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Dennis había conseguido renunciar a que le asignaran una «cola», como llamaban a los sirvientes de compañía. Ya era bastante malo saber que alguien, en alguna parte, pasaba horas practicando por él sus trajes.

No quería tener que obligar a otro tipo a realizar una función tan repugnante, no importaba lo aceptada que estuviera.

De cualquier forma, eso contribuía a que Dennis fuese considerado un caso raro. A estas alturas todo el mundo sabía que era un mago extranjero. Dennis calculaba que cuantas más convenciones rompiera más sentado quedaría el precedente y menos probable sería que intentaran obligarlo a otras estupideces tribales.

Estupideces no, se recordó… ¡adaptaciones! Las pautas de conducta encajaban todas cuando se combinaba el feudalismo con el Efecto Práctica. Tal vez no le gustaran, pero los rituales tenían un gran sentido común.

—¡Mago!

Dennis se dio la vuelta y vio que era Kremer en persona quien lo llamaba.

Cerca se encontraban el diácono Hoss´k, con su vistoso hábito rojo, y un puñado de dignatarios locales. Dennis se acercó y dirigió a Kremer un calculado y respetuoso saludo con la cabeza.

—Así que éste es el mago que nos ha mostrado cómo practicar el vino en… brandy. —Un magnate ricamente vestido alzó su copa en gesto de admiración—. Dime, mago, ya que pareces haber encontrado una forma para practicar artículos de consumo, ¿nos enseñarás a convertir el grano en filetes de rickel?

El hombre se rió estentóreamente, acompañado por varios de los que le rodeaban. Obviamente, había tomado ya un par de copas del primer producto de Dennis.

El barón Kremer sonrió.

—Mago, déjame presentarte a Kappun Thsee, magnate del gremio de los picapedreros, y representante de Zuslik en la Asamblea de nuestro señor, el rey Hymlel.

Dennis se inclinó sólo un poquito.

—Encantado.

Thsee asintió levemente. Apuró el brandy de su copa y llamó a un criado para que le sirviera más.

—No has respondido a mi pregunta, mago.

Dennis no sabía qué decir. Aquella gente tenía una sola forma de ver las cosas, y cualquier explicación que ofreciera daría pie a nuevas suposiciones que los aristócratas coylianos estaban mal preparados para oír.

De todas formas, en ese momento vio entrar en la sala a la princesa Linnora, acompañada por una criada.

La multitud situada cerca de la entrada se dividió para dejarle paso. Cuando ella saludaba y hablaba con alguien, la respuesta era casi siempre una sonrisa exagerada y nerviosa. Tras ella, la gente se la quedaba mirando. Destacaba brillantemente en el mar de rostros arrebolados y ansiosos, fría y reservada como correspondía a la reputación de su pueblo de las montañas.

—Me temo que las cosas no se hacen así, mi querido Kappun Thsee.

Dennis se volvió rápidamente y vio que era el erudito Hoss´k quien había hablado, llenando la larga pausa en la conversación. Dennis había tenido la breve ilusión de que era el profesor Marcel Flaster, transportado directamente de algún modo desde la Tierra, comenzando una de sus insoportables y pesadas conferencias.

—Verás —explicó Hoss´k—. El mago no ha mejorado el vino en brandy. Ha utilizado el vino igual que tus picapedreros usan nódulos de pedernal. Él crea el brandy infundiéndole una nueva esencia.

Los ojos de Kappun Thsee brillaron con avaricia mal disimulada.

—El gremio que consiga la licencia de este arte…

El barón Kremer se rió con ganas.

—¿Y por qué debe darse este maravilloso secreto nuevo a ninguno de los gremios actuales? ¿Qué tiene que ver, amigo mío, cortar piedra con crear licor con el sabor del fuego?

Kappun Thsee se ruborizó.

Dennis había estado intentando no perder a Linnora en su avance a través de la multitud. Se volvió rápidamente cuando Kremer le puso una mano en el hombro.

—No, magnate Thsee —dijo Kremer, sonriendo—. Las nuevas esencias que nos proporcione nuestro mago podrían ser repartidas entre los gremios existentes. Pero claro, tal vez debería formarse un gremio nuevo. ¿Y quién mejor para ser maestro de ese gremio que el hombre que nos ha traído esos secretos?

Una de las mujeres abrió la boca. Los otros aristócratas lo miraron.

En el momento de silencio, Dennis vio de repente con súbita claridad lo que estaba sucediendo.

¡Kremer los estaba manipulando a la perfección! Negando la posibilidad de acceso a todo un conjunto de nuevas «esencias», acompañaba la zanahoria con un palo implícito. Ahora estarían sin duda dispuestos a hacer su voluntad.

A1 mismo tiempo, Dennis se dio cuenta de que Kremer acababa de ofrecerle más riquezas y poder de lo que había imaginado jamás.

Vio que incluso el jactancioso Hoss´k guardaba silencio, como si estuviera viendo a Dennis bajo una nueva luz: menos como su propio descubrimiento personal y más, quizá, como un peligroso rival.

Eso le venía bien a Dennis. Aquel tipo había sido el causante directo de que hubiera quedado atrapado en ese loco mundo. Y se había prometido a sí mismo darle una lección.

Dennis advirtió que Linnora se había acercado, pero evitaba aproximarse a la zona donde se encontraba el barón. Se volvió hacia Kremer.

—Excelencia, algunos pueden pensar que mi brandy no es nada más que una forma potente de vino. ¿Puedo realizar una demostración para probar que es, en efecto, algo completamente diferente?

Kremer asintió, traicionando una leve sonrisa.

Dennis pidió una copa llena de brandy y una mesita donde depositarla. Luego rebuscó en los pliegues de una de sus amplias mangas y sacó un puñado de palillos, cada uno con un extremo recubierto de una pasta crujiente.

Había tardado días en localizar y refinar los materiales adecuados para realizar aquella demostración. Sería el tipo de acto que cimentaría su reputación.

—El barón Kremer ha hablado del sabor del fuego. Por la forma en que nuestros notables locales se mueven por el salón, ciertamente parece que la sangre de sus venas se ha vuelto algo más que un poco caliente.

La multitud se echó a reír. En efecto, varios magnates ya se habían achispado, y habían caído en la trampa de otros jugadores del juego de los regalos.

Sus criados se tambaleaban bajo enormes cantidades de hermosas y antiguas cosas que arruinarían a sus amos con su caro tiempo de práctica.

Dennis notó que Linnora observaba desde una columna cercana. Había sonreído al oír la alusión a los tontos maestros de los gremios.

Animado, Dennis continuó:

—En esta noche de maravillosos regalos, yo, un pobre mago, tengo poco que ofrecer. ¡Pero al barón Kremer le ofrezco ahora la esencia del… fuego!

Frotó dos de dos pequeños palos. De inmediato, los extremos de ambos estallaron en llamas.

La multitud gimió y retrocedió asombrada. Se trataba de cerillas bastante burdas, humeantes y que apestaban a azufre y nitratos, pero eso sólo hacía que el espectáculo fuera aún más impresionante.

Dennis había visto los encendedores que utilizaba aquella gente. Eran efectivos, pero se basaban en el antiguo principio del palo y la fricción. Nada en Caylia podía hacer lo que él acababa de hacer.

—Y ahora —añadió dramáticamente, agitando las cerillas para conseguir mayor efecto—, ¡el sabor del fuego!