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—Tomaremos por un atajo —dijo, y condujo a Dennis por entre un par de puestos hasta otro callejón.

—¿Qué pasa?

Arth sacudió la cabeza.

—Tal vez sea sólo que estoy nervioso. Pero si hueles una trampa cinco veces, y te equivocas cuatro de ellas, no haces mal si evitas el olor.

Dennis decidió aceptar la palabra de Arth como experto. Vio un puñado de cajas apoyadas contra la pared de uno de los edificios en forma de pastel de bodas.

—Vamos —dijo—. Tengo una herramienta que es absolutamente magnífica detectando trampas. Podemos usarla desde el techo.

Escalaron hasta el primer parapeto, luego subieron otro piso por una enredadera. Dennis rebuscó bajo la túnica que Arth le había prestado y sacó la pequeña alarma de campamento de uno de los bolsillos del mono.

Arth contempló fascinado las luces destellantes. Parecía confiar totalmente en la magia del terrestre y estar convencido de que Dennis podría decir si era seguro o no caminar por Ias calles.

Dennis hizo girar los diminutos diales. Pero la pantalla continuó siendo un caos de basura ilegible. La alarma, sin practicar desde hacía más de una semana, seguía intentando desconectarse no importaba lo que hiciera.

Dennis suspiró y buscó en otro bolsillo. El fino catalejo plegable estaba en el paquete que Lennora le había arrojado. Por fortuna, los fútiles intentos de Kremer por abrirlo sólo lo habían arañado.

Dennis lo empleó para escrutar las calles de abajo.

Había gente por todo el paseo principaclass="underline" granjeros que iban a la ciudad a vender sus productos y comprar comenzadores; aristócratas con su séquito de gente parecida a clones; algún guardia o sacerdote ocasional. Dennis buscó signos de actividad sospechosa.

Enfocó a un grupo de hombres que había al otro extremo de la calle. Se hallaban delante de una taberna, al parecer haraganeando.

Pero el catalejo desmentía tal cosa. Los hombres iban armados, y estudiaban con atención a los transeúntes. Tenían los altos pómulos de los norteños de Kremer.

Dennis ajustó la lente. Un hombre alto y armado, con aspecto de aristócrata, salió de un edificio situado tras los matones. Le seguía un hombre bajito y enjuto con un parche en un ojo. Conversaban con aspecto agitado. El tuerto señalaba con insistencia en dirección al muelle. El aristócrata, con la misma decisión, parecía indicar que esperarían donde estaban.

—Uf, Arth. —Dennis se notó la boca seca—. Creo que será mejor que le eches un vistazo a esto.

—¿A qué, a esa cajita? ¿Miras a través de ella o algo de dentro?

—A través. Es una especie de tubo mágico que hace que las cosas que están lejos parezcan más grandes. Puede que tardes un minuto en acostumbrarte, pero cuando lo hagas, quiero que mires las tabernas del fondo de la calle.

Arth se inclinó hacia delante y cogió el catalejo. Dennis tuvo que mostrarle cómo sujetarlo. Arth se entusiasmó.

—¡Eh! ¡Es magnífico! ¡Puedo ver como el águila proverbial de Crydee! Puedo contar las manchas de esa mesa de allí… ¡Gran Palmi! ¡Ése es Perth! ¡Y está hablando con el mismísimo lord Hern!

Dennis asintió. Un hueco crecía en su pecho, como si la frágil esperanza se hubiera convertido de pronto en algo pesado y duro.

—¡Esa escoria! —maldijo Arth—. ¡Nos está traicionando! ¡Su padre incluso sirvió con el mío a las órdenes del antiguo duque! ¡Le arrancaré los intestinos y los practicaré hasta convertirlos en cables! Le…

Dennis se desplomó contra la pared que tenían detrás.

Estaba vacío de ideas. No parecía haber ninguna forma de advertir a sus amigos, ni a los que estaban en el apartamento de Arth ni a los del almacén del muelle donde la construcción del globo de escape acababa de comenzar.

Se sintió tan desesperado que, una vez más, el extraño despegue de la realidad pareció caer sobre él. No podía evitarlo.

Arth soltó una retahíla de maldiciones. Tenía todo un repertorio de insultos.

Durante un rato eso le mantuvo ocupado mientras el terrestre se sentía simplemente miserable.

Entonces Dennis parpadeó. Un breve reflejo había llamado su atención desde uno de los tejados vecinos, no muy lejos.

Se enderezó y miró. Algo pequeño se movía por los tejados.

—¡Tienen a alguien! —declaró Arth, todavía mirando a través del catalejo la escena del café—. Lo están sacando a rastras de mi casa… —gimió—. ¡Pero sólo tienen a uno! ¡Los demás deben de haber escapado! ¡Perth no parece nada feliz! Tira del brazo de lord Hern, señala hacia el muelle.

» ¡Ja! ¡Para cuando lleguen allí, toda nuestra gente se habrá ido! ¡Así aprenderán!

Dennis apenas oía a Arth. Se levantó lentamente, observando la forma que andaba por los tejados a varias manzanas de distancia; brillaba y corría de un escondite a otro.

—¡Han capturado a Mishwa! —exclamó Arth—. ¡Y… y se ha liberado y amenaza con abalanzarse contra Perth! ¡A por él, Mishwa! ¡Intentan detenerlo antes de que… eh, Dennis, dame eso!

Dennis le había quitado el catalejo de las manos. Ignorando las protestas de Arth, trató de no temblar mientras lo enfocaba en un tejado situado a un centenar de metros de distancia. Algo rápido y borroso pasó ante su línea de visión.

Tardó unos instantes en encontrar el punto exacto. Luego, durante unos segundos, lo único que pudo ver fue el ala del tejado donde se había ocultado la cosa.

Por fin, algo sobresalió de detrás: un ojo al final de un fino tallo que giraba a izquierda y derecha, escrutando.

—Bueno, que me zurzan si…

—¡Denniz! ¡Dame la caja! ¡Tengo que ver si Mish se la dio a esa rata de Perth!

Arth tiraba de su pernera izquierda. Dennis se soltó, enfocando el catalejo.

La cosa que finalmente salió de detrás del respiradero había cambiado sutilmente desde la última vez que Dennis la había visto, en una carretera, una noche oscura. Se había convertido en una sombra más pálida, que se confundía bien con el color de los edificios. Sus brazos y cámaras de muestra escrutaban la multitud de debajo mientras se movía.

En su espalda llevaba un pasajero.

—¡Duen! —maldijo Dennis.

El curioso animalito había encontrado al cómplice perfecto para su actividad favorita: espiar desde las aceras. ¡Y cabalgaba el robot de exploración del Tecnológico Sahariano como si fuera su montura personal!

Las múltiples coincidencias y la ironía eran abrumadoras. Lo único que Dennis sabía era que el robot era la clave de todo: para el rescate de sus amigos y la princesa, para salir de Zuslik, para reparar el zievatrón… ¡para todo!

¿Qué no podría conseguir un hombre con sus conocimientos simplemente aplicando el Efecto Práctica a una máquina tan sofisticada como aquélla? ¡Podría ayudarle a construir más máquinas, incluso un nuevo mecanismo de regreso!

¡Necesitaba aquel robot!

—¡Duen! —gritó Dennis—. ¡Robot! ¡Ven a mí a informar ¡De inmediato! ¿Me oyes? ¡Ahora mismo!

Arth le tiró furiosamente del brazo. En la calle, la gente alzaba la cabeza con curiosidad.

La extraña pareja del tejado lejano pareció detenerse brevemente y volverse hacia él.

—¡Las órdenes anteriores quedan anuladas! —gritó de nuevo—. ¡Ven aquí ahora mismo!

Habría seguido gritando, pero cayó al suelo cuando Arth lo golpeó detrás de las rodillas. El pequeño ladrón era huesudo y fuerte. Cuando Dennis consiguió zafarse para volver a mirar, el robot y el cerduende habían desaparecido de la vista.

Arth le maldecía con todas sus fuerzas. Dennis sacudió la cabeza mientras se sentaba, frotándose las sienes. Su ataque de visión túnel se había evaporado, casi tan súbitamente como se había producido. Pero quizá fuese ya demasiado tarde.