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El barón no respondió al desafío del joven. En cambio, sonrió y susurró a uno de sus ayudantes, que se marchó rápidamente.

Kremer mandó traer bandejas con refrescos, que diplomáticamente probó primero. Hizo traer también asientos para sus invitados mientras las tropas retrocedían para crear un amplio pasillo desde el dosel hasta la muralla del patio.

Los L´Toff parecían recelosos, pero difícilmente podían rehusar. Se sentaron nerviosos cerca de su anfitrión. Cuando se volvieron hacia él, a Dennis le pareció ver en el rostro del furioso joven un parecido familiar con Linnora.

Se preguntó si su aguda sensibilidad habría informado a la princesa de que sus parientes se encontraban a sólo unos cientos de metros de distancia. Dennis había acabado por convencerse de que Linnora tenía en efecto ese don. Más de un mes atrás ese poder la había conducido al zievatrón, donde fue capturada. Le había permitido reconocerle en el oscuro patio de la prisión semanas más tarde.

Por desgracia, no era suficiente para mantenerla a salvo del hechizo de la falaz lógica de Hoss´k, o para que viera lo que se escondía tras las manipuladoras explicaciones de Kremer.

En cualquier caso, su talento era al parecer intermitente y bastante raro incluso entre los L´Toff. Kremer no parecía tenerle miedo.

Arth se agarró al hombro de Dennis y jadeó. Dennis miró en la dirección que el pequeño ladrón le indicaba.

Un puñado de guardias sacaba a rastras a un prisionero por una de las puertas inferiores del castillo. La pugna levantaba una polvareda, pues el cautivo era muy grande y estaba furioso.

Dennis cayó de repente en la cuenta de que se trataba de Mishwa Qan, el gigante cuya fuerza había sido clave para su huida de la cárcel. Mishwa se debatía y luchaba contra sus ataduras. Cuando vio que lo conducían hacía un poste enhiesto y chamuscado, se debatió con renovada furia.

Pero los guardias habían sido elegidos cuidadosamente entre los que tenían casi su mismo tamaño. Dennis vio a su antigua némesis, el sargento Gil´m, tirar de una cuerda atada en torno al cuello de Mishwa.

Kremer hizo una seña al erudito Hoss´k y éste se adelantó de entre los hombres que formaban su séquito. Saludó a los dignatarios y sacó unos artículos para mostrárselos, uno a uno. Dennis se agitó cuando vio que el primero era su alarma de campamento.

Mientras los L´Toff contemplaban las luces de la pantalla, Dennis se preguntó qué cambios habría introducido la práctica en la diminuta máquina desde la última vez que la había visto.

Sin duda Hoss´k señalaba lo difícil que sería ahora para un enemigo acercarse al castillo sin ser detectado.

Luego enseñó el catalejo de Dennis, mostrando a los L´Toff cómo utilizarlo, apuntando a varios objetos. Cuando el embajador soltó la lente, estaba visiblemente impresionado.

Dennis sintió que empezaba a arder por dentro: una combinación de vergüenza y profunda ira. A pesar de la estrategia que había escogido, por muy buenas razones, sus simpatías naturales se dirigían hacia los L´Toff.

A Dennis no le gustó ni pizca que Hoss´k se volviera y lo señalara directamente. Kremer sonrió y saludó ligeramente a su mago con un gesto de cabeza. La bien entrenada guardia personal del barón gritó al unísono el nombre de Dennis.

Éste hizo una mueca. ¡Si al menos hubiera algún medio de comunicarse en privado con los L´Toff!

Mishwa había sido arrastrado hasta el poste y atado a él. Dennis ya había comprendido que planeaban ejecutar al hombre. Había sido testigo de muchas ejecuciones durante la semana anterior, y no había nada que pudiera hacer. Arth lo sabía también y contemplaba la escena, inmóvil como una roca.

El guardia, Gil´m, se acercó a su señor y se inclinó. Kremer sacó algo pequeño de su túnica y se lo tendió al soldado, que volvió a inclinarse y se volvió para regresar junto al prisionero.

Dennis comprendió de inmediato lo que iba a suceder.

—¡No! —exclamó en voz alta.

Gil´m se encaminó hacia el poste de ejecución. Mishwa Qan lo miró, las manos agitándose inútilmente bajo sus ligaduras. El enorme ladrón gritó un desafío a Gil´m que todos los presentes en el patio pudieron oír; se ofreció para enfrentarse al soldado con los ojos vendados, con las armas que éste escogiera.

Gil´m se limitó a sonreír. Alzó una pequeña forma negra.

Dennis sintió un estallido de ira.

—¡No! —gritó.

Saltó la verja y corrió hacia el cadalso, esquivando a un grupo de guardias, luego derribó a otros dos que corrían para cortarle el paso. Otro cayó de bruces al suelo cuando lo sorteó. Los del dosel se volvieron a mirar la conmoción mientras uno de los guardias agarraba a Dennis por detrás. En ese momento, Gil´m apuntó con la pistola de agujas de Dennis y apretó el gatillo.

En medio de la confusión, solo unas cuantas personas estaban mirando al prisionero cuando el estallido de diminutas agujas de metal golpeó a velocidad hipersónica. Pero todo el mundo oyó la explosión. Dennis oyó el anonadado jadeo de Arth.

Libre a medias de un grupo de guardianes, Dennis consiguió ver un tocón ensangrentado; el poste se había partido por la mitad. Detrás, en la pared de madera, se abría un agujero.

La pistola de agujas, en efecto, había estado recibiendo práctica. Gil´m sonrió y alzó el arma al sol.

Una oleada de repulsión y vergüenza se adueñó de Dennis. Apretó los dientes y combatió a los que le rodeaban, mordiendo una mano que se movía cerca de su cara. Entonces un objeto pesado le golpeó por detrás y apagó las luces.

7

Linnora contemplaba las pequeñas criaturas que se colocaban en filas ordenadas en una cara de la cajita. En el extremo derecho se agitaban y recolocaban con gran rapidez, saltando a nuevas posiciones casi más rápido de lo que sus ojos podían seguir. El grupo situado a su lado cambiaba de formación más despacio, y así sucesivamente. En el extremo izquierdo, los diminutos insectos eran pacientes, y parecían requerir casi medio día para hacer su siguiente movimiento.

La cajita no era mucho mayor que el doble de su pulgar, con una cinta a cada lado. Una de las cuales terminaba en pequeñas piezas de metal cuyo propósito tenía que adivinar todavía.

Vacilante, Linnora trató de pulsar uno de los muchos pequeños nódulos que sobresalían de la mitad de la caja donde no danzaba ningún insecto. Los insectos saltaban formando nuevos dibujos cada vez que tocaba uno de los nódulos.

Una parte de ella quería reírse por las proezas que las diminutas criaturas ejecutaban. Sentía el impulso de jugar y hacerlas bailar un poco más.

No. Soltó la cajita y retiró la mano. No experimentaría con cosas vivas. No sin saber lo que estaba haciendo ni tener una idea clara acerca de su propósito. Ése era uno de los más antiguos credos de la Antigua Fe, transmitido de padres a hijos desde los primeros días de los L´Toff.

Sólo la profunda convicción de que necesitaban estar dentro de la caja para sobrevivir impedía que Linnora la rompiera para liberar a los pequeños esclavos.

Eso y la duda de que realmente fueran esclavos.

Las ordenadas pautas tenían un aire… no de alegría exactamente, sino de orgullo, quizá. Sentía que se había invertido mucho en la creación de la cajita y sus diminutos ocupantes. Había mucha complejidad allí.

Si al menos pudiera saberlo con seguridad, suspiró en silencio.

¡El diácono Hoss´k había presentado un caso tan consistente y lógico! El pueblo del mago tenía que haber empleado medios implacables para conseguir tales maravillas… sobre todo para petrificar el estado de práctica en cada una de aquellas sorprendentes herramientas. Las vidas de muchos de los equivalentes de los L´Toff en la tierra natal de Dennis Nuel debían de haber sido sacrificadas para que tales cosas permanecieran en un estado de perfección sin cambio.