Unos pocos, como el ladrón Arth, continuaban su trabajo en el jardín, sacudiendo la cabeza y murmurando su desaprobación.
Dennis quería ser testigo de la ceremonia. Pero no veía forma de asistir a ella sólo como espectador. Los orantes se inclinaban y cantaban ante una fila de ídolos de madera y piedras preciosas.
Finalmente, decidió quedarse con Stivyung Sigel. Desde hacía una hora, según lo asignado, ambos cortaban madera usando hachas de cavernícola, bajo la mirada vigilante de un guardia.
—Parece que la mayoría de nuestros compañeros prisioneros no se toma la religión estatal demasiado en serio —le comentó Dennis a Stivyung en voz baja.
Sigel flexionó sus poderosos hombros y descargó el hacha en un gran arco, haciendo que lascas de madera volaran en todas direcciones. Tenía un aspecto un tanto incongruente cortando madera vestido con la ropa vistosa del barón Kremer, pero eso era parte de su trabajo. Al señor de Zuslik no le gustaba que su ropa se ajara. Después de aquella práctica sería soberbia.
—Los zuslikeranos solían ser poco religiosos bajo el mandato del antiguo duque —dijo Sigel—. Pero cuando el padre y el abuelo de Kremer llegaron, empezaron a otorgar favores a la Iglesia y los gremios, lo que resulta curioso, ya que antes los norteños nunca fueron grandes creyentes.
Dennis asintió. Era un patrón de comportamiento familiar. En la historia terrestre, los bárbaros a menudo se habían convertido en los más fieros defensores de la ortodoxia establecida después de que hubieran realizado una conquista.
Alzó el hacha y descargó un golpe contra su propio leño. La ruda hoja de piedra rebotó, apenas haciendo una mella.
—Supongo que tú tampoco eres creyente —le sugirió a Sigel.
El otro hombre se encogió de hombros.
—Todos esos dioses y diosas realmente tienen poco sentido. En las ciudades del este del reino están perdiendo sus seguidores. Algunas personas empiezan incluso a prestar atención a la Antigua Fe, como han hecho los L´Toff desde siempre.
Dennis estuvo a punto de preguntarle por la «Antigua Fe» pero el guardia les llamó al orden.
—¡Vosotros dos! ¡Trabajad o rezad! ¡Cortad la madera!
Dennis apenas podía entender el acento gutural norteño, pero sí captaba el sentido general de sus palabras. Blandió el hacha. Esta vez logró que unas cuantas lascas saltaran, aunque no se engañó pensando que la herramienta hubiera mejorado perceptiblemente.
Incluso con el Efecto Práctica, el camino era lento. Esperaba que el joven Gath tuviera más suerte con la cremallera-sierra que él con su maldito pedazo de pedernal.
2
Durante las tres noches siguientes, mientras Gath o Sigel practicaban la pequeña sierra bajo las sábanas, Dennis salió del cobertizo y se dedicó a dar paseos por el patio. Normalmente estaba cansado a esa hora, pero no tan exhausto como para no poder esquivar a los perezosos guardias en el puesto de control interior.
Además de pasar los días practicando hachas y armaduras, había estado tomando lecciones del lenguaje escrito coyliano. Stivyung Sigel, el prisionero mejor educado, fue su tutor.
Dennis se había visto obligado a modificar un poco su impresión inicial. La cultura de aquella gente estaba por encima del nivel «cavernícola». Tenían música y arte, comercio y literatura. Simplemente, carecían de tecnología más allá de finales de la Edad de Piedra. No parecían necesitarla tampoco.
Todo aquello que no tuviera vida podía ser practicado, así que todo estaba hecho de madera, piedra o piel… con fragmentos ocasionales de cobre nativo o hierro procedente de meteoritos, ambos altamente valorados. De todas maneras, era una maravilla lo que podía conseguirse sin metal.
Su alfabeto era un simple silabario, fácil de aprender. Sigel era un hombre más o menos educado, aunque había sido soldado y granjero, no un estudioso. Era un maestro paciente, pero sólo pudo arrojar un poco de luz sobre el origen de los humanos en Tatir. Eso, dijo, era especialidad de las iglesias… o de las leyendas. Stivyung le dijo a Dennis lo que sabía, aunque parecía cohibido contándole a un adulto lo que parecían cuentos de hadas. Pero Dennis había insistido, y escuchado con atención, tomando notas en su cuadernito.
Finalmente, Dennis llegó a la conclusión de que las historias de los orígenes eran tan contradictorias como las de la Tierra. Si había alguna relación entre los dos mundos, al parecer estaba perdida en el pasado.
Dennis se dio cuenta de que algunas de las leyendas más antiguas (en especial aquellas que trataban de la llamada Antigua Fe) hablaban de una gran caída, de un tiempo en que los enemigos del hombre hicieron perder a éste sus poderes sobre los animales y sobre la vida misma.
Stivyung conocía el relato gracias a su larga asociación con aquella misteriosa tribu, los L´Toff. No era gran cosa. Y tal vez se trataba sólo de una fábula, después de todo, como las historias que le contó Tomosh sobre dragones amistosos.
Así que Dennis reflexionó sobre el problema a solas. Bosquejó líneas de cálculo de tensiones en su cuaderno, al anochecer, después de la cena. Ni siquiera había llegado a elaborar una teoría para explicar el Efecto Práctica. Pero las matemáticas le ayudaron a tranquilizar su mente.
Necesitaba el enfoque de su ciencia. De vez en cuando sentía breves reapariciones de la extraña y mareante desorientación que había experimentado al llegar a Zuslik y durante su primer día de cárcel.
Ningún autor había mencionado jamás, en ninguna de las novelas de fantasía que había leído, lo difícil que era en realidad para un ser humano ajustarse al hecho de encontrarse, con su vida en peligro, en un lugar verdaderamente extraño.
Ahora que empezaba a comprender algunas de las reglas, y sobre todo ahora que tenía camaradas, estaba seguro de que se encontraría bien. Pero aún sentía escalofríos ocasionales cuando pensaba en la extraña situación en la que se hallaba.
Durante su cuarta noche en el campamento, después de haber esquivado el puesto interior para caminar bajo la tenue luz del crepúsculo entre los verdes tallos del jardín, Dennis oyó una música suave mientras avanzaba.
La música era maravillosa. El cálculo de anomalías en el que había estado trabajando se deshizo como jirones de niebla disueltos por una brisa fresca.
El sonido llegaba desde encima del extremo más lejano del patio de la prisión. Era el de una voz femenina aguda y clara, acompañada por algún tipo de arpa. El instrumento parecía llorar en la noche, suavemente y con un patetismo eléctrico. Dennis siguió la música, embelesado.
Llegó al punto donde la muralla nueva se encontraba con la vieja. Dos parapetos por encima, tañendo un pálido instrumento parecido a un laúd, estaba la muchacha a quien tan brevemente había visto en la carretera. Stivyung Sigel la había llamado Linnora, princesa de los L´Toff.
Unas picas afiladas de madera la mantenían prisionera en su balcón. Las varas relucientes reflejaban la luz de las lunas casi tan intensamente como sus cabellos de miel.
Dennis escuchó, embobado, aunque no podía distinguir las palabras.
La lira parecía haber tenido generaciones de práctica para conseguir tal poder. La voz de la muchacha lo llenaba de asombro, aunque apenas podía seguir las palabras cargadas de acento. La música parecía arrastrarle hacia delante.
La muchacha dejó de cantar bruscamente y se volvió. Una oscura figura había aparecido en el umbral situado en el extremo derecho de la balconada. Ella se puso en pie y se enfrentó al intruso.
Un hombre alto, ancho de hombros, entró a hizo una reverencia. Si Dennis no hubiera visto a Stivyung Sigel sólo momentos antes, allá en el cobertizo de los prisioneros, habría jurado que era su amigo el que avanzaba hacia la esbelta princesa. La ropa del hombretón era tan hermosa como la de Linnora, aunque destinada claramente a usos más comunes. Dennis oyó su voz grave, pero seguía sin poder discernir las palabras.