Violet se colocó una mano encima del pecho.
– Pone en entredicho tu origen noble.
– No -dijo Daphne, lentamente. Siempre era recomendable ir con cautela a la hora de contradecir a su madre-. En realidad, lo que ha dicho es que no cabe ninguna duda de que todos somos hijos legítimos. Y eso mucho más de lo que pude decirse de las demás familias numerosas de la alta sociedad.
– Ni siquiera debería haber sacado el tema -lloriqueó Violet.
– Madre, escribe una columna de cotilleos. Su trabajo es sacar temas como éste.
– Ni siquiera es una persona real -añadió Violet, muy enfadada. Apoyó las manos en las caderas, aunque luego cambió de opinión y empezó a agitar un dedo en el aire-. Whistledown, ¡ja! Nunca he oído hablar de ningún Whistledown. Sea quien sea esta depravada mujer, dudo mucho que sea uno de los nuestros. Nadie con un mínimo de educación escribiría semejantes mentiras.
– Claro que es de los nuestros -dijo Daphne, a quien se le notaba en los ojos que estaba disfrutando con aquella conversación-. Si no fuera de la alta sociedad, sería imposible que supiera todo lo que sabe. ¿Pensabas que era alguna impostora que se dedicaba a espiar por las ventanas y a escuchar detrás de las puertas?
– No me gusta ese tono, Daphne Bridgerton -dijo Violet, entrecerrado los ojos.
Daphne reprimió una sonrisa. La frase «No me gusta tu tono» era la respuesta habitual de Violet cuando uno de sus hijos tenía razón en una discusión.
Sin embargo, se lo estaba pasando demasiado bien para dejarlo allí.
– No me sorprendería que lady Whistledown fuera una de tus amigas -dijo Daphne, inclinando la cabeza.
– Ten cuidado, muchachita. Ninguna de mis amigas caería tan bajo.
– Está bien -dijo Daphne-. Posiblemente no es ninguna de tus amigas, pero estoy segura de que es alguien que conocemos. Ningún intruso podría conseguir la información de la que ella habla.
Violet se cruzó de brazos.
– Me gustaría descubrirla y dejarla sin trabajo.
– Si de verdad es lo que quieres -dijo Daphne, sin poder resistirse al comentario-, no deberías apoyarla comprando su revista.
– ¿Y qué conseguiría con eso? -preguntó Violet-. Todo el mundo la compra. Mi insignificante boicot sólo serviría para hacerme quedar como una ignorante cuando los demás comentaran sus chismes.
En eso tenía razón, pensó Daphne. La alta sociedad de Londres estaba totalmente enganchada a la Revista de sociedad de lady Whistledown. La misteriosa publicación había aparecido en la puerta de las mejores casas de Londres hacía tres meses. Durante dos semanas, se entregó de manera gratuita los lunes, miércoles y viernes. Y entonces, al tercer lunes, los mayordomos de todo Londres esperaron en vano a los chicos del reparto porque para, sorpresa de todo el mundo, la revista se empezó a vender al desorbitado precio de cinco peniques el ejemplar.
Daphne sólo podía admirar la astucia de la ficticia lady Whistledown. Cuando empezó a vendes sus chismes, todo Londres estaba ya tan enganchado a ellos que todos desembolsaban los cinco peniques para leerlos mientras, en algún lugar, alguna señora entrometida se estaba haciendo de oro.
Mientras Violet se paseaba por el salón refunfuñando sobre aquel «terrible desaire» en contra de su familia, Daphne la miró para asegurarse de que no le prestaba atención y aprovechó para seguir leyendo los relatos de lady Whistledown. La publicación era una mezcla de comentarios, noticias sociales, mordaces insultos y algún que otro cumplido. Lo que la diferenciaba de otras revistas similares es que la autora daba los nombres completos de los protagonistas. No ocultaba a las personas detrás de abreviaturas como lord S o lady G. Si lady Whistledown quería escribir sobre alguien, utilizaba el nombre completo. La gente bien puso el grito en el cielo pero, en el fondo, estaban fascinados por aquella mujer.
Este último número era típico de lady Whistledown. Aparte de la breve columna sobre los Bridgerton, que no era más que una descripción de la familia, relataba las fiestas de la noche anterior. Daphne no pudo asistir porque era el cumpleaños de su hermana menor, y los Bridgerton siempre celebraban los cumpleaños en familia. Y siendo ocho hermanos, siempre estaban celebrando algo.
– ¿Estás leyendo esa bazofia? -dijo Violet, en tono acusatorio.
Daphne la miró, sin ningún sentimiento de culpabilidad.
– La columna de hoy no está mal. Al parecer, Cecil Tumbley tiró una torre de copas de champán ayer por la noche.
– ¿De verdad? -preguntó Violet, intentando disimular su interés.
– Mmm-hmm -contestó Daphne-. Da bastante buena cuenta del baile en casa de los Middlethorpe. Quién habló con quién, los vestidos que llevaban las señoras…
– Y supongo que sintió la necesidad de dar su opinión a ese respecto, ¿no es así?
Daphne esbozó una sonrisa maliciosa.
– Venga, mamá. Sabes tan bien como yo que a la señora Middlethorpe nunca le ha favorecido el púrpura.
Violet intentó no sonreír. Daphne vio cómo la comisura de los labios se apretaba mientras su madre intentaba mantener la compostura propia de una vizcondesa y madre. Sin embargo, a los dos segundos estaba sonriendo y sentándose al lado de su hija en el sofá.
– Déjame verlo -dijo, quitándole la revista de las manos a Daphne-. ¿Pasó algo más? ¿Nos perdimos algo importante?
– Mamá, de verdad, con una reportera como lady Whistledown, ya no hace falta acudir a las fiestas -dijo Daphne, agitando la revista-. Esto es casi como haber estado allí. Incluso mejor. Estoy segura que nosotros comimos mejor que ellos. Y devuélveme eso -gritó, quitándole la revista de las manos a su madre.
– ¡Daphne!
Daphne le hizo una mueca.
– Lo estaba leyendo yo.
– ¡Está bien!
Violet se inclinó. Daphne leyó:
– «El vividor antiguamente conocido como conde de Clyvedon ha decidido, al fin, honrar a Londres con su presencia. Aunque todavía no se dignado a hacer su presentación oficial en ninguna fiesta social, han visto al nuevo duque de Hastings en White’s varias veces y en Tattersall’s en una ocasión -hizo una pausa para respirar-. El duque ha vivido en el extranjero los últimos seis años. ¿Será sólo una coincidencia que haya regresado ahora, justo después de la muerte del viejo duque?»
Daphne levantó la mirada.
– Dios mío, no se anda por las ramas, ¿no crees? Este Clyvedon, ¿no es amigo de Anthony?
– Ahora se llama Hastings -dijo Violet, de manera automática-. Y sí, creo que él y Anthony eran amigos en Oxford. Y en Eaton también, creo. -Arrugó una ceja y entrecerró los ojos-. Si no recuerdo mal, era bastante revoltoso. Siempre estaba en desacuerdo con su padre, pero era un chico brillante. Estoy casi segura de que Anthony dijo que sacó nota de honor en matemáticas. Y eso -dijo, con una mira maternal-, es más de lo que puedo decir de ninguno de mis hijos.
– Estoy segura de que, si en Oxford aceptaran mujeres, yo también sacaría notas excelentes -bromeó Daphne.
Violet soltó una risita.
– Te corregía los deberes de aritmética cuando la institutriz estaba enferma, Daphne.
– De acuerdo, quizás en historia -dijo Daphne, sonriendo. Volvió a mirar el papel y releyendo una y otra vez el nombre del nuevo duque-. Parece interesante.
Violet la miró, muy seria.
– No es adecuado para una señorita de tu edad.
– Es curioso cómo, en un segundo, soy tan mayor que te desesperas porque crees que no me voy a casar con nadie y, al mismo tiempo, soy demasiado joven para conocer a los amigos de Anthony.
– Daphne Bridgerton, no me…
– … gusta mi tono, lo sé -dijo Daphne, sonriendo-. Pero me quieres.