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—Lo descubriremos en cuanto Dama Aren regrese con la primera bolsa, Gath. Experimentaremos con un modelo y veremos cuánta práctica lo mejora de la mañana a la noche.

Gath sonrió ante la mención de la vieja costurera. Claramente, el joven no tenía un gran concepto de Dama Aren y sus extrañas costumbres. La anciana vivía pasillo abajo, ganándose como podía la vida como costurera. Sin embargo, sus modales eran excelentes e insistía en que la trataran con cortesía, ya que había sido una joven cortesana en los días del antiguo duque.

Ahora mismo todo su plan dependía de la habilidad de una vieja loca.

Stivyung Sigel estaba sentado junto a Gath, chupando lentamente una pipa, contentándose con escuchar y formular de vez en cuando alguna pregunta. Parecía completamente recuperado de los efectos de su trance felthesh. De hecho, había pospuesto su idea original (tratar de escalar las murallas de la ciudad) sólo cuando Dennis le aseguró que había una forma mejor de salir de allí y buscar a su esposa.

Arth y Perth se unieron a los tres en la mesa. Dennis y Gath recogieron los dibujos mientras la esposa de Arth, Maggin, traía un pollo asado y jarras de cerveza.

Arth arrancó un muslo y procedió a mancharse con él la barba, alimentándose aparentemente sólo como efecto secundario y accidental. Los otros apuñalaron el ave por turnos después de su anfitrión, como demandaba la cortesía. Maggin trajo un humeante cuenco de verduras cocidas y se unió a ellos.

Arth habló con la boca llena.

—Recibimos un mensaje de los muchachos mientras estabas tan atareado haciendo esos dibujos, Denniz.

Dennis alzó la cabeza, esperanzado.

—¿Encontraron mi mochila?

Arth sacudió la cabeza, mordisqueando su comida.

—No fuiste demasiado concreto, Denniz. Me refiero a que hay un montón de edificios cerca de la puerta oeste, y algunos de sus parapetos se usan como balconadas y jardines, en cuyo caso lo mochila ya ha sido recogida.

—¿Ninguna pista? ¿Ningún rumor?

Arth dio un sorbo, dejando que la cerveza roja y espumosa desbordara la jarra y le cayera por la barba. Obviamente, apreciaba la comida casera después de haber estado en la cárcel. Se limpió la boca con la manga. Dennis notó que todas las camisas de Arth parecían haber desarrollado gradualmente una esponja en la manga izquierda.

—Bueno, lo diré, Denniz, que corren extraños rumores. Dicen que alguien ha visto a una bestia krenegee por la ciudad. También comentan que han visto al fantasma del viejo duque venir a vengarse del barón Kremer.

»Hay incluso una historia sobre una extraña criatura que no come, sino que espía a la gente por las ventanas y se mueve más rápido que el rayo … algo nunca visto, con cinco ojos.

Arth se llevó la mano abierta a la cabeza, con los dedos hacia arriba, y la hizo girar, acompañada de un sonido sibilante. Perth se atragantó con la cerveza. Maggin y Gath se echaron a reír.

—¿Pero mi mochila…?

Arth extendió las manos para indicar que no sabía nada de ella.

Dennis asintió, sombrío. Había albergado la esperanza de que los ladrones recuperaran la mochila intacta. O de que al menos oyeran noticias sobre sus «extrañas» pertenencias en el mundillo de los bajos fondos. Tal vez algún que otro artículo apareciera a la venta en el bazar.

Lo más probable era que la mochila estuviera ya en manos del barón Kremer. Dennis se preguntó si en aquel mismo momento Kremer no estaría agitando su hornillo de campamento o sus útiles de afeitar ante la nariz de la princesa L´Toff, Linnora, exigiendo que le explicara para qué servían.

A pesar de su misteriosa reputación, los L´Toff estarían tan perplejos con los artículos de Dennis como cualquier otra persona de Tatir. Linnora no podría ayudar a Kremer.

Dennis esperaba no haber empeorado todavía más la situación de la muchacha poniendo furioso a su captor.

Llamaron suavemente a la puerta. Los hombres se tensaron hasta que oyeron repetirse la llamada cinco veces, luego dos, según lo previsto.

Perth fue a descorrer el cerrojo, y entró una anciana ataviada con un vestido muy elegante. Soltó un gran saco mientras los hombres se levantaban y la saludaban cortésmente.

—Señores —dijo la vieja dama, a hizo una reverencia—. El tapiz global que pedisteis está terminado. Como solicitasteis, he bordado solamente leves contornos de nubes y aves en los lados. Podéis practicar la escena a la perfección por vuestra cuenta. Si este pequeño globo os satisface, comenzaré la versión más grande en cuanto me traigáis los materiales.

Arth recogió el paño de frágiles sábanas de terciopelo y fingió inspeccionarlo brevemente. Luego se lo tendió a Dennis, que lo cogió ansiosamente. Arth hizo una inclinación de cabeza a Dama Aren.

—Su excelencia es muy amable —dijo; su forma de hablar se volvió de pronto casi aristocrática—. No ensuciaremos vuestras manos con dinero de papel o ámbar. Pero nuestra gratitud no podrá negarse. ¿Podremos contribuir al mantenimiento de vuestra mansión, como hemos hecho en el pasado?

La anciana hizo una mueca de fingido disgusto.

—No sería indecoroso si así se acordara.

Al día siguiente, una cesta de comida aparecería ante su puerta, como por arte de magia. Se mantendrían las apariencias.

Dennis no fue testigo de la transacción. Estaba maravillado con el «tapiz global».

Los coylianos poseían unas cuantas tecnologías respetables. Había ciertas cosas que tenían que ser utilizables desde el día en que eran «creadas» y no podían ser practicadas sin que se estropearan. El papel, por ejemplo. Un trozo de papel podía tener que esperar en un cajón durante semanas o meses hasta que fuera necesario para escribir una nota o una carta. Entonces necesitaba todas sus cualidades como papel para ser utilizado instantáneamente. Una vez escrito, podía permanecer guardado durante años sin que fuese necesario consultarlo. No se degradaría, como sucedía con las cosas abandonadas cuyas cualidades existían puramente a fuerza de práctica.

No era extraño que allí utilizaran papel moneda y nadie se quejara. El material tenía un valor intrínseco casi tan grande como el ámbar o el metal.

La fabricación de papel y la de fieltro iban unidas. Dennis había pedido a los ladrones que «adquirieran» una docena de metros cuadrados del mejor fieltro que pudieran encontrar. Si el experimento funcionaba, querrían continuar robando fieltro hasta acabar prácticamente con todo el suministro de la pequeña metrópoli.

A Dennis apenas le sorprendía sentirse tan poco culpable por formar parte de una banda. Todo era parte de su reacción general a ese mundo, comprendió con un leve toque de amargura. Los terrestres tuvieron que esforzarse y experimentar durante miles de años para llegar a un grado de comodidad que aquella gente conseguía casi sin pensar. Podía asumir fácilmente el hecho de coger de ellos lo que necesitaba.

En cualquier caso, el principal mercader de papel de Zuslik era amigo íntimo del barón. Su monopolio y la procedencia de su riqueza aseguraban que pocos en la parte baja de la ciudad sintieran lástima por él.

El «tapiz global» era una esfera cosida de tela tan liviana como el papel, abierta por un extremo. Sus lados estaban ligeramente bordados con nubes y aves. Las puntadas eran bastante irregulares, aunque era indudable que Dama Aren se consideraba una artista.

Con el tiempo, si ojos apreciativos practicaban lo suficiente, las figuras parecerían cobrar vida. Dennis comprendió que, como la ciencia, también el arte se beneficiaba del Efecto Práctica.

Dennis, Sigel y Gath esperaron mientras Dama Aren chismorreaba con Arth y Maggin. Sigel dirigió a Gath una dura mirada cuando el muchacho empezó a tamborilear con los dedos sobre la mesa. La espera se haría interminable. Y Arth no daba muestras de tener ninguna prisa por terminar. ¡El pequeño ladrón parecía estar pasándoselo bien!