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Dennis miró el traje y frunció el ceño. No era sólo que el traje fuera incómodo y decadente para su gusto. Después de todo, él era el extranjero allí y tenía que adaptarse a las modas locales.

Pero no le gustaba pensar que algún pobre ciudadano de Zuslik había sido secuestrado sólo para que practicara aquellas prendas para él.

Dvarah le había sido asignada después de la cena con el barón. La hermosa muchacha, pequeñita y morena, le compraba la comida y atendía sus suntuosas habitaciones.

Ella tosió para llamar su atención.

—Amo, no debes hacer esperar al barón.

Dennis dirigió una breve y triste mirada a los papeles de su mesa. Había sido divertido, casi relajante, jugar con los símbolos y los números, tratando de calcular el porqué de la existencia del Efecto Práctica.

Mientras estaba perdido en las ecuaciones, Dennis casi podía olvidarse de dónde se encontraba, y fingir que era, una vez más, un tranquilo científico terrestre sin nada que temer.

En realidad, Kremer había sido muy generoso con él. Por ejemplo, le había dado a Dennis todo el papel que quiso para sus estudios. Pero no había permitido que le devolvieran su equipaje terrestre.

No tenía sentido quejarse. Dennis tenía que ganarse la confianza del señor de la guerra. Sin el ordenador de muñeca, por ejemplo, todos sus cálculos eran inevitablemente vanos. Con el tiempo, estaba seguro, Kremer le permitiría recuperar sus cosas.

Se levantó para vestirse. Kremer había invitado a todos los burgueses y maestros de los gremios aquella noche, para alardear de su nuevo mago. Dennis tendría que hacer una buena exhibición.

Dvarah se acercó y empezó a desabrocharle la camisa.

Las primeras veces que eso había sucedido, Dennis, nervioso, la había apartado. Pero eso solamente sirvió para herir los sentimientos de la muchacha, por no mencionar su orgullo profesional. Allá donde fuesen haz lo que vieres, aceptó por fin, y aprendió a relajarse mientras le hacían las cosas.

De hecho, una vez que te acostumbrabas, era bastante agradable. Dvarah olía bien. Y en los últimos días se había hecho bastante devota de él. Parecía que sus deberes iban mucho más allá de lo que había hecho hasta el momento. La amabilidad de Dennis hacia ella, y su falta de disposición a hacer valer esos privilegios, parecían sorprenderla y complacerla.

Dvarah enderezaba su corbatín cuando llamaron a la puerta.

—¡Adelante! —indicó Dennis.

Arth asomó la cabeza.

—¿Preparado, Denniz? ¡Vamos! ¡Tenemos que preparar el brandy para la fiesta!

—Muy bien, Arth. Sólo un segundo.

Dvarah dio un paso atrás y sonrió, aprobando la elegancia de su amo. Dennis le hizo un guiño y siguió a Arth al salón.

junto con dos de los omnipresentes guardias, esperaban cuatro hombretones con un pesado barril montado sobre dos rieles. Mientras los guardias se volvían para abrir la marcha, los porteadores cargaron el barril a hombros y los siguieron.

Dennis había considerado inventar algo para hacer más fácil su tarea. Luego, al pensarlo mejor, decidió esperar un poco. La rueda era un as demasiado peligroso para jugarlo todavía.

—Tengo un mensaje de mi mujer… —susurró Arth a Dennis mientras recorrían el elegante pasillo.

Dennis caminaba decidido, sin perder un paso. También en voz baja, preguntó:

—¿Están los otros bien?

Arth asintió.

—Casi todos. Los guardias capturaron a dos de mis hombres… y Maggin descubrió lo que le sucedió a Perth. —Escupió el nombre como si fuera algo vil.

—¿Mishwa lo…? —Dennis dejó la pregunta en el aire.

—Sí. ¡Se encargó de esa rata, desde luego! Justo antes de que lo apresaran. Perth nunca tuvo oportunidad de revelar el emplazamiento exacto del almacén, así que Stivyung y Gath pudieron…

Arth cerró la boca cuando las grandes puertas del salón se abrieron de par en par ante ellos. Pero Dennis capto la idea general.

Sintió alivio al saber que sus amigos se encontraban bien. Tal vez dentro de semanas, o meses, tendría suficiente influencia sobre Kremer para interceder por otros prisioneros. Pero por ahora prefería no intentarlo. Gath y Stivyung merecían la oportunidad de huir por su cuenta.

Dennis sólo podía describir la fiesta como una especie de ceremonia India del potlatch[1] con un toque de la corte del Rey Sol, Luis XIV.

La elite local destacaba en un mar de elegantes ropajes, pero había menos bailes y conversaciones de los que habría habido en una fiesta en la Tierra. En cambio, tenía lugar al parecer todo un ceremonioso intercambio de regalos. Los rituales divertían a Dennis. Por lo visto se trataba de una complicada costumbre: la posición social se mantenía regalando cosas; cuanto más practicados estuvieran los artículos ofrecidos, mejor.

Dennis recordó haber leído sobre la existencia de ritos similares en la Nueva Guinea preatómica y en el noroeste del Pacífico. No se intercambiaban regalos por generosidad, sino más bien en un alarde agresivo que dependía enormemente del estatus.

Vio a la portadora de un atuendo particularmente chillón a inútil ponerse blanca y contemplar horrorizada lo que le habían regalado, antes de adoptar rápidamente una expresión indiferente y dar las gracias entre dientes al obsequiante.

Sí, aquello se parecía mucho al antiguo potlatch terrestre. Pero Dennis pronto vió que el Efecto Práctica había retorcido el ritual de una manera extraña.

Costaba muchas horas-hombre de trabajo mantener una herramienta o un objeto en la cima de la perfección, por ejemplo. Así que contrariamente a lo que sucedía cuando se celebraban reuniones sociales similares en la Tierra, hacer acopio previo de regalos implicaba un gran coste para el donante. Su número estaba limitado por la habilidad de los sirvientes y lacayos de un magnate para usar cosas… y justo antes de una de aquellas fiestas los siervos debían de agotarse practicando los mejores regalos de sus amos.

Dennis deambuló por la gran sala, contemplando a la gente rica saludarse y hacerse rebuscados cumplidos unos a otros. Intercambiaban sus regalos con elegantes gestos de sorpresa y fingían espontaneidad.

Arth se lo había explicado. El receptor de los regalos era pillado desprevenido. La avaricia era contrarrestada por la cautela.

El hombre rico podía desear una cosa hermosa y antigua, pero temer invertir las horas-hombre necesarias para mantenerla. Un regalo recibido tenía que ser mostrado más tarde, y cualquier deterioro del mismo sería motivo de una terrible vergüenza.

Era como contemplar una elegante pavana. Dennis volvió a ver una expresión inconfundible de chasco en el rostro de un receptor que había hecho un movimiento en falso y había recibido demasiado.

En la zona atendida por Arth acababan de abrir el barril de brandy. Los criados servían copitas de fluido color ámbar. Una cadena de jadeos, toses y exclamaciones se extendía por la multitud, justo detrás de los camareros.

Dennis buscó a Linnora. Tal vez allí, en la fiesta, tendría una oportunidad para explicarle que no procedía de una tierra de monstruos. Tenía que convencerla de que al realizar un juego de esperas se volvería tan necesario para Kremer que una prisionera L´Toff, en comparación, carecería de valor. Dennis estaba seguro de que tardaría pocos meses en conseguir la libertad de la princesa.

Pero no había ni rastro de ella entre la multitud. Tal vez iría más tarde.

Los nobles menores y los maestros gremiales (la mayoría hijos y nietos de hombres que habían ayudado al padre de Kremer a hacerse con el poder) paseaban con sus esposas, seguidos por sirvientes personales que modelaban los regalos que sus amos habían recibido. Era como contemplar a una multitud llena de parejas de gemelos casi idénticos, sólo que el hermano que aparentemente llevaba más riquezas siempre caminaba detrás del menos cargado, y el que llevaba toda la llamativa quincalla nunca tomaba comida ni bebida.

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1

Costumbre de los indios americanos de la Costa norte del Pacífico, sobre todo de los Kwakiutl, consistente en un festival ceremonial donde se hacen regalos a los invitados y se destruyen propiedades en un alarde de riqueza que los invitados tratan de superar más tarde. (N. del T.)