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– Antes que nada -murmuró-, tenemos que hacer algo con tu ropa.

Daphne resopló sorprendida mientras Simon se levantaba y la hacía ponerse de pie. Le temblaban las piernas y era incapaz de mantener el equilibrio, pero Simon la sostuvo, arremangándole la falda con las dos manos. Le susurró al oído:

– Es más difícil desnudarte si estás tumbada en la cama.

Con una mano le cubrió la nalga y empezó a masajearla con movimientos circulares.

– La cuestión es -dijo él, divertido-, ¿te saco el vestido por arriba o por abajo?

Daphne rezó para que no esperara que se lo dijera ella, porque era incapaz de articular palabra.

– O -dijo Simon, lentamente, metiendo un dedo debajo del corsé-, ¿las dos cosas?

Y entonces, antes que ella pudiera reaccionar, le dejó caer la parte del vestido de modo que quedó atrapada en la cintura. Si no fuera por la fina camisola de seda, estaría totalmente desnuda.

– Vaya, vaya. Esto sí que es una sorpresa -dijo Simon, acariciándole un pecho por encima de la seda-. No es que sea una mala sorpresa, por supuesto. La seda nunca es tan suave como la piel, pero tiene sus ventajas.

Daphne contuvo la respiración mientras observaba cómo Simon movía la camisola de lado a lado, provocando que la fricción le endureciera los pezones.

– No tenía ni idea -suspiró Daphne, acalorada, Simon empezó a acariciarle el otro pezón.

– ¿Ni idea de qué?

– De que eras tan malvado.

Simon sonrió, lenta y ampliamente. Sus labios se acercaron a sus oídos y susurraron:

– Eras la hermana de mi mejor amigo. Totalmente prohibida. ¿Qué querías que hiciera?

Daphne se estremeció de deseo. La respiración de Simon le acariciaba el oído, pero la sensación le recorría todo el cuerpo.

– No podía hacer nada -continuó él, apartando un tirante de la camisola-. Excepto imaginarte.

– ¿Pensabas en mí? -suspiró Daphne, emocionándose con la idea-. ¿Te imaginaste esto?

Le apretó con más fuerza la mano contra la cadera.

– Cada noche. Cada momento antes de dormirme, hasta que me ardía la piel y mi cuerpo me pedía que lo liberara.

Daphne sintió que le desfallecían las piernas, pero Simon la sujetó con fuerza.

– Y cuando estaba dormido -se acercó al cuello, y Daphne no supo si la estaba acariciando o besando-, entonces sí que lo pasaba mal.

Daphne soltó un gemido, incoherente y lleno de deseo.

El segundo tirante cayó mientras los labios de Simon se acercaron al hueco entre los pechos.

– Pero esta noche… -susurró, apartando la seda hasta descubrir un pecho, y luego el otro-. Esta noche todos mis sueños se harán realidad.

Daphne apenas tuvo tiempo de resoplar antes de que la boca de Simon encontró su pecho y empezó a lamerle el pezón endurecido.

– Esto es lo que quería hacer en el jardín de lady Trowbridge -dijo-. ¿Lo sabías?

Ella agitó con fuerza la cabeza, apoyándose en sus hombros. Se balanceaba de lado a lado, y apenas podía mantener la cabeza erguida. Espasmos de puro deseo le recorrían el cuerpo haciéndole perder la respiración, el equilibrio y hasta el juicio.

– Claro que no lo sabías -dijo él-. Eres tan inocente.

Con sus hábiles dedos. Simon le sacó el resto de la ropa hasta que Daphne quedó desnuda en sus brazos. Con suavidad, porque sabía que debía estar tan nerviosa como excitada, la dejó en la cama.

Cuando empezó a desnudarse, sus movimientos fueron más torpes. Tenía la piel ardiendo y el cuerpo agitado de deseo. Ella estaba en la cama, una tentación como no había visto otra. Su piel brillaba sonrosada a la luz de las velas y el pelo, que hacía mucho que había perdido la forma, le caía alrededor de la cara.

Los mismos dedos que la habían desnudado con tanta presteza, ahora parecían atontados a la hora de desabotonar sus propios botones.

Cuando se disponía a quitarse los pantalones, vio que Daphne se estaba tapando con las sábanas.

– No -dijo Simon, con una voz irreconocible.

Los ojos de Daphne encontraron los suyos y él dijo:

– Yo seré tu manta.

Se quitó toda la ropa y, sin darle tiempo a decir nada, se tendió en la cama, cubriéndola con su cuerpo. Oyó que ella resoplaba por la sorpresa, pero luego su cuerpo se relajó.

– Shh. -La meció, acariciándole el cuello mientras, con una mano, hacía movimientos circulares sobre el muslo-. Confía en mí.

– Confío en ti -dijo ella, temblorosa-. Es que…

La mano de Simon subió hasta la cadera.

– ¿Es que qué?

Simon se imaginó la mueca de Daphne mientras decía:

– Es que me gustaría no ser tan ignorante en este momento.

Simon empezó a reírse.

– Para -exclamó ella, golpeándolo en el hombro.

– No me río de ti -insistió Simon.

– Te estás riendo -dijo ella-, y no me digas que te ríes conmigo porque esa excusa no funciona.

– Me reía -dijo él, suavemente, apoyándose en los codos para mirarla a la cara-, porque estaba pensando en lo mucho que me alegro de que seas tan ignorante. -Se acercó a ella y le dio un tierno beso-. Es un honor ser el único hombre que te ha tocado así.

Los ojos de Daphne brillaron con tanta pureza que Simon se rindió a sus pies.

– ¿De verdad? -susurró ella.

– Sí-respondió él, sorprendido de lo grave que sonaba su voz-.Aunque honor es sólo la mitad de lo que siento.

Ella no dijo nada, pero sus ojos eran terriblemente curiosos.

– Mataré al próximo hombre que se atreva a mirarte de reojo -dijo él.

Para su sorpresa, Daphne se echó a reír.

– Oh, Simon -resopló-. Es maravilloso ser el objeto de esos celos irracionales. Gracias.

– Ya me darás las gracias luego -dijo él.

– Y, a lo mejor -murmuró ella, con unos ojos insoportablemente seductores-, tú también me las darás a mí.

Simon notó que separaba los muslos cuando volvió a dejarse caer sobre ella, su erección dura contra ella.

– Ya lo hago -dijo, difuminando las palabras en su piel mientras le besaba el hueco del hombro-. Créeme, ya lo hago.

Nunca había estado tan agradecido por el control de su cuerpo que tanto le había costado aprender. Todo su cuerpo pedía hundirse en ella y hacerla suya, pero él sabía que esta noche, su noche de bodas, era para Daphne, no para él.

Era su primera vez. Él era su primer amante, su único amante, pensó con una ferocidad poco habitual en él, y era responsabilidad suya asegurarse de que Daphne sólo sintiera un placer exquisito.

Sabía que lo deseaba. Tenía la respiración entrecortada y lo miraba con pasión. Simon no podía soportar mirarla a la cara porque, cada vez que veía sus labios medio abiertos, crecía la necesidad de penetrarla y hacerla suya.

Así que, en lugar de eso, la besó. La besó por todas partes e ignoró los fuertes latidos de su corazón cada vez que la oía resoplar o gemir de deseo. Y entonces, por fin, cuando ella se estremeció y se retorció debajo de él, y él supo que estaba loca por él, escurrió la mano entre sus piernas y la tocó.

Lo único que salía de la boca de Simon era el nombre de su mujer e, incluso eso, salía entre resoplidos. Daphne estaba más que preparada para él, más caliente y húmeda de lo que Simon jamás hubiera imaginado. Sin embargo, para asegurarse, o sencillamente porque no podía resistir el perverso impulso de torturarse, metió un dedo dentro de su cuerpo, comprobando su calidez, acariciándola por dentro.

– ¡Simon! -exclamó ella, retorciéndose bajo su cuerpo.

Ya tenía los músculos tensos y Simon supo que ya estaba lista. Apartó la mano de golpe, ignorando las quejas de Daphne.

Se sirvió de sus muslos para separar los de ella y, con un gemido, se colocó en posición para penetrarla.

– P-Puede que te duela un poco -susurró, agitadamente-, pero te p-prometo que…

– Hazlo -dijo, meneando la cabeza de lado a lado.

Y así lo hizo. Con un poderoso movimiento, la penetró. Sintió cómo se abrían sus músculos, pero ella no dio ninguna señal de dolor.