1
—Patrullan ante la muralla para mantener apartada a la gente —dijo el pequeño ladrón—. Después de todo, muchos de los prisioneros tienen familia y amigos en el exterior, y buena parte de la población de Zuslik nos ayudaría a escapar. Ni siquiera después de treinta años los norteños de Kremer son demasiado populares por aquí.
Dennis asintió.
—¿Pero inspeccionan los guardias la muralla por fuera tan cuidadosamente como por dentro?
El comité de fugas constaba de cinco miembros. Estaban reunidos alrededor de una mesa desvencijada, almorzando.
Los prisioneros se sentaban en sillas endebles a incómodas. Habría sido mejor estar de pie, pero practicar las sillas era otra de sus tareas.
Gath Glinn, el miembro mas joven del grupo, estaba agazapado en las sombras junto a la cercana muralla de] castillo, agachado sobre el prototipo de artilugio de huida de Dennis. El joven rubio había sido el primero en comprender la idea del terrestre y se le había encargado ponerla en práctica.
Dejaba de trabajar y cubría el artilugio cada vez que los otros indicaban que los guardias estaban cerca.
Ahora mismo sus manos se movían rápidamente adelante y atrás, y la pequeña herramienta que practicaba emitía suaves sonidos zumbantes.
El hombre pequeño y cetrino a quien Dennis recordaba vagamente haber gritado durante su primer día en prisión meneó la cabeza y respondió a su pregunta.
—No, Denniz. A veces nos sacan por grupos para que tiremos piedras contra la muralla. Pero casi siempre nos hacen practicar desde dentro.
Dennis seguía asombrándose por las cosas que le contaban sus compañeros prisioneros. Su expresión debió de indicarlo.
Stivyung Sigel miró a derecha a izquierda para asegurarse que nadie se había acercado demasiado.
—Lo que Arth quiere decir, Dennis, es que otro de nuestros trabajos es practicar la muralla para que mejore.
El granjero había comprendido que Dennis procedía de algún lugar lejano, donde las cosas eran muy diferentes. Parecía sorprenderle que pudiera existir civilización en un lugar donde las cosas no mejoraban con el uso, pero se mostraba dispuesto a conceder a Dennis el beneficio de la duda.
—Ya veo —asintió Dennis—. Ése es el motivo por el cual se permite a esos hombres golpear la muralla de esa forma sin que los guardias los detengan.
Había visto a grupos de prisioneros atacar la empalizada, y la muralla del castillo también, con rudas mazas. Se había preguntado por qué se permitía una cosa así.
—Eso es, Dennis. El barón quiere que la muralla sea más fuerte, por eso hace que los prisioneros la ataquen. —Stivyung se encogió de hombros al explicar algo tan básico—. Naturalmente, los guardias se aseguran de que no utilicen herramientas buenas mientras lo hacen. De esta forma, con el correr del tiempo, la muralla exterior se parecerá más y más a la que tenemos detrás, le pondrán un tejado, y el castillo se hará mucho más grande.
Dennis contempló el palacio. Ahora comprendía la estructura en forma de pastel de bodas. Cuando los coylianos construían una edificación ésta empezaba siendo poco más que un colgadizo burdo. Cuando por fin se convertía, después de años de práctica, en un sólido edificio de una planta, se construía encima otra estructura rudimentaria. Mientras el segundo piso mejoraba, el primero también lo hacía al soportar peso en su tejado y crecía hacia afuera por medio de añadidos laterales.
Mientras alguien viviera en él, el edificio practicaba y mejoraba. Sólo si era abandonado revertía lentamente, hasta acabar por desmoronarse convertido en un puñado de palos y barro y pieles de animales.
Dennis no imaginaba que en aquel mundo hubiera gran cosa para los arqueólogos, una vez que una gran ciudad era abandonada.
—También se aseguran de que practicamos toda la muralla —añadió Arth.
El diminuto ladrón sostenía ser un cabecilla entre los ladrones y rateros de la ciudad de Zusllk. Por el respeto que le tenían los otros prisioneros, Dennis no lo dudaba.
—Naturalmente, siempre tratamos de dejar zonas de muralla para que reviertan a viejos leños… para poder escapar por ellos. Ellos patrullan buscando esas aberturas. Es un juego de inteligencia. —Sonrió, como si estuviera seguro de que el juego podía ganarse tarde o temprano.
El sonido zumbante tras ellos terminó súbitamente en un brusco chasquido. El joven Gath alzó la parte cortada del trozo de madera, sonriendo admirado a Dennis.
—¡La sierra flexible funciona! —susurró excitado. Miró a su alrededor para asegurarse de que no había guardias cerca, y tendió la herramienta a Dennis.
Los dientes estaban calientes por la fricción. En la Tierra habrían mostrado signos de desgaste después de cortar aquel trocito de madera blanda. Pero Gath había estado pensando «¡Corta! ¡Corta!» mientras trabajaba. Y ahora, gracias a la suave práctica, la cremallera era un poco más afilada que antes.
Dennis sacudió la cabeza. Era una misión de locos confiar en una cremallera. Las que cerraban los bolsillos de su mono eran todas de plástico blando. Tuvo que arrancar la cremallera de metal de sus pantalones: ahora llevaba la bragueta cerrada con tres botones burdos que esperaba que mejoraran con el uso. ¡Desde luego, no estaba dispuesto a volver a usar aquella cremallera para su antigua. función!
—Buen trabajo, Gath. Nos encargaremos de que lo declaren enfermo para que puedas practicar esta sierra a la perfección. La noche en que esté terminada…
Arth intervino rápidamente con un comentario sobre el tiempo. Al cabo de un instante dos guardias pasaron cerca. Los prisioneros se interesaron por la comida hasta que se marcharon.
Cuando dejó de haber moros en la costa, Dennis se ofreció a pasar la sierra. Todos menos Stivyung Sigel rehusaron amablemente. Al parecer la gente corriente era un porco supersticiosa en lo referente a aquellos que ponían «esencia» en una herramienta, los artesanos originales que «fabricaban» las herramientas por primera vez en lugar de practicarlas hasta la perfección. Probablemente lo consideraban magia porque se basaba en un principio desconocido para ellos.
Tendió de nuevo la cremallera a Gath, que la acarició ansiosamente.
El almuerzo se acabó. Los guardias empezaron a llamarlos de vuelta al trabajo.
La tarea actual de Dennis era atacar armaduras con una lanza roma y hueca… ¡mientras los soldados las llevaban puestas! Era un trabajo peligroso. Si golpeaba al soldado lo bastante fuerte para lastimarlo, lo zaherían con un látigo. Si golpeaba demasiado suavemente, los guardias gritaban y amenazaban con darle una tunda.
—A partir de ahora nos turnaremos vigilando a Gath para asegurarnos de que pueda practicar sin ser molestado —dijo mientras se levantaba—. Y le suministraremos madera que cortar. Discutiremos más tarde el resto del plan.
Todos los miembros del comité de fugas asintieron. Por lo que a ellos concernía, él era el mago.
Los guardias volvieron a llamar y Dennis se apresuró al trabajo. Uno de los castigos para la tardanza era quitar las pertenencias personales. Aunque ahora Ilevaba harapos similares a los otros, se le permitió conservar su mono, para «practicarlo» en su tiempo libre. Lo último que quería era que se lo confiscaran.
Tres horas después del almuerzo, sonó una campana anunciando el principio de un servicio religioso. Un capellán vestido con una túnica roja emplazó un altar cerca de la puerta trasera del castillo, y lanzó su llamada para congregar a los fieles.
Los que no participaban tenían que continuar trabajando, así que casi todos los prisioneros soltaban las herramientas de inmediato y acudían. A pesar de algún conato de risitas irreverentes, la mayoría participaba.