– Hemos fastidiado esta parte del planeta, así que tu Danny está pensando en irse a Alaska.
Ella se sienta en una silla a su lado, los brazos cruzados sobre el pecho para aquietarlos.
– Sí, eso he oído.
– Ha conseguido un nuevo empleo. Estará con las grullas todo el verano, en los terrenos donde crían. -Sacude la cabeza ante el enigma de todo cuanto vive-. Está harto de todos nosotros, ¿no es cierto?
Ella se dispone a explicárselo, pero acaba por limitarse a responder:
– Sí.
– No quiere estar por aquí cuando finalmente arruinemos este lugar.
Karin nota un nudo en la garganta y le escuecen los ojos. Tan solo asiente.
Él se vuelve de costado, el puño en la oreja, temeroso de preguntarle.
– ¿Te marchas con él?
– No -responde-. No lo creo.
– ¿Adónde vas a ir entonces? ¿A casa?
El cerebro de Karin se mueve disperso y salvaje. No puede decir nada.
– Claro -dice él-. De regreso a Siouxland. La Sue de Sioux City. Así que llévame ya a juicio. *
– Me quedo, Mark. Los del Refugio dicen que aún puedo serles útil. En estos momentos andan un poco faltos de personal.
Él mira al exterior, como si leyera sus palabras impresas en la ventana herméticamente cerrada.
– Supongo que eso tiene sentido, ahora que Danny se ha ido. Claro. Alguien ha de ser él, si él no lo es.
De modo que así es como termina. Tan gradualmente que ninguno de ellos nota que los engranajes funcionan con fluidez. Ella quiere que él se libere de una vez por todas, que despierte de ese sueño febril y vea dónde han estado. Pero, una vez más, él la dejará abatida, ahora desde la otra dirección. Afirma que ha sabido quién era ella todo el tiempo. La situación no gana en consistencia, sino que, en todo caso, la estructura entera parece incluso más endeble, sin ninguna lesión a la que culpar.
Él estira las piernas y las cruza, haciendo una imitación del reposo.
– ¿Así que a Cain van a meterlo en chirona? Ah, no, me olvidaba. Es totalmente inocente. ¿Sabes qué deberían hacer con ese tipo? Deberían enviarlo al siguiente Irak. Utilizarlo como rehén. -Alza la cabeza, los ojos llenos de incomprensión-. Fue Barbara. Barbara allí en medio, desde el principio.
Vuelve a ser un niño de seis años aterrado. Y ella se vuelca en él, tratando de consolarle. Por una vez, se lo consiente, tan quebrantado está. Ella le aprieta la frente, luego se la sacude. Le cubre los ojos con las manos.
– ¿Estás enterada de todo esto? -Karin asiente-. ¿Sabes que fue ella? -Se lleva las manos al cráneo, la fuente de toda la confusión. Ella vuelve a asentir-. Pero ¿no lo sabías… antes?
Ella hace un vehemente gesto de negación con la cabeza.
– Nadie lo sabía.
Él trata de entender.
– ¿Y tú estuviste aquí… desde el principio? -Se queda absorto en sí mismo, pues no desea una respuesta. Cuando se recupera lo suficiente para hablar, sus palabras dejan atónita a Karin-. Dice que está acabada, que ya no es nada.
Ella se enfurece, indignada por que su hermano se preocupe todavía por esa mujer. Le asquea que Barbara, después de haber llegado tan lejos, los abandone ahora. Más fraudulencia. Más piedad desperdiciada.
– Por Dios -dice Karin entre dientes-. ¡Una mujer con sus capacidades! Solo porque cometió un error, ¿cree que ya no es útil para el mundo? Aquí estamos en un tremendo aprieto, el agua se acaba, y el tiempo para corregir lo que haga falta también. ¿Y ella va a echarse a morir?
Mark la mira, perplejo. Cierta posibilidad le anima. Su propia pérdida no significa nada. Eso es algo que le ha proporcionado el accidente.
– Pídeselo -le ruega, temeroso de sugerir incluso tan poca cosa.
– Yo no. Jamás volveré a pedirle nada a esa mujer.
Él se yergue, presa de un terror animal.
– Tienes que pedirle que trabaje para ti. No lo digo porque sí. Estamos hablando de mi vida. -Se interrumpe y respira. Vuelve a apretarse los ojos. Señala el gotero con una expresión de disculpa-. ¡Maldita sea! Tengo que sentarme de nuevo al volante y ser yo quien conduzca mi vida. ¿Qué me están haciendo? De repente me he convertido en un amasijo de emociones. Con la mierda a la que ahora le han encontrado explicación… probablemente podrían convertir a cualquiera en cualquier otro.
A ella ya no le parece un delirio. Mañana será peor.
Él la mira, olvidando todo excepto la necesidad inmediata. Le rodea el antebrazo con los dedos, midiéndola.
– No has estado comiendo bien.
– Claro que sí.
– ¿Comida de verdad? -replica él, escéptico- Ella no está tan delgada.
– ¿Quién?
– ¡Vamos! No me vengas con esas. Mi hermana. -Y al ver en los ojos de Karin un destello de pánico, él suelta una risa clara y profunda-. ¡Si te vieras la cara! Tranquila, mujer. Te estaba tomando el pelo.
Mark se reclina en la silla, estira sus pantalones negros y entrelaza las manos detrás de la cabeza. Es como si tuviera sesenta y cinco años y estuviese jubilado. Dentro de tres meses, el hermano de Karin se habrá ido de nuevo, o ella lo habrá hecho, a algún lugar adonde el otro no podrá ir. Pero durante un breve período, ahora, se conocen mutuamente, gracias al tiempo en que han estado separados.
– Por lo menos hay alguien más que se queda. Eso es lo que estoy haciendo. Permanecer en el lugar que conozco. ¿A qué otra parte se puede ir, con la que está cayendo?
A ella le tiemblan las fosas nasales y le escuecen los ojos. Intenta decir «a ninguna parte», pero no puede.
– Quiero decir que, ¿cuántos hogares tiene una persona? -Agita la mano, señalando la ventana gris-. No es un sitio tan malo al que volver.
– El mejor lugar del mundo -replica ella-. Durante mes y medio al año.
Permanecen sentados un rato, sin que haga falta hablar. Ella puede tener para sí, durante un minuto más, a ese hermano que se está recuperando. Pero él vuelve a agitarse.
– Esto es lo que me asusta: ¿si pude estar tanto tiempo así, pensando que…? Entonces, ¿cómo podemos estar seguros, incluso ahora, de que…?
Dirige a su hermana una mirada inquieta, y la ve llorar. Asustado, se echa atrás. Pero como el llanto de Karin no cesa, extiende la mano y le sacude el brazo. Intenta mecérselo, sin saber qué hacer para tranquilizarla. Sigue hablando, en un sonsonete, palabras sin sentido, como si se dirigiera a una niña pequeña.
– Escucha, sé cómo te sientes. Han sido unos días muy duros para los dos. ¡Pero mira! -La hace volverse hacia la ventana y hacia la tarde nublada en el Platte-. No todo es tan malo, ¿verdad? De hecho, es tan bueno. En ciertos aspectos, incluso mejor.
Ella se esfuerza por recobrar la voz.
– ¿Qué quieres decir, Mark? ¿Tan bueno como qué?
– Me refiero a nosotros. A ti y a mí, aquí. -Señala la ventana, con una expresión aprobadora: el Gran Desierto Americano. El río de tres dedos de profundidad. Sus parientes próximos, esas aves que trazan círculos-. Como quieras llamar a todo esto. Es tan bueno como el mundo real.
Existe un animal perpendicular con respecto a todos los demás. Uno que vuela en ángulos rectos con las estaciones. Factura el equipaje, cruza el control de seguridad por instinto. Navega mediante una memoria almacenada en sus músculos. Solo el zumbido de los recordatorios automáticos le hace centrarse: «Se recuerda a los pasajeros que no deben separarse de su equipaje en ningún momento. Las regulaciones gubernamentales prohíben…».
La guerra pesa en la atmósfera de los aeropuertos. En la zona de espera del Lincoln, las pantallas de televisión le asaltan. El programa de veinticuatro horas de noticias emite continuamente sus veinticuatro segundos de noticias, y él no puede dejar de mirarlo. «Día Tres», repite una y otra la voz de bajo profundo, sobre un sonido de metal sintetizado, en cada pausa entre bloques de noticias. Tableros de dibujo mágicos, mapas electrónicos con batallones movibles y generales retirados comentando las jugadas. Corresponsales de guerra, a los que se impide informar sobre los hechos, se dedican a hacer sinuosas especulaciones. Todas las demás noticias del mundo cesan.
* Siouxland es el nombre literario de una región que engloba territorios de Iowa, Dakota del Sur, Nebraska y Minnesota. «Sioux City Sue» es una famosa canción de Ray Freedman y Dick Thomas (1945), sobre un vaquero que lleva un rebaño de ganado desde Nebraska a Iowa, y en Sioux City conoce a una pelirroja llamada Sue, a la que dice que «cambiaría por ti mi caballo y mi perro». Hay un juego de palabras entre la Sue de la canción y sue me, «demándame, llévame a juicio». (N. del T.)