¿Podía tratarse de descendientes de alguna civilización caída que reemprendía el comercio con rudos fragmentos de la tecnología de sus antepasados? Eso parecía encajar con lo que observaba.
La idea de la antigravedad le excitaba. ¿Podría ser ésa la diferencia en las leyes físicas que había mencionado Brady durante aquellos últimos momentos en la Tierra?
Una última tropa de «guerreros» encapuchados pasó por debajo de él. Iban cabalgando. Sus monturas meneaban las tupidas crines y resoplaban, y le parecían tanto pequeños ponis velludos que Dennis desconfió de su observación. Sería demasiado tentador interpretar lo que veía en términos terrestres.
Se frotó los ojos y observó. Pero sólo pudo distinguir siluetas.
Un animal entre los jinetes llevaba una figura más pequeña cubierta con una ajada capa blanca; destacaba en la penumbra más allá de los faros. Algo en su porte le dijo que se trataba de un prisionero. No llevaba armas brillantes, y sus brazos yacían inmóviles sobre el cuello del animal. La cabeza encapuchada caía hacia delante, abatida.
Mientras los jinetes pasaban por debajo, la cabeza del prisionero de blanco se alzó, y luego empezó a girar como para mirar entre los matorrales hacia el lugar donde Dennis estaba escondido. Dennis se agachó, sintiendo que la garganta se le quedaba de pronto seca.
Una de las oscuras siluetas de delante giró en su silla y tiró de una cuerda. La montura del prisionero avanzó, y el grupo terminó de pasar.
Dennis parpadeó y sacudió la cabeza para despejarla. Por un momento, en medio del resplandor y la confusión, había experimentado una extraña ilusión. Le había parecido que la capa blanca del prisionero se abría (durante un breve, atemporal instante) y la luz de las estrellas le mostraba el triste y abatido rostro de una hermosa muchacha.
7
Durante un buen rato la imagen permaneció grabada en su cerebro. Tanto, en realidad, que Dennis apenas se dio cuenta de que la procesión había terminado.
Se sentía un poco marcado. Sí, eso debía ser. Demasiada excitación le había hecho ver cosas.
Dennis contempló el último destello de la caravana remontar la lejana curva al este. Seguía sin saber nada de la tecnología y la cultura de los lugareños. Lo único que había aprendido era que los nativos compartían algunos de los menos agradables hábitos humanos… como la forma en que se trataban mutuamente.
Un momento después un murmullo diminuto llegó desde la carretera.
Dennis recordó de pronto la imagen de la pantalla de la alarma. Había otro puntito verde siguiendo la caravana. Con toda la excitación del momento, lo había olvidado.
Avanzó arrastrándose para poder ver mejor. No había luces brillantes y cegadoras. ¡Ahora sí que podría echar un buen vistazo!
Se deslizó en silencio hasta el borde de la carretera misma. Al principio no vio nada. Entonces un ruidito le hizo mirar hacia la derecha.
Un destello de cristal y plástico reflejó el leve brillo de la procesión en la distancia. Un diminuto brazo articulado se agitó a la tenue luz de las estrellas. Sobre sus silenciosos engranajes, el robot de exploración del Tecnológico Sahariano seguía la carretera alienígena hacia el este… cumpliendo las instrucciones de Dennis al pie de la letra …
… averiguando datos sobre los nativos.
Dennis reprimió con esfuerzo un grito. ¡Máquina idiota! Corrió hacia la carretera, tropezó con una raíz e hizo rodando el resto del camino. Se puso en pie a tiempo de ver al robot, uno de sus brazos agitándose como en gesto de despedida, remontar la curva y perderse de vista.
Dennis maldijo en voz baja, pero con toda el alma. Las cintas del robot contenían sin duda toda la información que necesitaba. Pero no podía perseguirlo o llamarlo sin atraer la atención de los guardias de la caravana.
Todavía murmuraba en voz baja, allí de pie en medio de la carretera oscura, cuando algo vivo cayó sobre su cabeza desde una rama cercana. Dennis boqueó alarmado mientras la cosa se agarraba con fuerza cubriéndole los ojos y le hacía retroceder, dando tumbos, entre los árboles.
8
—¿Cuál era la gran idea, darme un susto de muerte? —protestó Dennis roncamente—. ¡Podría haber tropezado con algo y habernos hecho daño los dos!
El objeto de su ira lo contemplaba desde una roca a unos pocos palmos de distancia, los ojos verdes brillando a la luz del hornillo del campamento.
El cerduende bostezó complacido, al parecer con la opinión de que Dennis hacía una montaña de un granito de arena.
—¡Malditos sean todos los nativos y las máquinas! ¿Y dónde has estado estos últimos cuatro días, por cierto? Te rescato de un destino peor que el aburrimiento a manos de Bernald Brady, y a cambio todo lo que pido es un amigo que conozca el vecindario. ¿Qué ocurre? ¡Ese «amigo» se marcha y me deja solo, hasta que el aislamiento acaba por hacer que hable solo… o peor, a un cerdito volador que no puede comprender una palabra de lo que digo…!
Dennis descubrió que las manos habían dejado de temblarle. Se sirvió una taza de sopa. Tras soplarla, murmuró mientras se calmaba lentamente:
—Estúpidos etés bromistas… malditos alienígenas…
Miró por encima de la taza al diminuto animal nativo. Había sacado la lengua. Sus ojos se encontraron con los suyos.
Dennis dejó escapar un suspiro de rendición. Sirvió más sopa en la tapa de la olla. El cerduende saltó y la lamió delicadamente, mirándolo de vez en cuando.
Cuando ambos hubieron terminado, Dennis lavó los utensilios y volvió a su saco de dormir. Recogió la alarma y la manipuló. Duen saltó a su lado y lo observó.
Dennis trató de ignorarlo pero no pudo mantener su ira por mucho tiempo, no con el animal mirándolo de esa forma, ronroneando, observando con aparente fascinación los ajustes que hacía a la delicada máquina.
Dennis se encogió de hombros y cogió en brazos a la pequeña criatura.
—¿Qué hay entre tú y las máquinas? No puedes utilizarlas. ¿Ves? —Indicó sus pequeñas zarpas—. ¡No tienes manos!
Con el hornillo apagado, la noche se aposentó en el bosque. En una pequeña isla en el silencio, Dennis pronto se encontró hablándole al cerduende de las constelaciones y todas las otras cosas que había descubierto.
Y se dio cuenta de que era bueno tener compañía, aunque fuera la de una criatura alienígena que no entendía ni una sola palabra de lo que decía.
III
NOM DE TERRE
1
Al día siguiente la carretera empezó a descender hacia un amplio valle fluvial.
Montado en el hombro de Dennis, el cerduende trinó y agarró un puñado de bayas de una rama. Mordisqueó algunas frutas, y el zumo le corrió por la barbilla. Cuando le ofreció un poco a Dennis, éste declinó amablemente la invitación.
Dennis se sentía bastante bien. Había recuperado sus antiguas habilidades como excursionista. Llevaba la mochila firmemente sujeta ahora que había descubierto los nudos adecuados. Sus botas, gastadas ya, parecían simples extensiones de sus propios pies mientras caminaba por la resistente calzada. Iba a buen paso.
Pero se daba cuenta de que el bosque terminaría pronto. Todavía se enfrentaba al problema de qué hacer cuando encontrara civilización.
¿Qué clase de criaturas serían los autóctonos? ¿Tendrían la tecnología necesaria para ayudarle a reconstruir su mitad del zievatrón?
Más importante, ¿decidirían colocar sus piezas ordenadamente, según tamaño y color, como alguien había hecho ya con el zievatrón?