Выбрать главу

Era una visión a la que no tenía derecho, un beso que no le correspondía, pero no podía evitarlo.

Le dio la oportunidad de detenerlo. Se movió con una lentitud agonizante, deteniéndose antes de desnudarla para darle una última oportunidad de decir que no. Sin embargo, Daphne arqueó la espalda y soltó un suspiro de lo más suave y seductor.

Simon estaba perdido.

Dejó caer la tela del vestido y en un sorprendente y estremecedor momento de deseo, la observó. Y entonces, mientras su boca descendía para acariciar su premio, escuchó:

– ¡Cabrón!

Daphne, al reconocer la voz antes que Simon, se asustó y se apartó.

– Dios mío -suspiró-. ¡Anthony!

Su hermano estaba a dos metros de ellos y se acercaba corriendo. Tenía las cejas arrugadas por la furia y, cuando se abalanzó sobre Simon, emitió un gutural grito de guerra distinto a todo lo que Daphne había oído en su vida. No parecía ni humano.

Apenas tuvo tiempo de cubrirse antes de que Anthony se abalanzara sobre Simon con tanta fuerza que, por el golpe del brazo de uno de los dos, ella también fue a parar al suelo.

– ¡Te mataré, maldito…! -El resto de improperios que Anthony dijo se perdieron en el aire cuando Simon le dio la vuelta y se colocó encima de él, cortándole la respiración.

– ¡Anthony, no! ¡Basta! -gritó Daphne, agarrándose el corpiño del vestido, a pesar de que ya se lo había vuelto a atar y no había peligro de que cayera.

Sin embargo, Anthony estaba poseído. Golpeó a Simon; la rabia se le reflejaba en la cara, en los puños, en los sonidos tan primitivos que emitía.

En cuanto a Simon, se defendía de los golpes pero no los devolvía.

Daphne, que hasta ahora había estado allí quieta, como una idiota, se dio cuenta de que tenía que intervenir. De otro modo, Anthony mataría a Simon allí mismo, en el jardín de lady Trowbridge. Se agachó para intentar separar a su hermano del hombre que quería, pero justo en ese momento los dos rodaron por el suelo, golpearon a Daphne en las rodillas y la enviaron contra el seto.

– ¡Aaaaaaaahhhhhhhh! -gritó, dolorida en más partes del cuerpo de las que creía posible.

El grito debió contener una nota de agonía porque los dos hombres se detuvieron de inmediato.

– ¡Oh, Dios mío! -Simon, que estaba encima de Anthony, fue el primero en reaccionar-. ¡Daphne! ¿Estás bien?

Ella se quejó, intentando no moverse. Tenía zarzas clavadas por todo el cuerpo y cada movimiento abría más las heridas.

– Creo que está herida -le dijo Simon a Anthony, muy preocupado-. Tenemos que levantarla recta. Si la doblamos, se hará más daño.

Anthony asintió, dejando momentáneamente de lado su enfado con Simon. Daphne estaba herida y ella iba antes que nada.

– No te muevas, Daff -dijo Simon, con una voz suave y dulce-. Voy a rodearte con los brazos. Luego te levantaré y te sacaré de ahí. ¿De acuerdo?

Ella agitó la cabeza.

– Te vas a pinchar.

– No te preocupes por mí. Llevo manga larga.

– Déjame a mí -dijo Anthony.

Pero Simon lo ignoró. Mientras Anthony estaba de pie sin poder hacer nada, Simon metió las manos entre las zarzas del seto muy despacio e intentó separar las ramas de la piel dolorida de Daphne. Sin embargo, cuando llegó a las mangas, tuvo que detenerse porque algunas ramas se habían metido dentro del vestido y estaban clavadas en la piel.

– No puedo quitártelas todas -dijo-. Se te va a romper el vestido.

Daphne asintió con un movimiento entrecortado.

– No me importa -dijo-. Ya está destrozado.

– Pero… -Aunque Simon había llevado a cabo el proceso de bajarle el vestido hasta la cintura, ahora se sentía incómodo diciendo que era posible que se le rompiera cuando la levantara. Se giró hacia Anthony y dijo-: Necesitará tu abrigo.

Anthony ya se lo estaba quitando.

Simon se giró hacia Daphne y la miró fijamente.

– ¿Estás lista? -le preguntó, dulcemente.

Ella asintió y, quizá fue una imaginación suya, pero tuvo la sensación de que estaba mucho más calmada ahora que lo miraba fijamente a los ojos.

Después de asegurarse que no quedaba ninguna zarza enganchada a su piel, la acabó de rodear con los brazos.

– A la de tres -dijo.

Ella volvió a asentir.

– Una… Dos…

La levantó y la atrajo hacia sí con tanta fuerza que los dos rodaron por el suelo.

– ¡Dijiste a la de tres! -gritó Daphne.

– Mentí. No quería que te tensaras.

Daphne hubiera seguido con la discusión pero, justo entonces, vio que tenía el vestido destrozado y se apresuró a cubrirse con los brazos.

– Coge esto -dijo Anthony, dándole su abrigo.

Daphne lo aceptó de inmediato y se envolvió en él. A él le quedaba de maravilla, pero a ella le iba tan grande que parecía una capa.

– ¿Estás bien? -le preguntó con brusquedad.

Ella asintió.

– Bien -Anthony si giró hacia Simon-. Gracias por sacarla de ahí.

Simon no dijo nada, sólo hizo un gesto con la cabeza.

Anthony volvió a mirar a Daphne.

– ¿Estás segura de que estás bien?

– Me duele un poco -dijo ella-. En casa tendré que poner un ungüento, pero no es nada grave.

– Bien -repitió Anthony.

Entonces cerró el puño y lo estampó en la cara de Simon, tirando al suelo a su desprevenido amigo.

– Eso -dijo Anthony, furioso-, es por deshonrar a mi hermana.

– ¡Anthony! -gritó Daphne-. ¡Basta ya de tonterías! Él no me ha deshonrado.

Anthony se giró y la miró fijamente.

– Te vi los…

A Daphne se le revolvió el estómago y sólo entonces fue consciente de que Simon la había desnudado. ¡Dios santo, Anthony le había visto los pechos! ¡Su hermano! Aquello iba contra natura.

– Levántate -gritó Anthony-, para que pueda volver a pegarte.

– ¿Estás loco? -gritó Daphne, interponiéndose entre él y Simon, que todavía estaba en el suelo, con la mano sobre el ojo morado-. Anthony, te juro que si le vuelves a pegar, no te lo perdonaré jamás.

Anthony la apartó.

– El próximo -dijo-, es por traicionar nuestra amistad.

Lentamente, ante el horror de Daphne, Simon se puso en pie.

– ¡No! -gritó ella, colocándose delante de Simon.

– Apártate, Daphne -le dijo Simon, suavemente-. Esto es entre nosotros dos.

– ¡No es verdad! Por si no lo recordáis, soy yo la que… -Dejó la frase a medias porque vio que ninguno de los dos la estaba escuchando.

– Apártate, Daphne -dijo Anthony, más brusco. Ni siquiera la miró, porque tenía los ojos fijos en los de Simon.

– ¡Esto es ridículo! ¿No podemos hablarlo como personas adultas! -Miró a Simon y a su hermano y, al final, otra vez a Simon-. ¡Por el amor de Dios, Simon! ¡Tienes un ojo horrible!

Se le acercó y le tocó el ojo, que estaba sangrando.

Simon se quedó inmóvil, sin mover ni un músculo mientras ella le tocaba el ojo, preocupada. Sus dedos le rozaron la piel, un contacto que le calmaba el dolor. Ese contacto le dolía, aunque esta vez no era de deseo. Tenerla a su lado era tan agradable, era tan buena, honorable y pura.

Y estaba a punto de hacer lo más deshonroso de su vida.

Cuando Anthony terminara de vaciar su rabia contra él y le pidiera que se casara con su hermana, diría que no.

– Apártate, Daphne -dijo, con una voz que sonó extraña incluso a sus oídos.

– No, yo…

– ¡Apártate! -gritó él.

Ella se apartó rozando con la espalda el seto en el que se había quedado enganchada, y miró horrorizada a los dos hombres.

Simon sonrió a Anthony.

– Pégame.

Aquello pareció sorprender a Anthony.

– Hazlo -dijo Simon-. Sácalo.

Anthony relajó la mano. Sin mover la cabeza, miró a Daphne.

– No puedo -dijo-. No cuando está ahí pidiéndomelo.

Simon dio un paso adelante, acercándose peligrosamente.

– Pégame. Házmelo pagar.