Cortó hasta que le dolieron los brazos y supo que la fatiga lo volvía ineficaz. A esas alturas ya tenía confianza en la nueva resistencia a la tensión de la seda dental y estaba dispuesto a dejar que otro siguiera cortando. Señaló a Sigel para que se hiciera cargo del trabajo. El hombretón se adelantó para ayudarle a desenvolver de sus manos la tela.
Dennis hizo una mueca de dolor cuando la circulación volvió a sus dedos. Envidió a Stivyung por sus callos de granjero. Se desplomó en las sombras junto a la pared, donde esperaban Gath y Mishwa.
Permanecieron sentados juntos en silencio durante un rato, contemplando al granjero tirar pacientemente de la cuerda adelante y atrás. Sigel parecía un tronco en la oscuridad. Era sorprendente lo bien que se fundía con ella.
Pasaron minutos. Una vez oyeron a Arth dar su llamada de aviso, una imitación de un ave nocturna. Sigel se tumbó de plano en el suelo, y no tardó en aparecer una patrulla de guardia por una esquina, llevando una linterna. Un haz de luz enfocado hacia allí podría descubrirlos. Dennis y los demás contuvieron la respiración.
Pero los de la patrulla pasaron de largo, tras haber contado a los prisioneros del cobertizo… incluidos los bultos de tela que el grupo había metido bajo las mantas.
A1 parecer, como había predicho Arth, la rutina volvía perezosos a los guardias.
Cuando el pequeño ladrón dio la señal de que todo estaba despejado, Sigel se levantó y siguió trabajando, infatigable. Desde donde los demás esperaban, podía oírse un leve sonido siseante, mientras la sierra cortaba más profundamente con cada pasada.
El joven Gath se acercó un poco más a Dennis.
—¿Es verdad que la princesa te mandó una nota? —susurró el muchacho.
Dennis asintió.
—¿Puedo verla?
Un poco reluctante, le tendió la tira de papel basto. Gath lo contempló, con el ceño fruncido, moviendo los labios. Saber leer no era común en aquella sociedad feudal. Dennis ya leía tan bien como el muchacho.
Gath le devolvió la nota.
—Algún día me gustaría visitar a los L´Toff —dijo—. En los días del antiguo duque había más contactos con ellos. ¿Sabes que a veces adoptan a humanos normales? —continuó el muchacho—. ¡Los L´Toff me recibirían con los brazos abiertos, lo sé! ¡Quiero ser un creador!
Gath le dijo esto último como si confiara a Dennis un enorme secreto.
Dennis sacudió la cabeza, todavía confundido por las costumbres que la gente de Tatir había desarrollado para tratar con el Efecto Práctica.
—¿Un creador es alguien que fabrica una herramienta por primera vez? —pregunto—. ¿Alguien que hace comenzadores?
Un «comenzador» era como llamaban a un nuevo objeto o herramienta que nunca había sido practicado.
—Creía que crear era privilegio de ciertas castas.
Gath asintió. Aceptaba la ingenuidad de Dennis como parte de su condición de mago.
—Sí. Está la casta de los picapedreros, y la casta de los madereros, la de los curtidores y la de los constructores y las demás. —Sacudió la cabeza—. Las castas están cerradas a los recién llegados, y lo hacen todo a la antigua. Sólo los granjeros como Stivyung pueden crear sus propios comenzadores de la forma que quieren y seguir adelante, porque están en el campo, donde nadie los puede pillar.
—¿Y eso qué importa? —preguntó Dennis en voz baja—. Una herramienta de comienzo pronto se adapta a quien la practica, mejorando con el uso. Podrías convertir una hoja seca en un bolso de seda si la trabajas lo suficiente.
El joven sonrió.
—La esencia original que hay en un comenzador influye en su forma final… un hacha sólo pude hacerse a partir de un hacha de comienzo, no de una escoba o un trineo. Una cosa no consigue convertirse en algo mediante la práctica a menos que sea de alguna utilidad desde el principio.
Dennis asintió. Incluso allí, donde la tecnología era inexistente, la gente encontraba relaciones de causa y efecto.
—¿Por qué estás en la cárcel, Gath?
—Por crear comenzadores de trineos sin permiso de las castas. —El muchacho se encogió de hombros—. Fue una estupidez por mi parte dejarme coger. Hasta que viniste, pensaba que cuando saliera me dirigiría a los L´Toff. ¡Pero ahora prefiero trabajar para ti!
Le sonrió a Dennis.
—¡Probablemente sabes más sobre crear que los L´Toff y todas las castas juntas! Tal vez necesites un aprendiz cuando regreses a tu tierra natal. ¡Yo trabajo duro! ¡Ya sé cómo cortar pedernal! ¡Y aprendí a hacer ollas colándome en…!
El muchacho empezaba a excitarse demasiado. Dennis le hizo un gesto para que bajara la voz. Se calló, obediente, pero sus ojos seguían brillando.
Dennis pensó en lo que acababa de decir Gath. Probablemente sabía más acerca de «crear» que nadie en aquel mundo. Pero apenas sabía nada sobre el Efecto Práctica. Aquí y ahora, esa ignorancia podía ser fatal.
—Ya veremos —le dijo al muchacho—. Cuando salgamos de aquí, puede que tenga prisa por volver a casa, y tal vez necesite una mano. —Pensó en las colinas del noroeste, en el zievatrón.
Le preocupaba todo el tiempo que había pasado persiguiendo una civilización mecánica en aquel planeta. ¿Había enviado Flaster a alguien más a través de la máquina? Era típico de aquel hombre ponerse nervioso y retrasarse y finalmente empezar a buscar otro «voluntario».
Por otro lado, Flaster podría haber renunciado y puesto en marcha el zievatrón, poniendo al equipo del Tecnológico Sahariano a trabajar buscando una vez más entre los mundos anómalos… usando el algoritmo de búsqueda de Dennis Nuel, por supuesto.
Tal vez tenga que pasar aquí el resto de mi vida, se dijo.
De pronto, se le apareció una imagen de cabellos dorados a la luz de las lunas. Se le ocurrió que aquel mundo tenía sus atractivos.
Temblando, recordó que también había recibido un aviso de inminente tortura sólo un par de horas antes.
Tatir también tenía sus pegas.
Stivyung Sigel no había pedido todavía que lo sustituyeran. Trabajaba con una intensidad febril que asombraba a Dennis, quien alzó la cabeza para ver qué progresos hacía el granjero.
Se quedó mirando, sorprendido. ¡La sierra ya había cortado hasta la mitad de lo previsto! ¿Cómo…?
Miró a Sigel y se frotó los ojos. Tenía que deberse a la oscuridad, pero de algún modo era como si el aire que lo rodeaba titilara débilmente. Era como si pequeñas corrientes de aire se revolvieran a su alrededor. Dennis se volvió hacia Gath para preguntarle si también él lo veía.
El joven creador también lo veía. Se quedó mirando a Sigel, completamente asombrado, igual que Mishwa, el otro ladrón que los acompañaba.
—¿Qué es eso? —susurró Dennis con urgencia—. ¿Qué está sucediendo?
Sin apartar los ojos, Gath respondió:
—¡Es un auténtico trance felthesh! ¡Dicen que una persona tiene suerte si llega a presenciar uno en su vida!
Dennis volvió a mirar a Sigel. El hombre trabajaba con intensidad demoníaca, formando un destello al mover los brazos adelante y atrás. Mientras observaban, la débil luminosidad que le rodeaba pareció escalar el fino hilo de seda, como la ionización chispeante alrededor de una línea de alto voltaje.
Fuera lo que fuese el misterioso «trance felthesh», pudo ver que Sigel y la sierra destrozaban la unión de la empalizada. Una leve lluvia de polvo caía de las crecientes aberturas a cada lado del tronco.
A Dennis le pareció asombroso. ¡Pero más le preocupaba en ese momento que los guardias advirtieran aquel fenómeno!