– Tu total dedicación habría bastado para engañar a cualquiera menos a mi madre. Y posiblemente no habría dicho nada si tu ausencia diurna no hubiera aparecido en Whistedown.
– ¿De verdad? -preguntó Simon, muy interesado.
– Si. Así que será mejor que ventas mañana por la tarde o todo el mundo empezará a hacerse preguntas.
– Me gustaría saber quienes son los espías de esa señora -murmuró Simon-. Y entonces los contrataría para mí.
– ¿Para qué necesitas espías?
– Para nada. Pero me parece una lástima dejar que tanto talento se desperdicie en eso.
Daphne dudó que lady Whistedown estuviera de acuerdo en que ese talento se desperdiciaba, sin embargo, no quería empezar una discusión sobre los méritos y deméritos de aquella revista, así que no dijo nada.
– Y luego -continuó-, después de mi madre, vinieron los demás y eso fue peor.
– Dios nos asita.
Ella le lanzó una mirada mordaz.
– Todas eran mujeres excepto uno y, aunque todos han expresado públicamente que se alegran por mi felicidad, claramente intentaban adivinar las probabilidades que había de que no acabáramos juntos.
– Supongo que les has dicho a todos que estoy desesperadamente enamorado de ti, ¿verdad?
Daphne sintió una sacudida en su interior.
– Sí -mintió, ofreciéndole una sonrisa tremendamente dulce-. Al fin y al cabo, tengo que mantener una reputación.
Simon se rió.
– Y dime, ¿quién fue el único hombre que te interrogó?
Daphne se puso seria.
– En realidad, era otro duque. Un hombre mayor de lo más extraño que dice que era un buen amigo de tu padre.
Los músculos de la cara de Simon se tensaron de inmediato.
Daphne se encogió de hombros y no se percató del cambio en la expresión de Simon.
– Me empezó a decir lo «buen duque» que era tu padre. -Daphne se rió mientras intentaba imitar la voz del hombre-. No tenía ni idea que los duques teníais que salir en defensa de los demás. Bueno, tampoco queremos que un duque incompetente desmerezca su título, ¿no?
Simon no dijo nada.
Daphne empezó a darse golpecitos con un dedo en la mejilla mientras pensaba.
– ¿Sabes? Nunca te he oído mencionar a tu padre.
– Eso es porque no me gusta hablar de él -dijo Simon, muy seco.
Ella parpadeó, preocupada.
– ¿Te pasa algo?
– No -dijo él, con la voz cortada.
– Oh. -Daphne se dio cuenta de que se estaba mordiendo el labio inferior y se obligó a parar-. Entonces, no lo mencionaré.
– He dicho que no me pasa nada.
Daphne se mantuvo imperturbable.
– Claro.
Se produjo un largo e incómodo silencio. Daphne se entretuvo con la tela del vestido antes de decir:
– Las flores que lady Trowbridge ha usado para decorar la casa son preciosas, ¿no te parece?
Simon siguió con la mirada las rosas rosas y blancas que Daphne estaba tocando.
– Sí.
– Me pregunto si las cultivará ella.
– No tengo ni idea.
Otro incómodo silencio.
– Los rosales son muy difíciles de cuidar.
Esta vez, la respuesta se limitó a un sonido gutural.
Daphne se aclaró la garganta y entonces, cuando Simon ni siquiera la miraba, preguntó:
– ¿Has probado la limonada?
– No bebo limonada.
– Bueno, pues yo sí -respondió ella, muy seca, porque ya había soportado bastante-. Y tengo sed. Así que, si me disculpas, voy a buscar un vaso de refresco y te dejo aquí con tu mal humor. Estoy segura de que encontrarás a alguien más divertido que yo.
Se giró para marcharse, pero no pudo dar ni un paso porque sintió una fuerte mano que la agarraba por el brazo. Bajo la vista, momentáneamente fascinada por la visión de la mano enguantada de Simon apoyada en la seda anaranjada de su vestido. La miró fijamente, casi deseando que se moviera, que le recorriera el brazo hasta la parte desnuda del codo.
Sin embargo, Simon no iba a hacerlo. Sólo hacía esas cosas en sueños.
– Daphne, por favor -dijo-. Mírame.
Hablaba en voz baja y con una intensidad que la hizo estremecer.
Se giro y, cuando sus ojos se encontraron, Simon dijo:
– Por favor, acepta mis disculpas.
Ella asintió.
Sin embargo, Simon sentía la necesidad de explicarse más.
– Yo no…- Tosió un poco para aclararse la garganta-. No me llevaba bien con mi padre. Y no… No me gusta hablar de él.
Daphne lo miró fascinada. Nunca lo había visto tan inseguro.
Simon suspiró, irritado. Daphne pensó que era muy extraño, pero parecía que estaba irritado consigo mismo.
– Cuando lo has mencionado…-Agitó la cabeza, como si quisiera cambiar el rumbo de la conversación-. Se me graba en la memoria. No puedo dejar de pensar en él. Me-me-me pone muy furioso.
– Lo siento -dijo ella, consciente que su rostro reflejaría su confusión. Pensaba que debía decir algo más, pero no sabía las palabras que tenía que usar.
– Contigo no -dijo él, rápidamente y cuando sus pálidos ojos azules se centraron en ella, parecieron más relajados. Su cara también se relajó un poco, sobre todo las líneas que se le habían acentuado alrededor de la boca. Tragó saliva-. Me enfado conmigo mismo.
– Y, al parecer, también con tu padre -dijo ella, suavemente.
Él no dijo nada. Daphne no esperaba que lo hiciera. Simon todavía la tenía cogida del brazo, así que ella le cubrió la mano con la suya.
– ¿Te gustaría salir a tomar el aire? -le preguntó-. Parece que lo necesitas.
Él asintió.
– Tú quédate. Si sales conmigo a la terraza, Anthony me cortará la cabeza.
– Anthony puede decir misa -dijo Daphne, irritada-. Estoy harta de su vigilancia constante.
– Sólo intenta ser un buen hermano.
– ¿De qué lado estás?
Ignorando esa pregunta, Simon dijo:
– Está bien. Pero sólo un paseo. Con Anthony puedo, pero si acuden todos tus hermanos, soy hombre muerto.
A unos cuantos metros, había una puerta que daba a la terraza. Daphne la señaló y la mano de Simon descendió por su brazo hasta llegar al codo.
– Además, posiblemente haya decenas de parejas en la terraza -dijo ella-. Así que no podrá decir nada.
Sin embargo, antes de que pudieran salir, oyeron una voz masculina a su espalda:
– ¡Hastings!
Simon se detuvo y se giró, triste de lo familiarizado que estaba con el nombre de su padre. Dentro de poco, pensaría en él como su propio nombre.
Sin saber por qué, aquella idea lo disgustaba.
Un señor mayor con un bastón se les acercó.
– Es el duque del que te he hablado -dijo Daphne-. Middlethorpe, creo.
Simon solo asintió, porque no tenía ganas de hablar.
– ¡Hastings! -exclamó el señor, dándole unos golpecitos en el brazo-. Llevaba mucho tiempo deseando conocerte. Soy Middlethorpe. Era muy amigo de tu padre.
Simon asintió, de un modo tan preciso que parecía un militar.
– Te echó de menos, ¿sabes? Durante tus viajes.
Simon sintió que la ira iba creciendo en su interior y aquello le paralizo la lengua. Sabía, sin ningún tipo de duda, que si intentaba hablar, sonaría igual que cuando tenía ocho años.
Y, por nada del mundo, quería avergonzarse así delante de Daphne.
Sin saber cómo, quizá porque nunca había tenido demasiados problemas con las vocales, dijo:
– Oh.
Se alegró que su voz sonara seca y condescendiente.
Sin embargo, si el hombre se percató del rencor en su voz, lo pasó por alto.
– Estuve con él cuando murió-dijo Middlethorpe.
Simon no dijo nada.
Daphne, bendita sea, intervino en la conversación con un compasivo:
– Dios mío.
– Me pidió que te diera unos mensajes. En casa, tengo varias cartas.
– Quémelas.
Daphne se sorprendió y cogió a Middlethorpe por el brazo.
– Oh, no, no lo haga. A lo mejor no quiere leerlas ahora, pero seguro que en el futuro cambiará de opinión.