– Me gustaría ir al hospital -le dijo.
– La verdad es que aún no reconoce a nadie, todavía no.
Por alguna razón, ella no deseaba que Daniel viera a su hermano tal como estaba ahora. Lo que deseaba de él era que le contara anécdotas, cosas relativas al Mark de antes. Cosas que ella no estaba segura de recordar bien, después de tantos días al lado de su cama.
Se acordó de preguntarle a Daniel por su vida. Oírle hablar la relajaba, aunque no pudiera concentrarse en los detalles.
– ¿Cómo te va en la Reserva Ornitológica?
Él había dejado la Reserva, harto de la excesiva transigencia de sus directivos. Ahora trabajaba en el Refugio de Grullas del Condado de Buffalo, que era un grupo más pequeño, más activo y combativo. En la Reserva había tenido un trabajo estable y bienintencionado, pero demasiado acomodaticio. En el Refugio eran más partidarios de la línea dura.
– Si quieres salvar especies que peligran tras haber estado aquí millones de años, no puedes ser moderado.
Karin pensó en lo despreciable que había sido ella al tomarle a la ligera en otro tiempo. Su suave firmeza valía por diez como ella y Karsh juntos. Le parecía increíble que aún se dignara hablarle. El accidente también permitía que sucediera tal cosa. Hacía a todo el mundo, aunque fuese brevemente, mejor de lo que era. Ponía el presente por encima del pasado. Ella había estado dando vueltas en una tormenta de nieve, congelada y próxima a desfallecer, y había encontrado un cobertizo con una fogata. Quería que la conversación prosiguiera, serpenteando lentamente sin llegar a ninguna parte. Por primera vez desde que recibiera la llamada del hospital, tenía la sensación de que podía enfrentarse a cualquier cosa que le exigiera el desastre. Ojalá pudiera telefonear a aquel hombre de vez en cuando.
Daniel le preguntó por lo que hacía antes del desastre. Se lo preguntó en un quedo aparte, como si yaciera inmóvil en un campo, observando a través de unos gemelos.
– Me las he apañado -respondió ella-. He aprendido mucho acerca de mí misma. Resulta que tengo cierta habilidad para trabajar con personas en apuros. -Le contó todas las responsabilidades que había tenido en el trabajo que acababa de perder-. Dicen que es posible que vuelvan a contratarme, cuando todo esto haya terminado.
– ¿Has visto a alguien?
Ella empezó a reír nerviosamente de nuevo. Pensó que no regía bien del todo, que era incapaz de dominarse por completo.
– Solo a mi hermano. Nueve o diez horas al día. -Incluso darle esta información la aterraba, pero era infinitamente mejor estar aterrada que muerta-. Oye, Daniel, me gustaría mucho que nos viéramos un momento. Si tienes tiempo, no quisiera molestarte. Esto es… en fin, tremendo. Sé que soy la última persona que tiene derecho a pedirte… pero la verdad es que no sé muy bien cómo hacerlo yo sola.
Mucho después de que hubieran colgado, ella seguía oyéndole decir: «Pues claro que sí, también a mí me gustaría».
Mientras cedía al sueño, se dijo a sí misma que podría aprender. Aprendería a no reaccionar de una manera instintiva y protegerse a sí misma. La época en que rechazaba continuamente desaires imaginarios había terminado. El accidente lo había cambiado todo, le había dado la oportunidad de enmendar su vieja costumbre de fugarse tras una colisión. Las últimas semanas la habían dejado vacía… el mero hecho de ver a su hermano tendido e inconsciente. Qué fácil le resultaba ahora contemplarse por encima de sí misma, mirar desde arriba todas las necesidades letales que la dominaban y verlas como los fantasmas que eran. Cada barrera que la había soliviantado no era más que un falso pestillo que se abría en cuanto dejaba de empujar. Podía limitarse a observar, aprender acerca del nuevo Mark, escuchar a Daniel sin tener que comprenderle. Los demás se ocupaban de sí mismos, no de ella. Todo bicho viviente estaba cuando menos tan asustado como ella. Si una persona recordaba eso, tal vez podría llegar a amar a alguien.
Eco caca. Eca laca. Caca lala. Los seres vivos, siempre hablando. Así sabes que están vivos. Siempre con el «mira», con el «oye», con el «¿entiendes lo que quiero decir?». ¿Qué pueden querer decir que no hayan dicho ya? Los seres vivos emiten esos sonidos, tan solo para decir lo que el silencio dice mejor. Los objetos inertes son lo que ya son, y pueden callarse en paz.
Lo peor son las personas. Le abruman con sus palabras. Peor que las cigarras en una noche calurosa. O el croar de las ranas. Escucha los chorros verbales. Escucha a esos pájaros. Pero los pájaros podrían ser más ruidosos. Su madre se lo dijo. Cuanto más ligera el ave, más ruidosa es. Mira el viento: todo ese ruido, ese ir a ninguna parte desde la nada por ninguna razón, y no existe en la tierra nada más ligero que el viento.
Alguien dice que él echa de menos a las aves. ¿Cómo es posible? Las aves siempre vienen. ¿Cómo puede echarlas de menos, cuando ni siquiera dejan de venir? Los animales deben de parecerse más a las piedras. Dicen solo lo que son. Un ahora más largo, un entonces más corto, habitando el lugar de donde él acaba de llegar.
Él sabía qué es ese lugar, pero ahora es solo voces.
Los humanos le obligan a hablar mucho. Lo llevan a dar vueltas, y es un martirio. El infierno en un pasillo, parachoques contra parachoques, peor que las autopistas, la gente avanzando en todas direcciones, demasiado rápido para esquivarla. Y aun así quieren hablar, incluso mientras se mueven. Como si hablar no fuese bastante absurdo. Pero una vez le han fatigado, lo dejan ahí tendido. Viejos perros adormilados que traman nuevas tretas. Eso le encanta: cuando le dejan en paz y no ha de pensar en ellos. Le encanta permanecer tendido e inmóvil en medio del mundanal estrépito, todos los canales abiertos y rezumando al mismo tiempo a través de su piel.
Tiene que ejercitarse un poco para volver a ser el mismo dentro de un tiempo. Levantarse, caminar, bañarse de nuevo. Ahora le obligan a vivir en un furgón. Un viejo tren con otros huérfanos como él. Así que no dice nada. Ciertas cosas le dicen a él. Lo que hay en su mente salta al exterior. Surgen pensamientos, unos pensamientos que él no sabía que tuviera. Nadie sabe siempre lo que quiere decir. Eso no puede molestarle. La verdad es que tampoco él lo sabe.
Pasa una chica con la que le gustaría hacérselo. Tal vez ya lo haya hecho. Pero, si lo hiciera ahora, mejoraría lo de antes. Podría salir bien. Hacérselo mutuamente, siempre. Sin parar. Un coche, los dos en su interior, haciéndolo. Al fin y al cabo, esas aves se aparean siempre. Las aves a las que echa en falta. ¿Quiénes son los humanos para hacerlo mejor? Se emparejan para siempre. Enseñan a sus hijos a alcanzar los confines de la tierra y a encontrar el camino de regreso, el largo camino hacia atrás que él encontró.
Esos pájaros son listos. Su padre siempre se lo había dicho. Un padre que conocía tan bien a aquellos pájaros que los mataba.
Algo le está matando ahora mismo a él, exigiéndole que lo recuerde, pero suelta su presa y desaparece.
Cháchara, pero interminable. Dilo, di si, dile a. Decirlo es fácil. Eco. Lala.
Acabado, finiquitado en este mismo momento. Ahora él no es. Ese es el motivo de que le hagan hablar. Demostrar que está con los seres vivos, no con las piedras.
No está seguro de por qué ni cómo se encuentra aquí. Es como si tuviera una marca causada por ácido. Y eso no es todo, tiene marcas peores, pero la gente charlatana no está dispuesta a decirlo. Todas esas cosas de las que hablar, millones de cosas en movimiento, y eso nadie lo menciona jamás. En general, cuando están hablando no sucede nada. Nada más que lo que ya está ahí. Lo que le sucedió es algo que ni siquiera los seres vivos quieren decirle.