Si no hubieran estado a punto de llegar al embarcadero y rodeados de su familia, la habría besado allí mismo. Sabía que no podía coquetear con ella, sabía que nunca se casaría con ella, pero, aún así, no podía evitar inclinarse hacia ella más y más. No se dio cuenta de lo que estaba haciendo hasta que perdió el equilibrio y tuvo que echarse hacia atrás para no caer.
Desgraciadamente, Anthony lo presenció todo y enseguida se interpuso entre ellos y cogió a Daphne por el brazo con fuerza.
– Como tu hermano mayor -dijo, muy serio-, creo que debo escoltarte a tierra.
Simon hizo una reverencia y se apartó del camino de Anthony, demasiado afectado y enfadado por su momentánea pérdida de control para discutir con su amigo.
El barco atracó junto al embarcadero y la tripulación colocó una estrecha pasarela de madera hasta tierra. Simon observó cómo desembarcaba toda la familia Bridgerton y luego bajó él y los siguió por las verdes laderas del Támesis.
El Observatorio Real estaba en lo alto de la colina, un edificio antiguo construido con ladrillos rojos. Las torres estaban cubiertas de cúpulas grises y Simon tuvo la sensación, como había dicho Daphne, de estar en el centro del mundo. Se dio cuenta de que todo se media a partir de ahí.
Después de haber recorrido gran parte del planeta, aquella idea le hacía sentir bastante insignificante.
– ¿Estamos todos? -dijo la vizcondesa-. Estaros quietos, para que pueda contar que estamos todos. -Empezó a contar cabezas, y acabó consigo misma, exclamando-. ¡Diez! Perfecto, estamos todos.
– Alégrate de que ya nonos pone en línea por edades.
Simon miró a Colin, que estaba a su lado, sonriendo.
– Para mantenernos en orden, funcionó mientras la edad se correspondía con la altura. Pero entonces Benedict pasó a Anthony, y Gregory a Francesca. -Se encogió de hombros-. Y mamá se dio por vencida.
Simon los miró a todos y dijo:
– ¿Y yo dónde iría?
– Así, a primera vista, posiblemente cerca de Anthony.
– Dios no lo quiera -dijo Simon.
Colin lo miró con una mezcla de diversión y curiosidad.
– ¡Anthony! -exclamó Violet-. ¿Dónde está Anthony?
Anthony se identificó con un malhumorado sonido.
– Oh, aquí estás. Ven, acompáñame.
Anthony dejó a Daphne a regañadientes y se colocó junto a su madre.
– No tiene remedio, ¿no crees? -le susurró Colin a Simon.
Simon decidió que lo mejor sería no contestar.
– Bueno, no la decepciones -dijo Colin-. Después de todas sus maquinaciones, lo mínimo que puedes hacer es ofrecerle tu brazo a Daphne.
Simon se giró y lo miró levantando una ceja.
– Eres igual de malo que madre.
Colin sólo se rió.
– Si, excepto que yo no finjo ser sutil.
Daphne escogió ese momento para acercarse a ellos.
– Me he quedado sin acompañante -dijo.
– No me lo creo -respondió Colin-. Bueno, si me perdonáis, voy a buscar a Hyacinth. Si me veo obligado a acompañar a Eloise, volverá a Londres a nado. Desde que cumplió los catorce, está insoportable.
Simon parpadeó sorprendido.
– ¿No volviste de Europa la semana pasada?
Colin asintió.
– Si, pero su decimocuarto cumpleaños fue hace un año y medio.
Daphne le dio un golpe en el codo.
– Si tienes suerte, no le explicaré lo que acabas de decir.
Colin puso los ojos en blanco y desapareció entre sus hermanos, gritando el nombre de Hyacinth.
Daphne apoyó la mano en la parte interior del codo de Simon y le preguntó:
– ¿Ya te hemos asustado lo suficiente?
– ¿Perdona?
Ella lo miró con una compungida sonrisa en la cara.
– No hay nada más agotador que una excursión familiar con los Bridgerton.
– Ah, eso. -Simon tuvo que apartarse a la derecha para no chocar con Gregory, que pasó por su lado como una exhalación gritando el nombre de Hyacinth y diciendo algo sobre barro y venganza-. Es, bueno, una nueva experiencia.
– Por decirlo de manera educada, ¿verdad, duque? -dijo Daphne-. Me has dejado impresionada.
– Si, bueno…- Dio un salto hacia atrás cuando Hyacinth pasó corriendo por su lado y gritando tan fuerte que Simon pensó que todos los perros desde Greenwich hasta Londres empezarían a aullar-. Yo no tengo hermanos. Daphne suspiró, melancólica.
– Sin hermanos -dijo-. Ahora mismo esas palabras me parecen celestiales. -Siguió con la mirada perdido unos instantes más, luego se irguió y volvió a la realidad-. Sin embargo, en cualquier caso… -Alargó el brazo justo en el instante en el que Gregory pasaba corriendo junto a ella y lo cogió con fuerza por la parte alta del brazo-. Gregory Bridgerton -le riñó-, deberías saber que no puedes ir corriendo así entre la gente. Puedes hacerle daño a alguien.
– ¿Cómo lo has hecho? -preguntó Simon.
– ¿El qué? ¿Cogerlo?
– Sí.
Ella se encogió de hombros.
– Años de práctica.
– ¡Daphne! -gritó Gregory. Todavía lo tenía agarrado por el brazo.
Lo soltó.
– Pero no corras.
Gregory dio dos grandes pasos y salió al trote.
– ¿No hay reprimenda para Hyacinth? -preguntó Simon.
Daphne hizo un gesto con la cabeza.
– Al parecer, mi madre se encarga de ella.
Simon vio que Violet estaba riñendo a Hyacinth agitando el dedo índice con bastante vehemencia. Se giró hacia Daphne.
– ¿Qué estabas diciendo antes de que Gregory apareciera en escena?
Daphne parpadeó.
– No tengo ni idea.
– Creo que estabas a punto de deshacerte en elogios ante la idea de no tener hermanos.
– Sí, claro -dijo, riéndose, mientras el resto de la familia subía por la colina-. Aunque no te lo creas, iba a decir que a pesar de que la idea de la soledad eterna pueda resultar tentadora a veces, creo que me sentiría muy sola sin familia.
Simon no dijo nada.
– No me imagino teniendo sólo un hijo -dijo Daphne.
– A veces -dijo Simon, triste -, no queda otra opción.
Daphne se sonrojó.
– Lo siento mucho -dijo, parándose en seco sin poder avanzar-. Tu madre. Lo había olvidado…
Simon se quedó a su lado.
– No llegué a conocerla-dijo, encogiéndose de hombros-. Por eso tampoco la eché de menos.
Sin embargo, el dolor se reflejaba en sus pálidos ojos azules, y Daphne supo que estaba mintiendo.
Y, al mismo tiempo, sabía que Simon se creía totalmente aquellas palabras.
Y ella se preguntó qué le habría podido pasar a ese hombre para que se mintiera a sí mismo durante tantos años.
Observó su cara, ladeando un poco la cabeza. El viento le había sonrojado las mejillas y alborotado el pelo. No parecía sentirse cómodo bajo la mirada de Daphne, así, que dijo:
– Nos estamos quedando atrás.
Daphne miró hacia lo alto de la colina. Su familia estaba bastante más adelantada que ellos.
– Sí -dijo, irguiéndose-. Será mejor que nos demos prisa.
Sin embargo, mientras caminaba por la colina, no pensaba en su familia ni en el observatorio ni en la longitud. Sólo se preguntaba por qué sentía aquella irrefrenable necesidad de abrazar al duque y no soltarlo jamás.
Horas después, todos volvían a estar en las verdes laderas del Támesis. Disfrutando del sencillo aunque elegante almuerzo que la cocinera de los Bridgerton había preparado. Como había hecho la noche anterior, Simon apenas dijo nada, y se dedicó a escuchar a la familia de Daphne.
Sin embargo, al parecer Hyacinth tenía otra idea.
– Buenos días, duque -dijo, sentándose a su lado en la manta que habían colocado en el suelo-. ¿Le ha gustado la visita al observatorio?
Simon no pudo reprimir una sonrisa al contestar:
– Mucho, ¿y usted, señorita Hyacinth?
– Oh, también. Me ha gustado especialmente su conferencia sobre la longitud y la latitud.