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Cavernícolas, se recordó Dennis una y otra vez mientras se dirigía hacia el salón del banquete.

Recuerda, chico, sólo son cavernícolas.

Era difícil tenerlo en cuenta. El gran pasillo estaba recubierto de relucientes espejos y tapices recargados. Sus botas y las de su escolta claqueteaban sobre un suelo de mosaico que reflejaba las luces de los chispeantes candelabros.

Había guardias con armaduras brillantes de cuero y albardas resplandecientes a intervalos regulares, en rígida posición de firmes.

¿Era un alarde de ostentación mantener a esos hombres allí cuando incluso su tiempo libre era más valioso si lo pasaban practicando cosas?, se preguntó Dennis.

Entonces se le ocurrió que, de hecho, estaban practicando algo: el pasillo en sí. Estaban mirando los espejos y tapices y los uniformes de los otros, haciéndolos más hermosos al apreciarlos. ¡Indudablemente aquellos guardias habían sido elegidos menos por su marcialidad que por su buen gusto!

Su escolta le miró cuando silbó admirado.

Mientras se acercaban a dos puertas altas y enormes, Dennis trató de relajarse.

«Si el pez gordo local espera a un mago, lo mejor que puedo hacer es actuar como un mago. Tal vez este barón Kremer sea razonable. Tal vez pueda llegar a un trato con éclass="underline" libertad para mí y para mis amigos, y ayuda para arreglar el zievatrón, a cambio de enseñar el principio de la rueda a uno de los gremios de creadores.»

Dennis se preguntó si el noble cambiaría a la princesa Linnora por la «esencia» del vuelo en aerostato.

Las grandes puertas se abrieron en silencio mientras Dennis era conducido a un amplio salón de techo abovedado. El centro de la cámara estaba dominado por una mesa ornamentada, tallada a partir de alguna madera oscura increíblemente hermosa. La tenue luz procedía de tres candelabros lujosos. Las copas de cristal que había sobre el mantel bordado chispeaban a la luz de las velas.

Aunque había preparados cuatro asientos, en ese momento sólo eran visibles los criados. Uno trajo una bandeja con varias bebidas y se las ofreció a Dennis.

Necesitaba algo para calmar los nervios. Era difícil recordar que un salvaje (un cavernícola) era el dueño de todo aquello. Todo en la sala pretendía hacer que el invitado fuese consciente de su posición en una sociedad estratificada. En una habitación como aquélla, en la Tierra, Dennis estaría a punto de conocer a la realeza.

Señaló una botella, y el criado sirvió el licor en una copa de cristal del color del fuego.

Dennis cogió la copa y deambuló por la habitación. Si fuera un ladrón y tuviera un zievatrón en funcionamiento a su alcance, podría irse a la Tierra sólo con lo que pudiera llevarse en las manos.

Suponiendo, claro está, que las cosas se conservaran en su actual estado cuando dejaran el ambiente del Efecto Práctica.

Dennis sonrió al imaginar a los airados clientes cuyas maravillosas compras se deterioraban lentamente ante sus ojos para convertirse en los rudos productos de un taller infantil.

Los litigios podrían durar años.

La sensación de extrañeza regresó. Parecía inexorable. Y esta vez no estaba seguro de que sirviera de ayuda. Esa noche tenía que parecer confiado, o se arriesgaba a perder cualquier posibilidad que le quedara de regresar a casa.

Mientras reflexionaba, pasó ante unas elegantes puertas correderas que daban al balcón. Contempló la noche estrellada, con dos pequeñas lunas proyectando su luz sobre las nubes de paso, y se llevó la copa a los labios.

Una vez más fue víctima de sus propias presunciones. ¡En aquel entorno lujoso, esperaba las mejores cosechas, no meados de elefante!

Desde las sombras a su derecha llegó una risa femenina y musical. Se volvió rápidamente y vio que había alguien más en el balcón; la mano de ella trató brevemente de ocultar una sonrisa de diversión.

Dennis sintió que la sangre se le agolpaba en las mejillas.

—Sé cómo te sientes —se apresuró a decir la mujer, compasiva—. ¿No es horrible? El vino no se puede practicar, ni cocinar. Así que estos cretinos ponen lo que tienen en botellas bonitas y son felices, incapaces de notar la diferencia.

Por lo poco que había visto de ella y las historias que había oído sobre los L´Toff, Dennis se había formado una imagen mental casi élfica, frágil y etérea, de la princesa Linnora. De cerca era, en efecto, hermosa, pero mucho más humana de lo que había imaginado. Se le marcaban hoyuelos al sonreír, y sus dientes, aunque blancos y brillantes, eran ligeramente irregulares. Aunque se trataba sin duda de una mujer joven, la pena había pintado ya leves arrugas en las comisuras de sus ojos.

Dennis sintió que la voz se le atascaba en la garganta. Ensayó una torpe reverencia mientras trataba de pensar en algo que decir.

—En mi país, señora, ahorraríamos las cosechas como ésta para periodos de penitencia.

—Vaya penitencia. —Ella parecía impresionada por ascetismo que aquello implicaba.

—Ahora mismo —continuó Dennis—, cambiaría esta rara copa y todas las riquezas del barón por un buen Cabernet de mi tierra… para poder brindar por vuestra belleza, y la ayuda que me ofrecisteis una vez.

Ella respondió al halago con una inclinación de cabeza y una sonrisa.

—Un cumplido rebuscado, pero creo que me gusta. Admito, sir Mago, que esperaba no volver a verte. ¿Tan pobre fue mi ayuda?

Dennis se unió a ella en la barandilla.

—No, señora. Vuestra ayuda hizo posible nuestra huida de la cárcel de abajo. ¿No escuchasteis la conmoción que causasteis indirectamente esa noche?

Los labios de Linnora se arrugaron y se apartó un poco, intentando obviamente no reírse al recordarlo.

—La expresión de la cara de mi anfitrión esa noche pagó con creces cualquier deuda que pudieras tener conmigo. Sólo desearía que su nido hubiera permanecido vacío.

Dennis pensó decir algo elegante como «No pude permanecer lejos sino regresar con vos, mi señora». Pero la franqueza en los ojos grises de ella hizo que eso pareciera rebuscado a inadecuado. Bajó la cabeza.

—Bueno —dijo en cambio—. Supongo que incluso un mago puede resultar un poco torpe de vez en cuando.

La cálida sonrisa de la princesa le dijo que había dado la respuesta adecuada.

—Entonces tendremos que esperar hasta que se presente otra oportunidad, ¿verdad? —preguntó.

Dennis se sintió enormemente feliz.

—Esperaremos —coincidió.

Permanecieron en silencio un instante, contemplando los reflejos de las lunas en el río Fingal.

—Cuando el barón Kremer me mostró tus pertenencias por primera vez —dijo ella por fin—, me convencí de que alguien extraño había llegado a este mundo. Se trataba obviamente de herramientas de gran poder, aunque casi no pude sentir ningún Pr´fett en ellas.

Dennis se encogió de hombros.

—En mi tierra eran artículos sencillos, alteza.

Linnora le miró con atención. Dennis se sorprendió al notar que era ella la que parecía nerviosa. Su voz era suave, casi sumisa.

—¿Vienes entonces del lugar de los milagros? ¿La tierra de nuestros antepasados?

Dennis parpadeó. ¿Tierra de nuestros antepasados?

—Tus herramientas tenían poco Pr´fett —continuó Linnora—. Sin embargo, sus esencias eran fuertes, como ninguna otra cosa en este mundo. Sólo una vez he encontrado algo igual… en la espesura, poco antes de ser capturada.

Dennis la observó. ¿Podían unirse tantos hilos a la vez? Dio un paso hacia Linnora. Pero antes de que pudiera hablar, otra voz intervino.