es una cena informal.

Violet le lanzó una mirada de incredulidad.

– Cuando se invita a un duque, no hay cenas informales.

Daphne observó a su madre. Violet se estaba retorciendo las manos y hacía rechinar los dientes.

– Mamá -le dijo-. No creo que el duque sea de los que espera que alteremos nuestros planes de cena familiar por él.

– A lo mejor él no -dijo Violet-, pero yo sí. Daphne, existen ciertas normas sociales. Y, sinceramente, no puedo entender cómo puedes estar tan tranquila y despreocupada.

– ¡No estoy despreocupada!

– No pareces nerviosa.- Violet la miró con suspicacia-. ¿Cómo puedes no estar nerviosa? Por el amor de Dios, este hombre piensa casarse contigo.

Daphne tuvo que hacer un esfuerzo para contenerse.

– Nunca ha dicho eso, madres.

– No tiene que hacerlo. ¿Por qué, si sino, habría bailado contigo anoche? Sólo hubo otra mujer que tuvo el honor de bailar con él, Penélope Featherington, y las dos sabemos que debió ser por lástima.

– A mí me gusta Penélope -dijo Daphne.

– Y a mí también -respondió Violet-, y espero ansiosa el día que su madre descubra que una chica de su complexión no puede llevar un vestido de seda naranja, pero ése no es el tema.

– ¿Y cuál es el tema?

– ¡No lo sé! -Violet casi se echó a llorar.

Daphne agitó la cabeza.

– Voy a buscar a Eloise.

– Si, ve a buscarla -dijo Violet, distraída-. Y asegúrate de que Gregory va limpio. Nunca se lava detrás de las orejas. Y Hyacinth, Santo Dios, ¿qué vamos a hacer con ella? Seguro que Hastings no espera a una niña de diez años en la mesa.

– Sí que lo hace -le contestó Daphne, pacientemente-. Anthony le ha dicho que cenaremos toda la familia.

– Muchas familias no dejan que los más pequeños se sienten a la mesa con los mayores -dijo Violet.

– Bueno, entonces es su problema. -Al final, Daphne se desesperó y suspiró fuerte-. Mamá, he hablado con el duque. Entiende que no es una cena forma. Y me dijo, claramente, que le apetecía mucho un cambio. Él no tiene familia, así que nunca ha vivido nada parecido a una comida como las de los Bridgerton.

– Que Dios nos asita. -Violet palideció.

– Vamos, mama -dijo Daphne-. Sé lo que estás pensando y no tienes que preocuparte por si Gregory le tirará las patatas a Francesca por la cabeza. Estoy segura de que ya ha superado esa etapa.

– ¡Lo hizo la semana pasada!

– Entonces- dijo Daphne, con tono de eficiencia-, seguro que ha aprendido la lección.

Violet miró a su hija con toda la inseguridad del mundo.

– Está bien -dijo Daphne, recuperando la normalidad-, entonces sólo lo amenazaré con matarlo si hace algo que pueda disgustarte.

– La muerte no lo asusta-dijo Violet. Pero, a lo mejor, puedo amenazarlo con vender su caballo.

– No te creerá.

– No, tienes razón. Soy demasiado buena. -Violet frunció el ceño-. Pero puede que me crea si le digo que le prohibiré dar su paseo diario.

– Eso puede funcionar.

– Bien. Voy a buscarlo y a asustarlo un poco. -Subió dos escalones y se giró-. Tener hijos es todo un desafío.