– Oh, por favor -dijo ella, quitándole importancia-. Si ni siquiera habíais llegado a vuestras posiciones.
Tenía razón, pero Simon estaba demasiado furioso para dársela.
– Y venir aquí a estas horas -gritó-. Deberías ser más prudente.
– Soy prudente -respondió ella-. Colin me ha acompañado.
– ¿Colin? -Simon empezó a buscar en todas las direcciones al pequeño de los Bridgerton-. ¡Voy a matarlo!
– ¿Antes o después de que Anthony te atraviese el pecho con una bala?
– Antes, te juro que antes -dijo Simon-. ¿Dónde está? ¡Bridgerton!
Tres cabezas se giraron hacia él.
Simon empezó a caminar hacia ellos, con odio en los ojos.
– El idiota.
– Creo -dijo Anthony, levantando la barbilla hacia Colin-, que se refiere a ti.
Colin lo miró, desafiante.
– ¿Y qué se suponía que tenía que hacer? ¿Dejarla en casa ahogándose en lágrimas?
– ¡Sí! -dijeron los tres hombres a la vez.
– ¿Simon! -gritó Daphne, corriendo detrás de él-. ¡Vuelve aquí!
Simon miró a Benedict.
– Llévatela de aquí.
Benedict parecía indeciso.
– Hazlo -le ordenó Anthony.
Benedict no se movió, sólo miraba de un lado a otro; a sus hermanos, a su hermana y al hombre que la había deshonrado.
– Por el amor de Dios -dijo Anthony.
– Daphne se merece defenderse -dijo Benedict, y se cruzó de brazos.
– ¿Qué diablos os pasa a vosotros dos? -gritó Anthony, refiriéndose a sus dos hermanos menores.
– Simon -dijo Daphne, casi ahogada después de la carrera por el campo-. Tienes que escucharme.
Simon intentó ignorar los tirones que le daba en la manga.
– Daphne, déjalo. No puedes hacer nada.
Daphne miró suplicante a sus hermanos. Colin y Benedict estaban con ella, pero no podían hacer nada para ayudarla. Sin embargo, Anthony todavía parecía un perro enrabiado.
Al final, hizo lo único que se le ocurrió para retrasar el duelo. Le dio un puñetazo a Simon.
En el ojo bueno.
Simon gritaba de dolor mientras retrocedía.
– ¿Por qué has hecho eso?
– Tírate al suelo, tonto -le dijo ella en voz baja. Si estaba en el suelo, Anthony no sería capaz de dispararle.
– ¡No voy a tirarme al suelo! -dijo Simon, tapándose el ojo-. Derribado por una mujer. Intolerable.
– Hombres -gruñó ella-. Todos unos idiotas. -Se giró hacia sus hermanos, que la miraban con idénticas caras de sorpresa-. ¿Qué estáis mirando? -dijo.
Colin empezó a aplaudir.
Anthony le dio un codazo en el costado.
– ¿Sería posible que pudiera hablar un momento con el duque? -dijo, casi susurrando.
Colin y Benedict asintieron y se alejaron. Anthony no se movió.
Daphne lo miró.
– Te pegaré a ti también.
Y lo habría hecho, pero Benedict volvió y casi le desencajó el brazo a su hermano del tirón que le dio.
Daphne miró a Simon, que se estaba tapando el ojo con una mano, como si así pudiera hacer desaparecer el dolor.
– No puedo creerme que me golpearas -dijo él.
Daphne miró a sus hermanos para asegurarse de que no los oían.
– En ese momento, me ha parecido una buena idea.
– No sé qué esperabas conseguir -dijo él.
– Pensaba que sería bastante obvio.
Simon suspiró y, en ese instante, parecía cansado, triste y mucho mayor.
– Ya te he dicho que no puedo casarme contigo.
– Tienes que hacerlo.
Las palabras de Daphne sonaron tan desesperadas que Simon la miró, asustado.
– ¿Qué quieres decir? -dijo, haciendo gala de un gran control en momentos desesperados.
– Quiero decir que nos han visto.
– ¿Quién?
– Macclesfield.
Simon se relajó visiblemente.
– No dirá nada.
– ¡Pero había más gente! -Se mordió el labio. No era una mentira. Podrían haber habido más. De hecho, posiblemente hubiera más gente.
– ¿Quién?
– No lo sé -admitió ella-. Pero me han llegado rumores. Y mañana lo sabrá todo Londres.
Simon soltó tantas palabras malsonantes seguidas que Daphne retrocedió un paso.
– Si no te casas conmigo -dijo ella en voz baja-, estaré perdida.
– Eso no es cierto -dijo él, aunque sin demasiada convicción.
– Es cierto, y tú lo sabes. -Se obligó a mirarlo. Todo su futuro, ¡y la vida de él!, estaba en juego en ese momento. No podía fallar-. Nadie me querrá. Me enviarán a algún rincón perdido del país…
– Sabes que tu madre nunca haría eso.
– Pero nunca me casaré. -Dio un paso adelante, obligándolo a sentirla cerca-. Seré para siempre un objeto de segunda mano. Nunca tendré un marido, nunca tendré hijos…
– ¡Basta! -gritó Simon-. Por el amor de Dios, basta.
Anthony, Benedict y Colin empezaron a correr hacia ellos cuando escucharon el grito, pero la mirada helada de Daphne los detuvo.
– ¿Por qué no puedes casarte conmigo? -le preguntó suavemente-. Sé que me quieres. ¿Qué te pasa?
Simon escondió la cara entre las manos y empezó a apretarse la frente con los dedos. Le dolía la cabeza. Y Daphne…, Dios, no dejaba de acercarse más y más. Daphne levantó la mano y le acarició el hombro, la mejilla. Simon no lo resistiría. No iba a resistirlo.
– Simon -le imploró-, sálvame.
Y allí estuvo perdido.
CAPÍTULO 12
Un duelo, un duelo, un duelo. ¿Hay algo más emocionante, más romántico… o más estúpido?
Ha llegado a oídos de esta autora que, a principios de semana, se produjo un duelo en Regent’s Park. Como se trata de una actividad ilegal, esta autora no revelará el nombre de los implicados, aunque expresa su más profundo rechazo hacia la violencia.
Por supuesto, mientras se publica este acontecimiento, parece que los dos idiotas, me niego a llamarlos caballeros porque eso implicaría cierto nivel de inteligencia, una cualidad que, si alguna vez poseyeron, obviamente olvidaron esa mañana, están sanos y salvos.
Una se pregunta si algún ángel sensible y racional les sonrió aquella fatídica mañana.
Si fuera así, esta autora cree que ese ángel debería repartir su influencia entre muchos más hombres. Con eso lograríamos una sociedad más pacífica y afable y así mejoraríamos este mundo de un modo inimaginable.
REVISTA DE SOCIEDAD DE LADY WHISTLEDOWN,
19 de mayo de 1813
Simon levantó sus devastados ojos y la miró.
– Me casaré contigo -dijo en voz baja-, pero has de saber que…
No pudo terminar la frase porque ella dio un grito y se abalanzó sobre él.
– Simon, no te arrepentirás -dijo, mucho más relajada. Tenía los ojos empañados de lágrimas, pero estaba rebosante de alegría. Te haré feliz. Te lo prometo. Te haré muy feliz. No te arrepentirás.
– ¡Basta! -dijo él, separándola. Aquella alegría desmedida era demasiado para él-. Tienes que escucharme.
La cara de Daphne adquirió una expresión muy seria.
– Primero escucha lo que tengo que decirte -dijo él-, y luego decide si quieres casarte conmigo.
Daphne se mordió el labio inferior y asintió.
Simon respiró hondo, aunque estaba temblando. ¿Cómo decírselo? ¿Qué iba a decirle? No podía decirle la vedad. Al menos, no toda. Pero Daphne tenía que entender que… si se casaba con él…
Renunciaría a mucho más de lo que jamás había soñado.
Simon tenía que darle la oportunidad de rechazarlo. Ella se lo merecía. Tragó saliva porque tenía el sentimiento de culpabilidad a flor de piel. Ella se merecía mucho más que eso, pero eso era todo lo que le podía dar.