Mark no acaba de captar lo que le dice, lo cual es una tortura para ella. Él no capta nada. Tendría que hablar menos y observar más. Podría anotar las cosas, pero esas páginas podrían utilizarse como pruebas.
Incluso Bonnie, la guapa y sencilla Bonnie, ha cambiado para él. Es como un espectro, un personaje salido de una vieja serie de televisión, con su gorrito de pionera y el vestido que le llega hasta el suelo. Tiene una nueva vida o algo parecido, se alimenta de raíces, vive en una zanja cubierta de hierba, como un perro de las praderas gigante, junto a la arcada de la autopista interestatal. Tiene que fingir que su madre muere en una tormenta de nieve y su padre por culpa de la sequía, como una historia de la puñetera Biblia, aunque sus padres están vivos y residen en una comunidad con accesos vigilados en las afueras de Tucson. Nadie es exactamente quien dice ser, y, según parece, él tiene que reírse y seguirles el juego.
Pero la joven resulta todavía tan sexy como un canal de pago, incluso con el vestido que le cubre los tobillos. Por ello Mark no discute con ella. De hecho, ese atuendo es impresionante, sobre todo el sombrero antiguo. Él se anima sentado junto a ella, mirándola embobado mientras la muchacha se dedica, por ejemplo, a dibujar en tarjetitas. Deseos de recuperación para completos desconocidos que ocupan las habitaciones contiguas. Postales de recién nacidos en moisés para enviar a los legisladores de Washington. Él se le acerca más, la ayuda, pinta el espacio entre las líneas con una mano mientras la toca con la otra. Si aquí no hubiera nadie más, ella le dejaría poner los dedos donde él quisiera.
Sin embargo, las tarjetas no se prestan a cooperar. Pincha una, y la punta de la pluma mella la superficie de la mesa. ¿Qué diablos les pasa a estas cosas?, pregunta. Esto parece una mierda.
Ella se levanta, sobresaltada. Tiene miedo de él. Pero le rodea con un brazo. Lo estás haciendo muy bien, Mark. Es asombroso lo bien que lo haces. Has tenido la cabeza bastante fastidiada durante un tiempo.
¿Ah, sí? Pero ahora me estoy recuperando, ¿verdad? Estoy volviendo a ser el de antes.
Ya lo eres. ¡Solo hay que verte!
Él la mira detenidamente, pero no puede saber si le está mintiendo. Se enjuga los ojos húmedos. Saca su propia tarjeta con deseos de recuperación, para comparar: «No soy nadie…». Bueno, bienvenido al club. No estás solo.
Transcurrieron unas semanas de las que Karin apenas fue consciente. Mientras los terapeutas examinaban a su hermano, ponían a prueba su memoria y su comprensión de los detalles corrientes, ella perdía la cuenta de los días. Algo en ella no sintonizaba bien. No era de extrañar que, un par de veces al día, Mark la llamara impostora. Un período que ella no quería recordar.
Trasladaron a Mark al centro de rehabilitación. El cambio le dejó abatido.
– De modo que esto es lo que significa que te «suelten». Este sitio es peor que el otro. No es más que un hospital de mínima seguridad. ¿Qué pasa si me salto la condicional?
Lo cierto era que Dedham Glen se hallaba muy cerca del hospital del Buen Samaritano. El edificio, en cuya construcción habían utilizado cantos rodados y estaba pintado de tonos pastel, podría haber albergado una comunidad de jubilados con escasos recursos. Mark no mencionó que lo reconocía como el lugar donde ingresaron a su madre en la etapa final de su enfermedad. Él tenía una habitación individual, los pasillos eran más alegres, la comida mejor y el personal estaba más capacitado que en el hospital, más frío, más estéril.
Lo mejor de todo era Barbara Gillespie, la enfermera auxiliar de su planta. Aunque era nueva en el centro y sin duda se acercaba a los cuarenta años, Barbara trabajaba con el entusiasmo de una autónoma. Desde el comienzo, fue como si ella y Mark se conocieran de toda la vida. Barbara siempre podía saber, mejor que Karin, lo que Mark estaba pidiendo, aunque ni él mismo lo supiera. Barbara hacía que la atmósfera de la clínica de rehabilitación fuese como la de unas vacaciones familiares en una multipropiedad. Inspiraba tanta confianza que los dos hermanos Schluter trataban de complacerla actuando como si estuvieran más sanos de lo que en realidad estaban. Con Barbara a su alrededor, Karin creía en la curación total. Mark le tomó cariño a los pocos días, y Karin no tardó en seguirle. Ansiaba sus intercambios con la auxiliar, e inventaba pequeños problemas sobre los que consultarle. En los sueños de Karin, ella y Barbara Gillespie eran tan íntimas como si fuesen hermanas, y se consolaban mutuamente por la situación de Mark, como si ambas lo conocieran desde la infancia. Durante la vigilia, Barbara casi era igual de consoladora, y preparaba a Karin para los obstáculos que aún estaban por llegar.
Karin observaba a Barbara siempre que podía, y trataba de imitar su seguridad en sí misma y su buen talante. Una noche, en la penumbrosa celda monacal de Daniel, le habló de ella, procurando no parecer demasiado entusiasta.
– Siempre se concentra totalmente en ti cuando habla contigo. Está más pendiente que cualquier otra persona que haya conocido. Jamás tienes la sensación de que te escucha por compromiso. No está pensando en el paciente anterior ni en el siguiente. Dondequiera que esté, ahí es donde está. Yo siempre he de rectificar las tres últimas estupideces que he cometido o procurar evitar las tres siguientes. Pero Barbara está… en fin, centrada. Ahí, contigo. Deberías verla en acción. Es la perfecta enfermera para Mark. Ves que se siente completamente a sus anchas con él. Escucha todas sus teorías, incluso cuando a mí me gustaría asfixiarlo con una almohada. Se siente muy a gusto consigo misma. Apuesto a que no hay nadie en el mundo por quien preferiría cambiarse.
Daniel le puso una mano en el antebrazo, previniéndola en la oscuridad. Ella yacía sobre el futón extendido en el suelo de una habitación tan austera que las tres plantas en macetas parecían restos de la liquidación de la naturaleza. Los escasos muebles del apartamento en un sótano eran todos objetos reconvertidos. Los estantes, llenos de publicaciones sobre geología de la USGS, folletos del Servicio de Conservación y Protección del Medio Ambiente y guías informativas, consistían en cajas de naranjas apiladas. Su mesa de trabajo era una vieja puerta de madera de roble recuperada de una demolición y montada sobre caballetes. Hasta su frigorífico era una de esas pequeñas neveras utilizadas en las residencias estudiantiles, que había adquirido en Goodwill por diez dólares. Mantenía la temperatura del apartamento a unos quince grados. Tenía razón, desde luego: era el único estilo de vida sostenible. Pero ella ya había hecho planes para que el pisito fuese habitable.
– Esa mujer tiene su propio termómetro interno -continuó Karin-. Su propio reloj atómico. Es la única persona del mundo que hace un uso indiscriminado de su tiempo. Es tan ecuánime, tan serena… una burbuja de constante atención.
– Sería una buena observadora de aves.
– Mark nunca le hace perder la calma, incluso cuando se comporta como un loco de atar. Ninguno de los pacientes la pone nerviosa, y algunos dan auténtico miedo. No tiene ideas preconcebidas sobre la gente. Te ve tal como eres y lo acepta así, no espera que seas de una manera determinada.
– ¿Y qué hace?
– Oficialmente es su asistente general. Se ocupa de su programa, le hace una terapia suave, se encarga de sus necesidades cotidianas, comprueba cómo está cinco veces al día, controla sus chifladuras, limpia lo que él ensucia. No conozco a otra persona como ella, y me incluyo a mí misma, que desempeñe una labor tan por debajo de sus capacidades. No puedo entender por qué no es la directora.
– Si fuese la directora, no estaría cuidando de tu hermano.
– Cierto.
Una sola palabra falsamente sagaz, a imitación de Daniel. Su viejo complejo de camaleón. Debes ser la persona con quien estás.