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Como sospechaba, no había ruedas de ningún tipo. La carga estaba atada a una plataforma inclinada cuyas cuatro esquinas terminaban en pequeños patines. Estos encajaban a la perfección en las dos perfectas muescas que corrían por todas las carreteras que Dennis había encontrado en Coylia.

El conductor le gritó a su bestia y tiró de las riendas. La criatura, parecida a un búfalo, se debatió contra su arnés y el trineo se deslizó suavemente hacia delante. Dennis lo siguió, agachado para ver mejor.

¿Era levitación magnética? ¿Corrían los diminutos patines sobre un cojín de fuerza eléctrica? Había aparatos así en la Tierra, pero nada de tamaño semejante. El sistema era de una elegante simplicidad, aunque increíblemente sofisticado.

Fue apenas consciente de que a sus espaldas la gente hacía curiosas observaciones sobre su conducta. Hubo risas y algunos comentarios obscenos en el extraño dialecto local. Pero a Dennis no le importó. Su mente estaba llena de esquemas y ecuaciones matemáticas mientras probaba y descartaba explicación tras explicación para la maravillosa combinación de trineo y carretera.

¡Era lo más divertido que le sucedía en semanas!

Una parte despegada de él se daba cuenta de que había conectado con un extraño estado mental. La tensión de las pasadas semanas había estallado, y la persona más capaz de enfrentarse a la situación (el científico ansioso) había asumido el mando, excluyendo casi todo lo demás. Para bien o para mal, era su forma de comportarse ante un exceso de extrañeza hallada de sopetón.

Dennis se puso a cuatro patas y se acercó al pequeño deslizador y su canalillo. Mientras el trineo avanzaba lentamente, emitió un gritito de sorpresa. Un líquido claro manaba de debajo del esquí mientras éste se deslizaba. El fluido desaparecía rápidamente, empapando casi al instante el fondo del canal.

Tocó la perla de humedad que seguía al patín, y la frotó entre sus dedos. Casi de inmediato se extendió sobre ellos formando una pátina brillante. Descubrió que podía presionar los dedos sin que resbalasen. Apenas se sentían uno al otro.

¡El fluido era el lubricante perfecto! Tras un momento de deleitada estupefacción, Dennis rebuscó en uno de sus bolsillos del muslo un vial de muestras. Se vio obligado a sujetar el tubito con la mano izquierda. mientras trataba en vano de limpiarse la derecha para deshacerse de la capa resbaladiza. Abrió el tapón con los dientes.

Arrastrándose tras el lento trineo, colocó el vial tras el esquí, hasta capturar parte del resbaladizo y escurridizo fluido. Pronto tuvo unos veinte milímetros, casi suficiente para analizar…

Su cabeza chocó contra el trineo cuando éste se detuvo bruscamente. Una pequeña lluvia de frutas parecidas a cerezas le cayó encima desde la carreta abarrotada.

Hubo nuevas voces desde arriba. Alguien habló fuerte, y la multitud empezó a retroceder.

En su estado de excitación, Dennis se negó a dejarse distraer. Embriagado por el deleite del descubrimiento, permaneció agachado, esperando que el trineo empezara a moverse otra vez para poder recoger un poco más de lubricante.

Una mano se posó sobre su hombro. Dennis la apartó.

—Sólo un segundo —Instó—. Estaré con usted en un momento.

La mano apretó con fuerza, hasta hacerle volverse. Dennis alzó la cabeza, parpadeando.

Un hombre muy grande se alzaba ante él, vestido inconfundiblemente con algún tipo de uniforme. En la cara del tipo había una expresión que combinaba de modo extraño el asombro con la ira incipiente.

Había otros tres soldados cerca, sonriendo. Uno se echó a reír.

—Eso es, Gil´m. ¡Déjalo estar! ¿No ves que está ocupado?

Otro guardia, que había estado bebiendo una jarra de cerveza, tosió y escupió al atragantarse.

«Gil´m» se puso hecho una furia. Cogió a Dennis por las solapas de chaqueta y lo alzó hasta ponerlo en pie. En la mano derecha el guardia sostenía algo parecido a un bastón de dos metros con una brillante hoja de alabarda en un extremo. Parecía lo bastante afilada para cortar papel o hueso con igual facilidad.

Gil´m llamó a uno de los bromistas sin volverse ni apartar los ojos de Dennis.

—Fed'r —rugió—. Ven y sujeta mi thenner. No quiero estropear su práctica matando algo que sangre demasiado. Me encargaré de éste a mano.

Un guardia sonriente se acercó y cogió la larga arma de Gil´m. El gigante dobló unos dedos como salchichas y apretó su tenaza sobre la chaqueta de Dennis.

Uh-oh. Dennis salió por fin parcialmente de su trance. Empezó a reconocer el daño que podría haberse hecho a sí mismo.

Para empezar, podría haber perdido su oportunidad de recitar el discurso que había preparado cuidadosamente para su primer encuentro con las autoridades. Rápidamente, se dispuso a corregir su error.

—¡Usted perdone, estimado señor! ¡No tenía ni idea de que estaba ya a las puertas de su hermosa ciudad! Verá, soy forastero y vengo de una tierra lejana. He venido a conocer a los filósofos de su país, con la esperanza de discutir con ellos muchas cosas de gran importancia. Este maravilloso lubricante suyo, por ejemplo. ¿Sabía que…? ¡Adiós!

La cara del soldado había empezado a volverse de un extraño color púrpura mientras Dennis hablaba. Sin duda eso significaba que ésta no era la forma adecuada de abordarlo después de todo. Dennis apenas pudo agacharse bajo un carnoso puño que pasó por donde antes estaba su nariz.

La cara del guardia apenas estaba a un palmo de la suya. El aliento del tipo era algo para escribir odas enteras.

—¡Hala, venga, Gil´m! ¿No puedes darle a un pequeño zuslikerano?

Casi todos los guardias se habían acercado a ver la diversión, alejándose una docena de metros de sus puestos ante la puerta. Empezaron a reír, y Dennis oyó a un hombre apostar hasta dónde llegaría la cabeza del gremmie cuando Gil´m corrigiera su puntería.

Los civiles de la caravana retrocedieron, con aspecto temeroso.

—Prepárate, gremmie —rugió Gil´m. Echó atrás el puño; esta vez apuntó con cuidado, saboreando el momento. Su rostro adquirió una paciente, casi beatífica expresión de expectación.

Esto puede ser serio, pensó Dennis.

Miró al guardia… a la manaza que le agarraba la chaqueta. No había tiempo de coger la pistola de agujas… como si fuera a servir de algo empezar su visita masacrando a los miembros de la guardia local.

Pero Dennis advirtió que sostenía un frasquito de muestras en la mano izquierda.

Sin apenas pensarlo, vertió el contenido sobre la zarpa que sujetaba su chaqueta.

El gigante se detuvo y lo miró, sorprendido por la ofensa sin precedentes. Tras pensarlo un instante, Gil´m decidió que no le gustaba mucho. Gruñó de nuevo y golpeó… mientras Dennis resbalaba de su mano como una barra de mantequilla. El puño del norteño silbó sobre su cabeza, rozando el pelo de Dennis con su estela.

Gil´m se contempló la mano izquierda, ahora vacía y reluciente, cubierta con una fina capa de fluido brillante.

—¡Eh! —se quejó. Se volvió justo a tiempo de ver al gremmie desaparecer a través de la puerta de entrada a la ciudad.

4

Decididamente, Dennis habría preferido una primera visita más tranquila a una ciudad coyliana.

En la puerta había una gran confusión. La hilaridad inicial de la gente de la caravana se disolvió en gritos y chillidos cuando los guardias avanzaron con sus garrotes.

Dennis no se entretuvo a ver la refriega. Cruzó un hermoso puente ornamentado que se alzaba sobre un canal. Los peatones se le quedaron mirando mientras se abría paso entre los puestos del mercado, alegremente pintados, esquivando a vendedores y clientes. Los avisos de los guardias se repetían a su espalda mientras corría. Por suerte, la mayoría de los ciudadanos se apartó rápidamente para no verse involucrada en nada.