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– Lo pagarás en el altar -respondió Anthony.

Daphne dio un grito ahogado que llamó la atención de Simon. ¿De qué se sorprendía? ¿Acababa de entender las consecuencias de, si no sus acciones, su estupidez al permitir ser descubiertos?

– No lo obligaré -dijo Daphne.

– Yo sí -dijo Anthony.

Simon agitó la cabeza.

– Mañana por la mañana ya me habré marchado.

– ¿Te vas? -preguntó Daphne.

El tono dolido de su voz se clavó como un cuchillo de culpabilidad en el corazón de Simon.

– Si me quedo, estarás empeñada por mi presencia para siempre. Será mejor que me vaya.

El labio inferior de Daphne estaba tembloroso. Simon no podía soportar que temblara. De sus labios sólo salió una palabra: su nombre y lo dijo con una melancolía que a Simon se le partió el corazón.

Simon tardó unos segundos en poder decir:

– No puedo casarme contigo, Daff.

– ¿No puedes o no quieres? -preguntó Anthony.

– Las dos cosas.

Anthony volvió a pegarle.

Simon cayó a suelo, sorprendido por la fuerza del golpe en la mandíbula. Pero se merecía cada golpe y cada moratón. No quería mirar a Daphne, no quería encontrarse con sus ojos, pero ella se arrodilló a su lado y le colocó la mano en el hombro para ayudarlo a ponerse de pie.

– Lo siento, Daff -dijo, obligándose a mirarla. Le dolía todo el cuerpo y no podía mantener el equilibrio, sólo veía con un ojo y, aún así, ella había acudido en su ayuda después que él la rechazara, y eso se lo debía-. Lo siento mucho.

– Guárdate tus patéticas palabras -le dijo Anthony-. Te veré al alba.

– ¡No! -exclamó Daphne.

Simon miró a Anthony y asintió. Entonces miró a Daphne y dijo:

– Si p-pudiera ser cualquiera, Daff, serías tú. Te lo p-prometo.

– ¿De qué estás hablando? -preguntó ella, con los ojos llenos de ira-. ¿Qué quieres decir?

Simon cerró el ojo y suspiró. A esa hora, al día siguiente, ya estaría muerto, porque no iba a disparar contra Anthony y dudaba que Anthony se hubiera calmado lo suficiente como para disparar al aire.

Y, aún así, de un modo extraño y patético, conseguiría lo que siempre quiso. Por fin se vengaría de su padre.

Curiosamente, sin embargo, no era así como lo había pensado. Había pensado… Bueno, no sabía qué había pensado. La mayoría no intentaba predecir como sería su muerte, pero sabía que no quería morir así. No quería morir con los ojos de su mejor amigo inundados de odio. No quería morir en un campo desierto al alba.

No quería morir deshonrado.

Las manos de Daphne, que le habían estado acariciando tan delicadamente el ojo, se apoyaron en sus hombros y lo zarandearon. Aquello hizo que abriera el humedecido ojo y vio su cara, muy cerca y muy furiosa.

– ¿Qué te pasa, Simon? -le preguntó. Tenía una cara que nunca había visto, con los ojos llenos de rabia, angustia y desesperación-. ¡Te va a matar! Os reuniréis en algún campo perdido y te matará. Y te comportas como si quisieras que lo hiciera.

– N-no q-q-quiero m-morir -dijo, demasiado cansado para preocuparse por el tartamudeo-. P-pero no puedo casarme contigo.

Las manos de Daphne le resbalaron por los brazos y ella se alejó. La mirada de dolor y rechazo en sus ojos era casi insoportable. Estaba tan abatida, envuelta en el abrigo de su hermano, con ramas de zarza colgadas del pelo. Cuando abrió la boca para hablar, parecía que las palabras le salían directamente del alma.

– Siempre he sabido que no era la mujer por la que los hombres suspiraban, pero nunca pensé que alguien prefiriera morir antes que casarse conmigo.

– ¡No! -gritó Simon, levantándose a pesar de que le dolía el cuerpo entero-. Daphne, no es así.

– Ya has dicho bastante -dijo Anthony, interponiéndose entre ambos.

Colocó las manos encima de los hombros de su hermana y la separó del hombre que le había roto el corazón y, posiblemente, dañado su reputación para siempre.

– Sólo una cosa más -dijo Simon, odiando la mirada suplicante y patética que sabía que debía tener.

Pero tenía que hablar con Daphne. Asegurarse de que lo entendía.

Sin embargo, Anthony agitó la cabeza.

– Espera -Simon colocó una mano encima del brazo del que una vez fue su mejor amigo-. No puedo arreglar esto. He hecho… -suspiró con rabia, intentando aclarar sus pensamientos-. He hecho una promesa. Sé que no puedo arreglarlo, pero puedo decirle…

– ¿Decirle qué? -preguntó Anthony, imperturbable.

Simon apartó la mano de la manga de Anthony y se la pasó por el pelo. No podía decírselo a Daphne, no lo entendería. O peor, sí que lo entendería y, entonces, Simon sólo tendría su compasión. Al final, dándose cuenta de que Anthony lo estaba mirando impaciente, dijo:

– A lo mejor puedo arreglarlo un poco.

Anthony no se movió.

– Por favor -Y Simon se preguntó si alguna vez había querido decir algo con tanta intensidad como ahora.

Anthony no se movió durante un rato pero, al final, se apartó.

– Gracias -dijo Simon, con voz solemne, mirando a Anthony brevemente antes de concentrarse en Daphne.

Había pensado que a lo mejor no querría mirarlo a la cara y castigarlo con su rechazo, pero se encontró con que Daphne lo miró con la barbilla bien alta, con los ojos desafiantes. Nunca la había admirado tanto.

– Daff -empezó a decir, sin estar muy seguro de lo que iba a decir pero con la confianza de que las palabras saldrían por sí solas-. N-no es por ti. Si pudiera ser cualquiera, serías tú. Pero si te casaras conmigo, te destruirías. Nunca podría darte lo que quieres. Te morirías día a día, y yo no sería capaz de soportarlo.

– Nunca podrías hacerme daño -susurró ella.

Él agitó la cabeza.

– Tienes que confiar en mí.

Sus ojos fueron cálidos y verdaderos cuando dijo:

– Confío en ti. Pero no sé si tú confías en mí.

Sus palabras fueron como un puñetazo en el estómago, y Simon se sintió el ser más bajo del mundo.

– Por favor, entiende que nunca quise herirte.

Ella se quedó inmóvil tanto tiempo que Simon se preguntó si había dejado de respirar. Pero entonces, sin mirar a su hermano, dijo:

– Ahora me gustaría irme a casa.

Anthony la rodeó con el brazo y le dio la vuelta, como si quisiera protegerla con evitar que lo mirara.

– Te llevaré a casa -dijo, suavemente-. Te meteré en la cama y te daré un vaso de coñac.

– No quiero coñac -dijo ella, muy brusca-. Sólo quiero pensar.

A Simon le dio la sensación de que aquel comentario molestó un poco a Anthony pero lo único que hizo fue apretarla contra sí y dijo:

– De acuerdo.

Y Simon se quedó allí, golpeado y ensangrentado, hasta que Anthony y Daphne desaparecieron en la noche.

CAPÍTULO 11

El baile anual que lady Trowbridge ofreció en Hampstead Heath la noche del sábado fue, como siempre, uno de los puntos álgidos de la temporada de chismorreos. Esta autora vio a Colin Bridgerton bailar con las tres hermanas Featherington (por separado, claro), aunque debemos reconocer que no parecía demasiado complacido con su destino. Además, también se pudo ver a Nigel Berbrooke cortejando a una joven que no era Daphne Bridgerton; quizá, por fin, el señor Berbrooke se ha dado cuenta de la futilidad de su persecución.

Y hablando de la señorita Daphne Bridgerton; abandonó la fiesta bastante temprano. Benedict Bridgerton dijo a los curiosos que su hermana se había marchado por un dolor de cabeza, aunque esta autora la vio al principio de la noche hablando con el anciano duque de Middlethorpe y parecía gozar de una salud estupenda.

REVISTA DE SOCIEDAD DE LADY WHISTLEDOWN,

17 de mayo de 1813

Por supuesto, fue imposible dormir.

Daphne iba de un lado a otro de su habitación, dejando huellas en la alfombra azul y blanca que tenía desde que era pequeña. Tenía mil cosas en la cabeza, pero había algo que estaba claro: tenía que detener ese duelo como fuera.