—No estoy seguro —respondió Dennis—. Voy camino de la torre para averiguarlo. Pasé por aquí para ofreceros una oportunidad de venir. Supongo que ninguno de los dos tiene nada que perder.
Linnora consiguió esbozar una sonrisa irónica.
—No, nada que perder. Un momento. Ahora mismo vuelvo.
Se puso en pie y entró rápidamente en un gabinete.
Dennis arrastró a los guardias caídos al interior de la habitación. Había sido arriesgado subir desde los calabozos a los almacenes, a las cocinas, y luego continuar, agazapándose constantemente de sombra en sombra. Sus compañeros y él llegaron a la tercera planta antes de ser descubiertos. Un par de guardias los vieron subir las escaleras. Les dieron el alto y los persiguieron.
Como Dennis esperaba, el cerduende los abandonó en el momento en que empezó la acción.
Pero el robot fue inflexible. Esperó con Dennis en las escaleras hasta que los dos guardias pasaron corriendo entre ellos.
Dennis oyó al segundo guardia desplomarse en el suelo antes de que hubiera terminado de dejar inconsciente al primero. Los ató y amordazó a ambos y los dejó tras la escalera, y luego siguieron corriendo.
Cinco minutos después, fue testigo de cómo el robot entraba en acción.
Apuntó con el dedo desde las escaleras a los dos guardias situados ante la puerta de la habitación de Linnora.
La pequeña máquina había salido al pasillo, más rápida y silenciosa de lo que Dennis hubiese creído posible. Los guardias apenas tuvieron tiempo de volverse antes de que se acercara a ellos y les tocara una pierna. Gruñeron sorprendidos y se derrumbaron.
Dennis contempló asombrado en qué se estaba convirtiendo la máquina terrestre.
Mientras Linnora reunía unas cuantas cosas, él ató a los guardias. Por supuesto, seguro que alguien notaría su ausencia. Pero no podía dejarlos tirados en el pasillo.
—Estoy preparada —anunció Linnora—. He encontrado una capa que podría irte bien.
Le tendió una túnica gruesa con capucha de un lustroso material negro.
Dennis aprobó que ella hubiese cambiado sus habituales ropajes blancos por otros oscuros.
—Creo que esto también es tuyo. Espero no haberlo dañado al mirarlo. Su propósito es un misterio para mi.
—¡Mi ordenador de muñeca! —exclamó Dennis mientras lo recogía.
La princesa observó asombrada cómo se lo ponía en el brazo. Nunca había visto antes un cierre de pinza.
—¡Así que para eso eran esas pequeñas correas! —dijo.
—Ya os mostraré el resto de las cosas que puede hacer el ordenador si alguna vez salimos de aquí —le prometió Dennis—. Ahora será mejor que nos pongamos en marcha. Si Arth no está todavía en su habitación de la torre, éste va a ser un viaje terriblemente corto.
3
Cuando Arth oyó ruidos ante su habitación, abrió la puerta con un palo en la mano, dispuesto a todo. Pero sonrió ampliamente al ver a la joven y al mago, con un guardia inconsciente a sus pies.
Arth estuvo a punto de volver a abrir las heridas de Dennis al darle una palmada en la espalda. El ladrón, normalmente silencioso y taciturno, apenas podía contenerse.
—¡Denniz! ¡Pasa! ¡Vos también, princesa! ¡Sabía que vendrías tarde o temprano! ¡Por eso me quedé aquí incluso cuando lord Herd me ascendió a encargado de la destilería! Pasa y tomemos un poco de brandy.
Arth apartó de una patada el cuerpo fláccido del guardia para dejar paso a Linnora. Entonces, al ver al robot que zumbaba tras ellos, el pequeño ladrón se detuvo. Tragó saliva. Los ojos de vidrio le miraron a su vez, pacientemente.
—Oh, ¿es amigo tuyo, Denniz? —preguntó, sin apartar la mirada.
—Sí que lo es, Arth. —Dennis condujo a Linnora al interior y empujó a Arth cuando éste se quedó parado observando el robot.
Linnora se alegró de entrar y apartarse del destello de las brillantes lentes. Aunque había visto el robot en acción en los oscuros pasillos, ayudando a Dennis a derrotar a otras dos parejas de guardias mientras venían de camino, todavía miraba la máquina con nerviosismo.
Había empezado a preguntarse qué clase de hombre tenía amigos tan extraños. Nunca antes había conocido algo que apestara tanto a Pr´fett y a esencia como aquel «robot». Parecía una cosa… ¡pero se movía y actuaba como si estuviera viva!
Dennis ordenó al robot que montara guardia en el exterior y cerró la puerta.
La habitación era un amasijo de trozos de madera y cuero y cuerda… montones de leña y tela basta, y artilugios endebles que habrían sido el orgullo de un párvulo terrestre.
—Eh, Denniz —dijo Arth, sirviendo tres copas de brandy que guardaba en una botella marrón—. He estado intentando crear, como haces tú. ¿Puedo mostrarte alguno de mis proyectos? Creo, por ejemplo, que he ideado un sistema bastante bueno para cazar ratones.
—Mmm, creo que no tenemos tiempo, Arth. Darán la voz de alarma de un momento a otro.
Linnora tosió. Sus mejillas se ruborizaron y contempló la copa que tenía en la mano. Olisqueó el licor, luego probó otro sorbo.
El ladrón asintió.
—Supongo que querrás ver el planeador, entonces.
Dennis había tenido miedo de preguntar.
—¡Lo hiciste! ¡Sabía que podrías!
—Bah, no fue gran cosa. —Arth se puso colorado—. Con el aceite deslizante estuvo chupado. Está por aquí, bajo este montón de basura. Organizaron un buen alboroto cuando lo echaron en falta. Pero con el barón fuera de combate no llegaron a buscarlo en serio.
Dennis le ayudó a retirar los escombros. Pronto apareció a la vista un esmerado rollo de tela sedosa y finos palos de madera.
—Menos mal que has venido esta noche —murmuró Arth, en tono crítico—. Otro par de semanas y habría vuelto a ser una cometa. Supongo que ahora no tendrás problemas para hacerlo volar.
Dios te oiga, pensó Dennis mientras ayudaba a Arth a transportar el pesado planeador biplaza al tejado del palacio.
Dennis tuvo que volver a montar el aparato casi sin ayuda y a la luz de las lunas. Los otros trataron de ayudarle, pero a Linnora la asustaban las grandes alas ondeantes y Arth no dejaba de hacer sugerencias irrelevantes y de instarle innecesariamente a darse prisa.
El viento tiraba de la tela, con frecuencia arrancándola de las manos de Dennis. Consiguió extender las alas del planeador y estaba buscando el mecanismo asegurador cuando la alarma sonó por fin abajo. Comenzó en una esquina del castillo, en la planta baja, y se extendió hasta que la noche se llenó de un caos de campanas, gritos y carreras.
Debían de haber encontrado a dos de los guardias que el robot y Dennis habían dejado fuera de combate.
Encontró por fin el cierre. Las alas de tela, que habían estado restallando con la fuerte brisa, se tensaron finalmente con un fuerte chasquido.
Dennis oyó que desde dos pisos más abajo llegaban voces de llamada preocupadas. Naturalmente, el guardia de Arth no pudo responder. Pronto sonaron pasos no muy lejos.
—No hay tiempo para experimentos —murmuro—. ¡Arth! ¡Métete en la silla de atrás para hacer contrapeso!
El gran planeador saltó y se agitó hasta que Arth obedeció. Incluso entonces, no se quedó quieto. Dennis llamó al robot. Se arrodilló, todavía sujetando el borde de una de las alas.
—¡Instrucciones! —le dijo al pequeño autómata—. Ve abajo y retrasa a aquellos que se acercan hasta que nos hayamos marchado. Después de eso, intenta sobrevivir y síguenos como puedas. ¡Intentaremos ir rumbo oeste-suroeste!
La luz verde de aceptación del robot destelló. El autómata se dio la vuelta y se marchó, bajando rápidamente la rampa que habían usado para llegar al tejado.