Edgar se dirigió hacia la tubería y cogió una de las fotos de Meadows. Sin dirigir la palabra a Bosch, se la metió en el bolsillo del abrigo y se encaminó hacia el camino de acceso, donde había aparcado el coche.
Después de quitarse el mono, plegarlo y meterlo en el maletero de su coche, Bosch contempló a Sakai y a Osito mientras colocaban el cuerpo sobre una camilla y lo metían en la parte trasera de una camioneta azul. Bosch se dirigió hacia ellos, pensando en cómo conseguir que dieran prioridad a esa autopsia para obtener el resultado al día siguiente, en lugar de cuatro o cinco días más tarde. Cuando los alcanzó, el ayudante del forense estaba abriendo la puerta de la camioneta.
– Bosch, nos vamos.
Bosch le aguantó la puerta.
– ¿Quién corta hoy?
– ¿A éste? Nadie.
– Venga, Sakai. ¿A quién le toca?
– A Sally. Pero a éste ni se va a acercar.
– Mira, acabo de tener la misma discusión con mi compañero. ¡No empieces tú también!
– Mira tú, Bosch. Y escucha. Llevo trabajando desde las seis de la tarde de ayer y éste es el séptimo cadáver que examino. Tenemos varios atropellados, un par de ahogados, un caso de agresión sexual. La gente se muere por conocernos, Bosch. Estamos hasta las orejas de trabajo y no tenemos tiempo para algo que no se sabe si es un caso. Por una vez escucha a tu compañero. Este fiambre pasará a la cola, así que le haremos la autopsia el miércoles o el jueves. Te prometo que como mucho el viernes. Además, ya sabes que las análisis del laboratorio tardan diez días como mínimo. ¿Me quieres decir a qué viene tanta prisa?
– Los análisis, no las análisis.
– Vete a la mierda.
– Dile a Sally que necesito el informe preliminar para hoy y que me pasaré más tarde.
– Joder, Bosch. Te estoy diciendo que tenemos pasillo lleno de cuerpos que son 187 seguro. Salazar va a tener tiempo para algo que todo el mundo menos opina que es un caso clarísimo de sobredosis. ¿Qué quieres que le diga para convencerle de que haga la autopsia hoy?
– Enséñale el dedo, dile que no había huellas en tubería. Ya se te ocurrirá algo. Dile que el muerto sabía demasiado de inyectarse para morir de una sobredosis
Sakai apoyó la cabeza sobre la chapa de la camioneta, soltó una carcajada y luego sacudió la cabeza como un niño hubiera hecho un chiste.
– ¿Y sabes lo que me dirá? Me dirá que no importa el tiempo que llevara picándose. Todos acaban palmandola. A ver, ¿cuántos yonquis de sesenta y cinco año conoces? Ninguno dura tanto; al final los mata la jeringa, como a este tío de la tubería.
Bosch se dio la vuelta y miró a su alrededor par; comprobar que ninguno de los policías de uniforme es taba mirando o escuchando. Después se volvió hacia Sakai.
– Sólo dile que pasaré más tarde -susurró-. Si no encuentra nada en el preliminar, vale; podéis sacar el cada. ver al pasillo y ponerlo al final de la cola, o aparcarlo en la gasolinera de Lankershim; a mí me importa un bledo. Pero díselo a Sally; es él quien tiene que decidir, no tú.
Retiró la mano de la puerta de la camioneta y dio un paso atrás. Sakai entró en el vehículo y cerró de un portazo. Después de arrancar el motor, se quedó mirando a Bosch a través de la ventanilla y luego la bajó para decirle:
– Eres un pesado, Bosch. Mañana por la mañana; no puedo hacer más. Hoy es imposible.
– ¿La primera autopsia del día?
– ¿Y nos dejarás en paz?
– ¿La primera?
– Bueno, bueno. La primera.
– Muy bien, os dejo en paz. Hasta mañana.
– A mí no me verás. Yo estaré durmiendo.
Sakai subió la ventanilla, se puso en marcha y Bosch lio un paso atrás para dejarlo pasar. Lo siguió con la mirada y luego posó de nuevo la vista en la tubería. En ese momento se fijó por primera vez en las pintadas; aunque ya había visto que el exterior estaba totalmente cubierto con mensajes, esta vez se puso a leerlos. Muchos eran antiguos y se confundían unos con otros, una sopa de letras en la que se mezclaban amenazas ya olvidadas o cumplidas con eslóganes del tipo «Abandona Los Ángeles». Tampoco faltaban los nombres de guerra de los autores: Ozono, Bombardero, Artillero… Uno de los garabatos más recientes le llamó la atención; estaba a unos cuatro metros del final de la tubería y decía «Ti». Las dos letras habían sido pintadas con soltura, de un solo trazo. El palo de la «T» se curvaba hacia abajo como si fuera una boca abierta. Aunque no tuviera dientes, Bosch se los imaginó; era como si el dibujo estuviera inacabado. Aún así, estaba bien hecho y era original. Bosch le hizo una foto.
Tras meterse la Polaroid en el bolsillo, Bosch se dirigió a la furgoneta de la policía. Donovan estaba guardando su equipo en unos estantes y las bolsitas de pruebas en unas cajas de madera que anteriormente habían contenido vino de Napa Valley.
– ¿Has encontrado alguna cerilla quemada?
– Sí, una reciente -contestó Donovan-. Totalmente consumida, a unos tres metros de la entrada. Está ahí marcada.
Bosch cogió el diagrama de la tubería, que mostraba la posición del cuerpo y el lugar donde se habían hallado las diversas pruebas y se fijó en que habían encontrado; cerilla a unos cuatro metros y medio del cadáver. Donovan se la enseñó, dentro de su bolsita de plástico.
– Ya te diré si coincide con el paquete que encontramos en el cuerpo -prometió Donovan-. ¿Es eso que querías?
– ¿Y los de uniforme? ¿Qué han encontrado?
– Está todo ahí -respondió Donovan, señalan con el dedo un cubo en el que se apilaban aún más bolsitas de plástico. Éstas contenían desperdicios recogidos por los oficiales de patrulla en un radio de cincuenta metros de la tubería y cada una llevaba una descripción del lugar donde la habían encontrado. Bosch empezó sacarlas del cubo para examinar su contenido, que en general era basura que seguramente no tenía nada que ver con el cadáver: periódicos, trapos, un zapato de tacón, un calcetín blanco lleno de pintura seca de color azul… Esto último debía de ser para colocarse.
Bosch cogió una bolsa que contenía el tapón de u aerosol; la siguiente bolsa contenía el recipiente, cuya etiqueta describía el color como «azul mar». Al sopesarlo, descubrió que todavía quedaba pintura. Sin pensarlo dos veces, se llevó la bolsa hasta la tubería, la abrió y, apretando el botón con un bolígrafo, dibujó una línea azul junto a las letras «Ti». Como había apretado demasiado, la pintura se corrió, deslizándose por la pared curvada de la tubería y goteando sobre el suelo de grava. De todos modos, había comprobado que el color coincidía.
Bosch reflexionó sobre ello un instante. ¿Por qué iba alguien tirar un aerosol medio lleno? La nota dentro de la bolsa decía que lo habían descubierto cerca de la orilla del embalse. Alguien había intentado arrojarlo al agua, pero se había quedado corto. De nuevo se preguntó por qué. Se agachó junto a la tubería y, tras examinar las letras detenidamente, decidió que, cualquiera que fuese el mensaje, estaba inacabado. Algo había ocurrido que había obligado al artista a dejar lo que estaba haciendo y tirar el aerosol, el tapón y su calcetín por encima de la valla. ¿La policía? Bosch sacó su libreta y escribió una nota para acordarse de llamar a Crowley después de las doce y preguntarle si alguno de sus hombres había patrullado la presa durante el turno de noche.
Pero ¿y si no fue un poli el que hizo que el artista arrojara la pintura? ¿Y si el artista había visto cómo metían el cadáver en la tubería? Bosch recordó lo que Crowley había dicho sobre la persona que había dado el aviso, «un chaval, imagínate». ¿Fue el artista quien llamó? Bosch se llevó el aerosol a la furgoneta de la policía y se lo devolvió a Donovan.
– Cuando acabes con el equipo y la olla, le sacas las huellas dactilares -dijo-. Creo que pueden pertenecer a un testigo.
– Lo que tú digas -respondió Donovan.