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La luz verde de asentimiento parpadeó en la torreta de la maquina. Hasta ahí, muy bien.

—Órdenes secundarias. Si nos separamos, debes proteger tu integridad y hacer todos los esfuerzos posibles por descubrir de nuevo mi paradero a informar.

La luz destelló otra vez.

—Finalmente —susurró—, si descubres que he muerto, o en cualquier caso después de tres meses, regresarás al zievatrón y esperarás a que llegue alguien de la Tierra. Cuando esa persona llegue, informa de lo que hayas observado.

El robot asintió. Entonces en su diminuta pantalla apareció una petición para presentar su informe enciclopédico sobre los habitantes de Tatir. El robot parecía ansioso por cumplir su deber.

—Todavía no —dijo Dennis—. Primero tenemos que salir de aquí. Tengo amigos que rescatar. O al menos un amigo… y alguien más con cuya amistad me gustaría contar…

Advirtió que estaba diciendo tonterías. La esperanza era una bendición con doble cara. Descubrió que era capaz de tener miedo una vez más.

—Muy bien, pues. ¿Todo el mundo listo?

Sus dos pequeños compañeros no parecían unos aliados demasiado formidables para asaltar una fortaleza. Lo más probable era que el cerduende desertara al primer signo de peligro.

Dennis enderezó su uniforme de guardia y se caló la gorra hasta las cejas. Luego se puso en marcha con su extraño grupo.

Ni siquiera tuvo que ayudar al robot con las escaleras. La máquina era, en efecto, una maravilla.

¡Tengo que llevarlo a la Tierra cuando todo esto haya terminado y descubrir qué le ha pasado!, pensó.

La princesa Linnora no tenía más remedio que utilizar algunas de las hermosas cosas de su habitación.

Estaba sentada ante el antiguo tocador y contemplaba su reflejo en el espejo de varios siglos de antigüedad. No quería contribuir a practicar las propiedades de su captor, pero poco más tenía que hacer, atrapada a solas en la elegante habitación. Descubrió que cepillarse el cabello le ayudaba a pasar el rato.

A1 principio había intentado no conceder a Kremer nada, ni siquiera el beneficio de su buen gusto. Rehusó prestar atención a su entorno, para que su aprecio por las sutilezas y la belleza no hiciera el palacio de Kremer un poco más hermoso para él.

La habitación había sido ocupada anteriormente por una de las amantes de Kremer. Los gustos de la muchacha campesina habían dejado una huella profunda en el mobiliario. Después del primer mes de cautiverio, Linnora se hartó de colores vivos y chillones y de decorados deslumbrantes. Eliminó lo peor y empezó a concentrarse en su propia imagen de la habitación.

Había sido una especie de sutil claudicación usar una pequeña fracción de sus poderes para hacer que su prisión resultara un poco más tolerable. Kremer, obviamente, intentaba que se rindiera poco a poco. Y Linnora no estaba segura de poder impedirlo. La voluntad del hombre era fuerte, y tenía su vida en sus manos.

Cogió el hermoso cepillo antiguo y se repasó el cabello, contemplando su reflejo en el espejo, tratando de idear una forma de permanecer alejada de la cama de Kremer cuando éste se recuperase, o de impedir ser utilizada como rehén contra su propio pueblo.

Se concentró en ver la Verdad en el espejo. Era una forma de contraatacar. La siguiente persona que se mirara en el espejo vería algo más que imágenes halagadoras de sí misma.

Contempló a una joven que había cometido errores. Desde el día en que había salido a cabalgar sola, sin su hermano Proll, al encuentro de la extrañeza que había sentido llegar al mundo… desde el día en que fue capturada por los hombres del barón junto a la pequeña casa de metal del bosque… había cometido errores.

Recordó cómo la había mirado Dennis Nuel después del banquete, antes de que apareciera el monstruo del cielo. La lógica del diácono Hoss´k la había convencido de que el mago sólo podía ser un hombre malvado. ¿Pero podía aplicarse otra lógica que no fuera la obvia a alguien que venía de tan lejos?

¿Y si había otras maneras de crear las extrañas esencias en vez de atrapar en ellas formas de vida?

¿Podía un malvado haber sido tan galante, combatiendo a su enemigo en su momento de mayor necesidad?

La noche del monstruo del cielo, el mago había combatido a Kremer. Linnora todavía estaba confundida respecto a lo que había pasado. ¿Había conjurado Dennis Nuel la gran bestia del aire al ver que Kremer la atacaba? Quería creerlo, pero entonces, ¿por qué se había visto obligado a lanzar piedras para derribar por fin a Kremer? ¿Y por qué huyó luego el monstruo, dejando vencido a su amo?

Soltó el cepillo, sacudió su cabeza ante el reflejo del espejo. Probablemente nunca sabría las respuestas. Los guardias habían dicho que el mago valía tanto como muerto en los calabozos del barón.

Cogió el klasmodion y tañó lánguidamente sus cuerdas, dejando que las suaves notas sonaran una a una y sin ningún orden. No le apetecía mucho cantar.

Había tensión en la soledad nocturna del palacio, como si algo malo estuviera a punto de suceder. ¡Notaba una sensación de peligro en la noche, y se intensificaba! Dejó de tocar, sus sentidos súbitamente alertados.

Del otro lado de su puerta llegaba un extraño sonido agudo. Luego algo cayó en el pasillo con un golpe sordo. Linnora se levantó. Soltó el instrumento y alzó el cepillo, la única cosa que tenía a mano lo bastante pesada para servir como arma.

Llamaron suavemente a la puerta. Linnora se deslizó entre las sombras. Había algo familiar en la presencia del pasillo, parecido a la extraña sensación que había experimentado la semana anterior y que parecía indicar que Proll había estado, brevemente, cerca.

Allí fuera había también algo tan extraño que sólo presentirlo la hacía temblar.

—¿Quién es? —Trató de mantener la voz firme y regia, pero le salió infantil—. ¿Quién anda ahí?

En el pasillo una voz susurró roncamente:

—¡Soy Dennis Nuel, princesa! Vengo a ofreceros una oportunidad de escapar de aquí, si os interesa. ¡Pero tenemos que darnos prisa!

Linnora corrió a la puerta y la abrió.

El aroma a varón sin lavar fue casi abrumador. Sucio, magullado y mal vestido, Dennis Nuel sonrió, mientras se sujetaba la ancha cintura de un enorme uniforme de guardia.

Era más que suficiente para sorprender a una chica. Pero Linnora se quedó boquiabierta cuando vio la cosa que esperaba en el pasillo, detrás de él.

El cepillo cayó al suelo cuando se desmayó.

Bueno, pensó Dennis mientras corría para impedir que ella cayera, no podías tener una acogida menos halagüeña. Ojalá estuviera seguro de que ha sido la gratitud lo que ha podido con ella y no mi olor corporal.

Sabía que debía ser un insulto para los sentidos. Sus heridas eran todavía de un púrpura brillante, y no se había bañado desde hacía dos semanas.

Tras él, el robot del Tecnológico Sahariano pinchaba a los guardias caídos. Mientras esperaba nuevas órdenes procedió con su segunda prioridad y tomó muestras de sangre de los soldados inconscientes, con fines comparativos.

Las princesas desmayadas estaban muy bien… en los libros. Pero esbelta o no, Linnora le pareció a Dennis, en su debilitado estado, muy pesada. Llevó a la muchacha a la habitación y la tendió en la cama.

—¡Princesa! ¡Linnora! ¡Despertad! ¿Me reconocéis?

Linnora parpadeó, recuperándose rápidamente. Alzó una ceja.

—Sí, claro que te reconozco, mago… y me alegra ver que estás vivo. ¿Quieres ahora por favor soltarme la mano? Estás apretando demasiado.

Dennis obedeció rápidamente. Le ayudó a sentarse.

—¿Es de verdad posible escapar? —preguntó Linnora. Evitaba mirar al compañero de Dennis, que seguía en el pasillo. Si era uno de sus demonios, sin duda no iba a comérsela.