La situación no podía ser más irónica. Había empezado a pasar cada vez más tiempo en compañía de Simon para atraer a más hombres. Por su parte, Simon había empezado a pasar cada vez más tiempo con Daphne para evitar el matrimonio.
Pensándolo bien, se dijo Daphne, apoyándose en la pared, la ironía era exquisitamente dolorosa.
Aunque Simon seguía expresando en voz alta su aversión al matrimonio, en ocasiones Daphne lo veía observarla de una manera que cualquiera diría que la deseaba. Jamás había vuelto a repetir los atrevimientos comentarios que le había hecho antes de saber que era una Bridgerton, pero a veces lo veía mirarla con el mismo deseo y la misma fiereza que aquella primera noche. Obviamente, cuando se sentía observado apartaba la mirada, pero aquello ya era suficiente para erizarle la piel y cortarle la respiración a Daphne.
¡Y esos ojos! A todos les gustaba ese color parecido al hielo y cuando Daphne lo observaba mientras hablaba con otra gente, entendía por qué. Simon era tan locuaz con los demás como con ella. Cortaba las palabras, hablaba en un tono más brusco y sus ojos reflejaban la dureza de su carácter.
Sin embargo, cuando reían juntos, los dos burlándose de alguna estúpida norma social, le brillaban los ojos. Eran más cálidos y acogedores. Incluso, en los momentos más felices, Daphne creía que iban a derretirse.
Suspiró y se hundió todavía más en la pared. Tenía la sensación de que, en los últimos días, cada vez había más momentos felices.
– Daff, ¿qué haces escondiéndote aquí?
Daphne levantó la mirada y vio que Colin se acercaba, con su habitual sonrisa engreída en la atractiva cara. Desde su regreso a Londres, había arrasado por toda la ciudad, y Daphne podía fácilmente citar una decena de chicas que estaban seguras de estar enamoradas de él y que se morían por desfrutar de sus atenciones. Sin embargo, no estaba preocupada porque su hermano se encaprichara con alguna de ellas, porque todavía tenía que probar muchas flores antes de sentar la cabeza.
– No me escondo -lo corrigió-. Evito a determinadas personas.
– ¿A quién? ¿A Hastings?
– Claro que no. Además, esta noche no ha venido.
– Sí que ha venido.
Como se trataba de Colin, cuyo principal objetivo en la vida, aparte de correr detrás de las chicas y apostar a los caballos, claro, era atormentar a su hermana, Daphne quiso ignorarlo, pero acabó sucumbiendo y preguntó.
– ¿De verdad?
Colin asintió e hizo un gesto con la cabeza señalando la entrada del baile.
– Lo vi entrar no hace ni un cuarto de hora.
Daphne entrecerró los ojos.
– ¿Te estás burlando de mí? Porque él me dijo claramente que esta noche no iba a venir.
– ¿Y por qué has venido tú? -Colin se cubrió las mejillas con las manos y abrió la boca, fingiendo estar sorprendido.
– Porque sí -respondió ella-. Mi vida no gira en torno a Hastings.
– ¿A no?
Daphne tuvo la sensación de que su hermano se lo decía en serio.
– No, por supuesto que no -dijo ella.
Puede que su vida no girara en torno a Hastings, pero sus pensamientos sí.
Los ojos verde esmeralda de Colin adquirieron una seriedad poco habitual en él.
– Estás por él, ¿verdad?
– No sé qué quieres decir.
Colin sonrió, seguro de sí mismo.
– Ya lo descubrirás.
– ¡Colin!
– Mientras tanto -dijo él, mirando hacia la puerta-, ¿por qué no vas a buscarlo? Estoy convencido de que mi compañía palidece ante la perspectiva de la de él. ¿Ves? Hasta tus pies se están alejando de mí.
Daphne miró al suelo, horrorizada de que su cuerpo la traicionara de aquella manera.
– ¡Ja! Te he hecho mirar.
– Colin Bridgerton -dijo Daphne-. A veces te prometo que creo que no puedes tener más de tres años.
– Eso es interesante-dijo él, riéndose-. Porque querría decir que estarías en la tierna edad de un año y medio, hermanita.
A falta de una respuesta suficientemente seca, Daphne se limitó a mirarlo con el ceño fruncido.
Sin embargo, Colin sólo pudo reírse.
– Una expresión muy atractiva, Daff, pero estoy segura de que tus mejillas preferirían sustituirla por una sonrisa. El irresistible duque viene hacia aquí.
Daphne se dijo que no tropezaría dos veces en la misma piedra. No iba a hacerla mirar.
Colin se acercó a ella y le susurró:
– Esta vez va en serio, Daff.
Daphne mantuvo la mueca.
Colin se rió.
– ¡Daphne! -la voz de Simon. Justo en su oreja.
Daphne se giró.
Colin se rió con más ganas.
– Deberías confiar más en tu hermano favorito, Daff.
– ¿Él es tu hermano favorito? -preguntó Simon, arqueando una incrédula ceja.
– Sólo porque Gregory me puso un sapo en la cama ayer por la noche -respondió Daphne-. Y Benedict perdió el derecho a serlo el día que decapitó a mi muñeca preferida.
– Me pregunto qué habrá hecho Anthony para no optar a tan honorable título -murmuró Colin.
– ¿No tienes que ir a ningún sitio? -le preguntó Daphne.
Colin se encogió de hombros.
– En realidad, no.
– ¿No me acabas de decir -preguntó Daphne, entre dientes-, que le habías prometido un baile a Prudence Featherington?
– Dios, no. Lo has debido escuchar mal.
– A lo mejor mamá te está buscando. Es más, creo que la he oído llamarte.
Para su desgracia, Colin se rió.
– No deberías ser tan obvia -le dijo en voz baja, aunque no tan baja como para que Simon no pudiera oírlos-. Descubrirá que te gusta.
El cuerpo de Simon se sacudió con un poco disimulado regocijo.
– No es su compañía la que intento asegurar -dijo Daphne, mordaz-. Es la tuya la que quiero evitar.
Colin se colocó una mano en el corazón.
– Me matas, Daff. -Se giró hacia Simon-. Cómo me mata.
– Te has equivocado de profesión, Bridgerton -dijo Simon, que estuvo genial-. Deberías haber sido actor.
– Habría sido interesante -respondió Colin-. Aunque a mi madre le hubiera dado algo. -Se le iluminó la mirada-. Tengo una idea. Justo ahora que empezaba a aburrirme. Buenas noches a los dos. -se inclinó y se fue.
Daphne y Simon se quedaron callados mientras observaban cómo Colin se perdía entre el gentío.
– El próximo grito que oigas -dijo Daphne-, seguro que será mi madre.
– ¿Y el sonido seco será el golpe de su cuerpo contra el suelo cuando se desmaye?
Daphne asintió, sonriendo muy a su pesar.
– Pero, bueno. -Hizo una pausa y continuó-. No esperaba verte esta noche.
Simon se encogió de hombros y la chaqueta del impecable traje negro se arrugó un poco.
– Estaba aburrido.
– ¿Estabas aburrido y decidiste venir hasta Hampstead Heath para asistir al baile anual de lady Trowbridge? -Daphne arqueó las cejas. Hampstead Heath estaba a unos diez kilómetros de Mayfair, como mínimo una hora si la carretera estaba en buenas condiciones y más en noches como ésa, en la que todo el mundo se dirigía al mismo sitio-. Perdóname si empiezo a cuestionarme tu salud mental.
– Yo también estoy empezando a cuestionármela -dijo él.
– Bueno, en cualquier caso -dijo ella, con un suspiro de felicidad-, me alegro que hayas venido. Ha sido una noche espantosa.
– ¿De verdad?
Ella asintió.
– Me han avasallado con preguntas sobre ti.
– Bueno, esto se pone interesante.
– Yo no iría tan deprisa. La primera ha sido mi madre.Quiere saber por qué nunca vienes a verme por la tarde.
Simon frunció el ceño.
– ¿Crees que es necesario? Pensaba que mi total dedicación a ti en estas fiestas bastaría para perpetrar nuestro engaño.
Daphne se sorprendió a sí misma al reprimir una mueca de frustración. Simon no tenía que decirlo como si aquello fuera un trabajo muy pesado para él