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A Simon le pareció un comentario algo extraño, pero decidió hacer otra pregunta.

– Entonces, ¿ha tenido otras ofertas?

– Unas cuantas. -Anthony se bebió de un trago lo que le quedaba de brandy y suspiró, satisfecho-. Le he dado mi permiso para rechazarlas.

– Es un acto bastante indulgente por tu parte.

Anthony se encogió de hombros.

– En esta época, esperar un matrimonio por amor quizá sea demasiado, pero no veo por qué no debería ser feliz con su marido. Hemos recibido ofertas de un hombre que podría ser su padre, otro de uno que podría ser el hermano de su padre, y otra de uno que era demasiado tranquilo para nuestro bullicioso clan y, esta semana, ¡Dios, este ha sido el peor!

– ¿Qué ha pasado? -preguntó Simon, muy curioso.

Anthony se rascó la sien energéticamente.

– Era muy agradable, pero un poco corto. Después de nuestros años libertinos, seguro que pensabas que era un hombre sin sentimientos…

– ¿De verdad? -dijo Simon, con una sonrisa maliciosa en la cara-. ¿Por qué lo dices?

Anthony frunció el ceño.

– No disfruté mucho rompiéndole el corazón a ese pobre tonto.

– Hmm, ¿no lo había hecho Daphne?

– Sí, pero yo tenía que decírselo.

– No hay muchos hermanos que demuestren tanta permisividad con las propuestas de matrimonio de sus hermanas -dijo Simon.

Anthony se volvió a encoger de hombros, como si no pudiera imaginarse otra manera de tratar a su hermana.

– Ha sido una buena hermana. Es lo menos que puedo hacer por ella.

– ¿Incluso si eso implica acompañarla a Almack’s? -dijo Simon, malicioso.

Anthony hizo una mueca.

– Incluso.

– Me gustaría consolarte diciéndote que todo esto terminará pronto, pero te recuerdo que tienes tres hermanas más que vienen por detrás.

Anthony se hundió en el sillón.

– A Eloise le toca dentro de dos años, a Frances un año después y luego podré tomarme un descanso hasta que le toque a Hyacith.

Simon se rió.

– No te envidió esa responsabilidad.

Sin embargo, incluso cuando pronunció esas palabras, sintió un punto de añoranza y se preguntó cómo sería no estar tan solo en el mundo. No tenía intención de formar una familia aunque, si hubiera tenido uno de pequeño, quizá todo habría sido distinto.

– Entonces, ¿vendrás a cenar? -dijo Anthony, levantándose-. Algo informal, por supuesto. Nunca organizamos cenas formales cuando estamos en familia.

Simon tenía muchas cosas que hacer esos días pero, antes incluso de pensar en lo que tenía que arreglar, ya estaba diciendo:

– Será un placer.

– Excelente. Pero primero te veré en el baile de los Danbury, ¿no?

Simon se estremeció.

– No, si puedo evitarlo. Mi intención es llegar, saludar y marcharme a la media hora.

Levantando una incrédula ceja, Anthony preguntó:

– ¿De verdad crees que podrás llegar a la fiesta, presentarle tus respetos a lady Danbury y marcharte?

Simon asintió de manera segura y contundente.

Sin embargo, la risa burlona de Anthony no fue demasiado tranquilizadora.

CAPÍTULO 2

El nuevo duque de Hastings es de lo más interesante. A pesar de que su enemistad con su padre siempre fue del dominio público, ni siquiera esta autora ha podido descubrir la razón del distanciamiento.

REVISTA DE SOCIEDAD DE LADY WHISTLEDOWN,

26 de abril de 1813

A finales de semana, Daphne estaba de pie en el baile de lady Danbury, bastante alejada de la pista y de los grupos de gente. Estaba más cómoda así.

En cualquier otra situación, habría disfrutado del baile como cualquier chica de su edad; sin embargo, hacía unas horas Anthony le había confesado que Nigel Berbrooke lo había ido a ver hacía dos días y le había pedido formalmente su mano. Otra vez. Obviamente, Anthony lo había rechazado, ¡otra vez!, pero Daphne tenía el presentimiento de que Nigel insistiría. Al fin y a cabo, dos propuestas de matrimonio en dos semanas no eran propias de un hombre que aceptara la derrota fácilmente.

Lo vio al otro lado del salón, mirando de un lado a otro, y aquello hizo que Daphne se difuminara más entre las sombras.

No tenía ni idea de cómo tratarlo. No era muy listo pero tampoco era rudo ni tosco y, a pesar de que sabía que tenía que acabar con aquel encaprichamiento, le resultaba mucho más fácil comportarse como una cobarde: sencillamente, lo evitaba.

Mientras consideraba la posibilidad de ir a esconderse en la sala de descanso de las damas, escuchó una voz familiar a sus espaldas.

– Daphne, ¿qué haces aquí escondida?

Ella se giró y vio a su hermano mayor acercándose.

– Anthony -dijo, intentando decidir si se alegraba de verlo o le disgustaba que hubiera venido a meterse en sus asuntos-. No sabía que tú también vendrías.

– Mamá -dijo, sonriendo.

Cualquier otra palabra sobraba.

– Ah -dijo Daphne, con un compasivo movimiento de cabeza-. No digas más. Te entiendo perfectamente.

– Ha hecho una lista de novias potenciales. -Le lanzó a su hermana una mirada de agobio-. La queremos, ¿verdad?

Daphne soltó una risita.

– Sí, Anthony, la queremos.

– Es una locura temporal -dijo-. Tiene que ser así. No hay otra explicación. Hasta que alcanzaste la edad casadera, era una madre perfectamente razonable.

– ¿Yo? -exclamó Daphne-. Entonces, ¿todo es culpa mía? ¡Tú tienes ocho años más que yo!

– Sí, pero esta fiebre matrimonial no se había apoderado de ella hasta ahora.

Daphne se rió.

– Perdona que no sienta compasión por ti. Pero yo también recibí una lista el año pasado.

– ¿De verdad?

– Por supuesto. Y últimamente me está amenazando con darme una cada semana. Me da la lata con lo del matrimonio mucho más de lo que te puedas imaginar. Los solteros son un reto, pero las solteras son patéticas. Y, por si no te habías dado cuenta, soy una mujer.

Anthony soltó una carcajada.

– Soy tu hermano. No me doy cuenta de esas cosas -dijo, y la miró de reojo-. ¿La has traído?

– ¿La lista? Cielos, no. ¿En qué estás pensando?

La sonrisa se hizo más amplia.

– Yo he traído la mía.

Daphne contuvo la respiración.

– ¡No me lo creo!

– De verdad. Sólo para torturar a mamá. Me pondré a su lado y la estudiaré detenidamente; sacaré las gafas…

– No tienes gafas.

Anthony sonrió; la misma sonrisa maliciosa que parecía que todos los hombre Bridgerton dominaban.

– Me he comprado unas sólo para la ocasión.

– Anthony, no puedes hacer eso. Te matará. Y después encontrará la manera de echarme a mí la culpa.

– Cuento con eso.

Daphne lo golpeó en el hombro, provocando un gruñido lo suficientemente fuerte como para que varias personas que pasaban por allí se giraran a mirarlos.

– Una buena derecha -dijo Anthony, rascándose el brazo.

– Una chica no puede sobrevivir con cuatro hermanos si no aprende a golpear fuerte -dijo, cruzando los brazos-. Déjame ver la lista.

– ¿Después de haberme golpeado?

Daphne puso los ojos en blanco e inclinó la cabeza en un gesto de impaciencia.

– Ah, está bien. -Metió la mano en el bolsillo del chaleco, sacó un papel doblado y se lo dio-. Dime qué te parece. Estoy seguro que no ahorrarás detalles.

Daphne desdobló el papel y leyó los nombres escritos con la elegante escritura de su madre. La vizcondesa Bridgerton había escrito los nombres de ocho mujeres. Ocho mujeres solteras y de muy buena familia.

– Justo lo que suponía -murmuró Daphne.

– ¿Es tan horrorosa como creo?

– Peor. Philipa Featherington habla menos que una calabaza.

– ¿Y las demás?

Daphne lo miró con las cejas arqueadas.