—¡Pero esta cosa no levantará a un hombre! —se quejó Perth.
Arth se volvió hacia su subordinado.
—¿Cómo sabes que con el tiempo no podrá hacerlo? ¡Ni siquiera ha sido practicada todavía! ¿No eras tú el que despreciaba las cosas «hechas nuevas»?
Perth retrocedió nerviosamente.
Se lamió los labios mientras contemplaba supersticioso el lento ascenso del globo.
—De hecho, Perth tiene razón —dijo Dennis—. Con la práctica, este globo probablemente se alzará algo mejor que cualquier globo similar de… de mi tierra natal. Pero para alzar a varios hombres tendremos que construir un globo mucho más grande en ese almacén vacío del que me hablaste, Arth. Lo practicaremos allí; luego Gath, Stivyung y yo lo utilizaremos para escapar de noche, cuando el cuerpo volante del barón esté en sus cobertizos.
Los ojos de Arth tenían un brillo interesado.
—Gath, Stivyung y tú no olvidaréis el mensaje para los L´Toff, ¿verdad?
—Por supuesto que no.
Los tres tenían buenos motivos para dirigirse a la misteriosa tribu de las montañas cuando salieran de la ciudad. Dennis pretendía hablarles sobre su princesa cautiva y ofrecer sugerencias sobre cómo rescatarla.
Arth esperaba tanto conseguir una buena recompensa de los L´Toff por su participación en todo aquello como darse el gusto de ¡robar de paso al barón!
El globo rebotó contra el techo.
—Muy bien —dijo Dennis—, todos ibais a contarme cómo concentrarse para conseguir la mejor práctica. ¿Por qué no empezamos?
Se sentaron. Stivyung Sigel estaba reconocido como el practicador mejor, así que tomó la palabra.
—Primero, Dennis, no tienes necesariamente que concentrarte. Simplemente con el use una herramienta ya mejora. Pero si mantienes tu atención centrada tanto en la cosa en sí como en lo que consigues usándola, la práctica va más rápida. Le das a la herramienta trabajos más y más duros de hacer, a lo largo de semanas, meses, y piensas en cómo podrá ser cuando sea perfecta.
—¿Qué hay del trance en el que entraste en el patio de la prisión? ¡Practicaste la sierra a la perfección en cuestión de minutos!
Stivyung reflexionó.
—Había visto el felthesh antes, durante el tiempo que viví con los L´Toff. Incluso entre ellos es raro. Se produce después de años de entrenamiento, o bajo circunstancias aún más raras. Nunca imaginé que entraría en ese estado.
»Tal vez fue debido a la magia del momento y a lo desesperado de nuestra situación.
Stivyung pareció pensativo un buen rato. Por fin, se recuperó y miró a Dennis.
—En cualquier caso, no podemos contar con que el hacha caiga dos veces sobre el mismo punto exacto. Debemos basarnos en medios más normales mientras practicamos tu «globo». ¿Por qué no nos dices otra vez lo que está haciendo esta muestra y cómo hacerla gradualmente mejor? No avances demasiado sobre lo que es, o no funcionará. Sólo intenta describir el siguiente paso.
A Dennis le parecía un juego infantil. Pero sabía que allí «desear y conseguir» era algo muy serio. Entornó los ojos mientras contemplaba el globo, tratando de ver un ideal. Luego empezó a describir lo que ninguno de ellos había imaginado jamás.
2
Dos días después, la búsqueda de los fugados finalmente remitió. Los guardias apostados en las puertas de la ciudad seguían comportándose de manera diligente, pero las patrullas callejeras volvieron a la normalidad. Dennis pudo por fin dar un paseo por la ciudad de Tuslik.
En su primer intento, a su llegada, casi dos semanas antes, estaba lleno de vagas ideas sobre cómo comportarse en una ciudad desconocida.
(Una vez establecido el contacto con la asociación local de su profesión, imaginaba, sólo había que esperar a que un colega insistiera en que se alojara en su casa… y le ofreciera a su encantadora hija como guía, tal vez. ¿No eran ésas las circunstancias que había imaginado hacía bien poco?)
Sus planes se habían torcido antes de atravesar las puertas de la ciudad. Con todo, probablemente había adquirido un conocimiento más íntimo de las estructuras de poder locales de lo que habría conseguido como turista… y sin las típicas lacras del viajero boquiabierto: mendigos, timadores y asaltantes.
Arth y él almorzaron en una cafetería al aire libre que daba a un bullicioso mercadillo callejero. Dennis apuró su último bocado de filete de rickel con un ansioso trago de la oscura cerveza local. Después de un largo día practicando el globo, se le había abierto el apetito.
—Más —eructó, soltando la jarra de cerveza con un golpe sobre la mesa.
Su compañero se le quedó mirando un momento, luego chasqueó los dedos para llamar al camarero. Dennis era un poco más grande que el varón coyliano medio, pero su apetito lo estaba convirtiendo en una especie de sensación.
—Tómatelo con calma —sugirió Arth—. ¡Después de lo que he pagado por todo esto, no podré permitirme llevarte a un médico que te cure el estómago!
Dennis sonrió y cogió un burdo palillo de dientes de un vaso de la barra. Vio cómo un pesado trineo de carga pasaba ante el restaurante, casi silencioso sobre una de las carreteras autolubricantes, tirado por una paciente bestia.
—¿Han conseguido tus muchachos recoger más aceite deslizante? —le preguntó al ladrón.
Arth se encogió de hombros.
—No demasiado. Usamos a golfillos callejeros para recogerlo, pero los conductores les tiran piedras. Y los chicos malgastan un montón jugando al «cerdo engrasado». Por ahora sólo tenemos un cuarto de bote o así.
¡Sólo un cuarto de bote! ¡Eso era casi un litro del mejor lubricante que Dennis había visto en su vida! Desde luego, Arth no había actuado con aquella indiferencia cuando Dennis le demostró lo que podía hacer con el material. Casi se había vuelto loco de excitación.
Resultaría un producto comercial útil, por supuesto. También facilitaría enormemente los robos… hasta que los propietarios de las tiendas empezaran a practicar las puertas para que fuesen resistentes a la sustancia. El cargamento de papel de la noche anterior se había conseguido contando por completo con el use por sorpresa del aceite deslizante.
Dennis se preguntó por qué aquella gente nunca había descubierto la sustancia que hacía funcionar sus carreteras. ¿Se debía a la falta de curiosidad, o al hecho de actuar basándose en un conjunto de suposiciones completamente diferentes sobre el funcionamiento del universo?
Naturalmente, la historia mostraba que la mayoría de las culturas de la Tierra se había estructurado en castas, y había mejorado lentamente la forma de hacer las cosas a lo largo de siglos. En Tatir, donde la innovación era menos necesaria, la gente no había desarrollado una tradición innovadora hasta muy recientemente. La guerra entre el barón Kremer y el rey parecía haber contribuido a ese cambio.
Aquella mañana Arth y él habían alquilado un almacén. El creciente terror a la guerra había repercutido desfavorablemente en el comercio fluvial, y el casero estaba desesperado por conseguir un inquilino. Alguien tenía que ocupar el lugar y mantenerlo en forma hasta que los tiempos mejoraran. Las paredes mostraban ya grietas, y empezaban a parecer otra vez troncos de madera.
Arth era un regateador consumado. ¡El casero acabó pagando una pequeña suma para que se mudaran una temporada!
La noche anterior tuvo lugar el robo del fieltro. Los ladrones de Arth llegaron furtivamente al almacén llevando rollos de fino paño. Dama Aren y varias costureras ayudantes, todas de familias que habían sido despojadas de su clase por el padre del barón Kremer, se pusieron inmediatamente a trabajar. Y el joven Gath estaba en aquel mismo momento construyendo la barquilla para el globo grande. El joven estaba entusiasmado por la posibilidad de crear algo nuevo, algo que sería útil incluso antes de su primera práctica.