Una granja apareció a la vista cuando llegaron a la cima de una colina baja. La casa, el granero y un almacén se alzaban a un centenar de metros del desvío de la carretera. El patio estaba rodeado por una empalizada alta. A Dennis el lugar le pareció bastante próspero. Tomosh se impacientó y tiró de la mano de Dennis, que siguió con dificultad al niño colina abajo.
La granja en sí era una estructura baja con un techo inclinado que brillaba a la luz de la tarde. Al principio Dennis pensó que los reflejos procedían de los refuerzos de aluminio. Pero a medida que se acercaban vio que las paredes eran paneles de madera laminada, hermosamente unidos y barnizados.
El granero era de construcción similar. Ambos edificios parecían fotos sacadas de una revista.
Dennis se detuvo ante la verja. Era su última posibilidad de hacer preguntas estúpidas.
—Uh, Tomosh —dijo—. Soy forastero por aquí…
—Oh, ya me he dado cuenta. ¡Hablas raro!
—Umm, sí. Bueno, de hecho soy de una tierra muy lejana al… al noroeste. —Dennis había supuesto a partir de la cháchara del niño que era una dirección de la que los lugareños sabían poco.
—Naturalmente, siento un poco de curiosidad por tu país —continuó—. Ah… ¿podrías decirme, por ejemplo, el nombre de esta sierra?
Sin vacilación, el niño respondió:
—¡Es Coylia!
—¿Así que lo rey es el rey de Coylia?
Tomosh asintió con una expresión de pacieneia exagerada.
—¡Eso es!
—Bien. ¿Sabes?, los hombres son una cosa curiosa, Tomosh. La gente de distintas tierras llama al mundo por hombres distintos. ¿Cómo lo llama tu gente? —Dennis estaba decidido a enterrar el hombre de Flasteria.
—¿Al mundo? —El niño parecía asombrado.
—A1 mundo entero. —Dennis indicó la tierra, el cielo, las montañas—. Todos los ocêanos y reinos. ¿Cómo lo llamáis?
—Oh. Tatir —respondió rápidamente— ese es el nombre del mundo.
—Tatir —repitió Dennis. Trató de no sonreír. No era mucho mejor que Flasteria.
—¡Tomosh!
El agudo grito procedía de la casa. Una joven bastante malhumorada salió al porche y gritó de nuevo.
—¡Tomosh! ¡Ven aquí!
El niño frunció el ceño.
—Es tía Biss. ¿Qué está haciendo aquí? ¿Y dónde están papá y mamá? —Se dirigió hacia la casa, dejando a Dennis en la verja.
Obviamente, sucedía algo. La tía del niño parecía preocupada. Se arrodilló y le sujetó los hombros mientras le explicaba algo seriamente. Tomosh pronto tuvo que combatir las lágrimas.
Dennis se sintió incómodo. Acercarse antes de que la mujer le invitara no parecía inteligente. Pero no podía marcharse tampoco.
Nada parecía extraño en la casa y el patio. Gallinas de verdad picoteaban en el suelo junto a lo que parecía una bandada de diminutos avestruces domesticados.
Los caminos de los alrededores de la granja parecían hechos del mismo material resistente y de alta tecnología que la carretera. Tenían los mismos bordes irregulares que se confundían casi con la tierra y la hierba que los rodeaban.
Toda la granja había sido levantada de modo similar, al parecer. Las ventanas de la casa estaban bien perfiladas y ajustaban, pero encajaban en huecos burdos, de altura y tamaño aproximados. Había ventanas grandes y pequeñas juntas, aparentemente sin ton ni son.
Tomosh se agarró a la falda de su tía, llorando a lágrima viva. Dennis se preocupó. A los padres del niño debía de haberles sucedido algo.
Finalmente, decidió acercarse unos cuantos pasos. La mujer alzó la cabeza.
—¿Su nombrre es Dennis? —preguntó fríamente, en el extraño dialecto local.
Él asintió.
—Sí, señora. ¿Se encuentra bien Tomosh? ¿Hay algo que yo pueda hacer para ayudarles?
La oferta pareció sorprenderla. Su expresión se suavizó un poco.
—Los padres del niño se han ido. He venido a llevármelo a mi casa. Puede usted quedarse hasta que mi marido venga para recoger las cosas y cerrar.
Dennis quiso hacer más preguntas, pero la severa expresión de la mujer lo indujo a callarse.
—Siéntese aquí en los escalones y espere —dijo. Condujo al niño al interior.
Dennis no se ofendió por el recelo de la mujer hacia un extraño. Su acento probablemente tampoco resultaba de ninguna ayuda. Se sentó en los escalones, donde ella le había indicado.
Había un grupo de herramientas en el porche justo ante la puerta. Al principio Dennis las miró complaciente, pensando en otras cosas. Luego las miró más de cerca y frunció el ceño.
—Curiosear y curiosear —dijo.
Era el grupo de herramientas más extraño que había visto en su vida.
Cerca de la puerta había una azada, un hacha, un rastrillo y una pala, todos de aspecto brillante y nuevo. Tocó un par de tijeras de podar que había al lado. Las hojas eran afiladas, y parecían muy fuertes.
El mango tenía asas de madera oscura y pulida, como cabía esperar. Pero las hojas no parecían de metal. Las cuchillas eran transparentes, levemente veteadas y facetadas por dentro.
Dennis se quedó boquiabierto.
—¡Son de piedra! —susurró—.
¡Algún tipo de gema, según creo! ¡Vaya, puede que incluso sean de un solo cristal!
Se quedó anonadado. No podía imaginar tecnología capaz de proporcionar semejante tipo de herramientas para un granjero. ¡Las que había junto a la puerta eran increíbles!
Pero ésa no fue la última sorpresa. Mientras estudiaba las herramientas, Dennis sintió una creciente sensación de extrañeza, pues aunque las herramientas mas apartadas de la puerta parecían también de piedra, eso era lo único que tenían en común con las hermosas hojas cercanas a la entrada.
Dennis parpadeó debido a la incongruencia. En la parte izquierda había otra hacha. ¡Y ésta bien podía haber salido de la Edad de Piedra!
El rudo mango de piedra había sido alisado en algunos sitios, pero en otros tenía aún trozos de corteza. La hoja parecía un simple pedazo de pedernal pulido y sujeto con tiras de cuero.
El resto de las herramientas encajaban entre estos extremos. Algunas eran inimaginablemente rudas. Otras, obviamente eran producto de una ciencia enormemente avanzada, diseñadas con la ayuda de ordenadores.
Tocó el hacha de pedernal, perdido en sus cavilaciones. Podía haber sido fabricada por la misma mano que había hecho el misterioso cuchillo que llevaba guardado en la mochila.
—Stivyung es el mejor practicador de esta zona —dijo una voz tras él.
Se volvió. Sumido en sus pensamientos, no había oído a tía Biss salir al porche.
La mujer le ofreció un cuenco y una cuchara, que él aceptó automáticamente. El humeante aroma despertó su apetito.
—¿Stivyung? —Repitió el nombre con dificultad—. ¿El padre del niño?
—Sí. Stivyung Sigel. Un buen hombre, sargento de los Exploradores Reales antes de casarse con mi hermana Surah. Su reputación como practicador fue su perdición. Eso y el hecho de que tiene la misma constitución que el barón, su peso y altura. Los hombres del barón vinieron por él esta mañana.
La mujer parecía pensar que lo que decía tenía sentido. Dennis no se atrevió a decirle lo contrario. De todas formas, gran parte de su confusión podía deberse al cerrado acento de la mujer.
—¿Qué hay de la madre del niño? —preguntó Dennis. Sopló sobre una cucharada de guiso. Estaba soso, pero comparado con las raciones de supervivencia que llevaba comiendo desde hacía una semana era una delicia.
Tía Biss se encogió de hombros.
—Cuando cogieron a Stivyung, Surah corrió a llamarme, luego recogió sus cosas y se marchó a las montañas. Quería pedir ayuda a los L´Toff. —Biss hizo una mueca—. Para lo que servirá eso.